Capítulo 45: Inhumanos

215 26 16
                                    

—¡No! —Exclamó Elizabeth al tiempo que rasguñaba la cara de su atacante.

Ignorando sus patéticos manotazos, el hombre volvió a taparle la boca.

—Ayúdenme con esta loca—balbuceó viendo que ella volvía buscar rasguñarlo en el brazo.

El hombre de rizos arrebató el anillo de los dedos del chico.

—Mejor ve a vigilar a fuera —le ordenó y este hizo la cara hacia un lado con hastío.

El hombre de rizos se metió el anillo en el pantalón y el chico se marchó pasando a un lado de Elizabeth como si no pudiese verla. Antes de irse pretendió descolgar el rosario de plata que Eli tenía apoyado sobre un clavo en la puerta, pero el rizado lo tomó antes e insistió en que el chico vigilara.

Después se dirigió a Elizabeth y la tomó de las muñecas contra el piso ignorando su llanto.

—Terminas y cambiamos, pero le das la vuelta —ordenó en una frialdad absoluta, como si hablase de un animal.

—Esta me la vas a pagar, puta —le aseguró el calvo refiriéndose al rasguño que le dejo en la cara—. Ahora haré que te duela.

Eli chilló y él le bajó de un tirón las bragas.

Se dijo a sí misma que lucharía con todas sus fuerzas para detenerlos, pero sabía que sus fuerzas eran escasas y obsoletas. Con fuerza cerró los ojos he hizo lo que una chica débil podía hacer ante la desesperación. Rezó.

Le imploró a dios que le concediese un milagro, el que fuera, mientras las manos del demonio sobre ella le recorrieron los muslos, ella sentía que aquellos dedos apestaban a acido y con su toque le carcomía la piel.

Pero incluso sus pensamientos fueron interrumpidos por el seco golpe que retumbó en la pared.

Todos los rostros se giraron en dirección a la puerta. Eli trató de gritar, su voz fue atrapada por la palma que yacía sobre su boca. Por un momento, se imaginó que el escudero que venía a salvarla se encontraba allá fuera, a no más de dos metros de distancia.

Sin embargo, por la forma en la que los golpes se repitieron, uno detrás otro, como si moviesen el edificio entero, la abrumó la sensación de que el monstruo de afuera era mucho más grande.

Y no era la única.

En el agarre de los dedos sobre su boca, sintió la tensión en el cuerpo de la amenaza física. El demonio que parecía haber salido del infierno mismo para destruirla, ahora temblaba como un gato tiembla al agua.

—¿Justin? —Dijo aquel de cabello rizado en una voz que rehuía de él.

Su resistencia respecto a ser descubierto desapareció, el que esos golpes fuesen la única respuesta le devolvió en el manto del pánico su propia humanidad.

El sujeto vio al otro, el calvo negó con la cabeza, pero el de los rizos igual se levantó. Elizabeth volvió a clavarle las uñas en el brazo y el calvo se sacó una navaja del pantalón para ponerla frente a su cuello.

—Sigue jodiendo y será lo último que hagas—amenazó enfurecido.

Ella lo soltó y liberó en ardientes lágrimas su impotencia.

Por un momento, pensó que tal vez moriría igual y que tal vez si solo hacia el intento... o tal vez sería peor.

Sin embargo, incapaz de contener más la incertidumbre respecto al estado del chico de afuera, el hombre rizado se lanzó en torpes movimientos, causados por el temblor de su cuerpo, a abrir la puerta y cuando lo hizo el cuerpo del chico cayó derribado igual que un monumento.

Costo y BeneficioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora