Capítulo 48: Prejuicio

241 27 33
                                    

Cuando el gorila le pidió que lo acompañase a la salida, Alika solo lo siguió porque dijo "a la salida". Sin embargo, una a una se le fueron encendiendo las alarmas mientras caminaban por los pasillos de la comisaría sin llamar la atención de los policías.

Para cuando bajaron las escaleras, Alika ya había ubicado todas las posibles vías de escape ya que, en su experiencia, no era buena idea subir a una camioneta negra con los vidrios paralizados. Pero cuando la puerta se abrió y aquella voz chillona dijo su nombre, las luces rojas se volvieron un incendio forestal.

Tuvo la certeza de que esa chica había nacido sin sentido común. ¿Qué carajos hacia arriba de ese auto? Encima estaba alegre, como si la estuviera recogiéndola de una fiesta.

Elizabeth le insistió golpeando un asiento disponible, Alika soltó un largo suspiro al viento resignada a que no podía dejarla emprender ese viaje sola y se metió a la camioneta en contra de su instinto de supervivencia.

Fue ahí cuando vio al sujeto cuya mano se entrelazaba en los dedos de Elizabeth y la expresión en el rostro de ese hombre fue tan absurdamente obvia.

Dos segundos le bastó para saber lo que era, a Alika le tomó menos definirlo como uno de esos ricos burgueses que pasaban de largo sintiéndose superiores desde sus autos de lujo, pero ese tipo, no solo la vio como basura, la vio como si pensara que le estaba ensuciando el cuero sintético solo por poner el trasero sobre él.

Claro que la princesa a la que le sostenía la mano como si fuese un caballero medieval era inmune a esa mirada, no podía verla y sí lo hacía, no podía distinguirla, porque a ella nunca nadie la vio así.

—Alika— la llamó con la perfecta sonrisa de una barbie adornando su rostro—, él es Mitzuru —se giró a él y este se forzó a sonreírle de vuelta— y ella es mi amiga, Alika, vive en frente de mí.

—Es un placer—mintió Mitzuru.

—Igual —le dijo Alika con desdén.

—Él nos sacó de la cárcel —anunció Elizabeth lo que a Alika le pareció algo obvio.

Mitzuru no esperó su agradecimiento, dirigió su vista a la ventana y ni siquiera devolvió los ojos a ella cuando Alika, de hecho, le dio las gracias.

El auto inició su camino, mientras él actuaba de manera indiferente, Elizabeth acarició la mano sobre la suya y siguió su charla. De vez en cuando, le dirigía una mirada como la que un niño le dirige a un pastel. Era patética, tonta y descarada y todo lo que tenía que hacer era mostrar esa sonrisa para que sus problemas se esfumaran como si los dedos entrelazados a los suyos fuesen una varita mágica.

Alika sintió sinceras ganas de vomitar, no tenía idea de que el ambiente se pondría mucho peor cuando la camioneta se detuvo no lo hizo en el edificio donde vivían ellas, si no en uno de esos rascacielos para ricos con columnas en la entrada, puertas de cristal y una escalera blanca.

—¿Qué es este lugar? —le preguntó a Elizabeth como en una acusación.

—Es que—aclaró sin entender su resistencia—, la policía clausuró el edificio.

Fueron interrumpidas por la puerta abriéndose y Mitzuru ofreció su mano a Elizabeth, después a Alika, pero ella rechazó el gesto y le paso de largo al bajar.

—Entonces—llamó Alika a Elizabeth— ¿Te quedaras aquí?

—Ambas nos vamos a quedar.

—¿Qué? —preguntó horrorizada—¿Estaré en una pijamada contigo y tu...?

—Tiene dos cuartos—interrumpió Mitzuru—, si eso la hace sentir mejor.

—No lo necesito—repuso Alika.

Costo y BeneficioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora