Capítulo 42: Sola

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Hamada Ryu estacionó en el auto de su jefe en el edificio donde este vivía. Sabía que no estaría contento así que, lanzó un largo suspiro antes de descender del vehículo.

Para cuando salió del coche, Mitzuru ya se encontraba parado a lado del mismo, recargado en la puerta mientras sostenía un cigarrillo en aparente calma absoluta.

Ryu sabía que eso era mucho peor a que estuviese gritando.

—¿Cuánto pesas, Ryu? —preguntó Mitzuru antes de que él pudiese siquiera abrir la boca— ¿cien o ciento cinco kilogramos?

—Ah, la ultima vez eran ciento cuatro—respondió neutral.

—¿Índice de grase corporal?

—Doce por ciento.

—Entonces—levantó los hombros—, básicamente, eres puro musculo.

—Así es.

—Y dime—exaltó entonces el tono de su voz—, ¡¿a ti te parece lógico que una mujer de menos de cincuenta kilos burlara a mi guardaespaldas de dos metros y entrase a mi auto sin mi permiso?!

—Es que, ella dijo que tenía una sorpresa y que usted iba a alegrarse al verla. Ya que habíamos ido antes a su casa, yo pensé... —se mordió los labios viendo que Mitzuru no relajaba el gesto en lo absoluto —Lo siento. Pensé que era confiable.

Su excusa le hizo gracia a Mitzuru.

—Claro que sí, parece confiable ¿verdad? —el resto lo dijo más para sí que para Ryu —Inofensiva y confiable—Mitzuru reflexionó un rato en el que Ryu se limitó a esperar su orden en silencio—. Quiero que traigas a Yuu contigo mañana. Tengo un trabajo para él.

—¿A mi hermano? —preguntó confuso—, ¿para la señorita Marcovich?

—Tú solo tráelo—respondió tajante—. Ya veré yo para que.

Aunque a Ryu no le gustaba la idea, entendía que no se podía negar a ello.

Mientras tanto. Bajo el cielo de escasas estrellas de Nueva York, una motocicleta se detenía fuera del edificio de doce pisos con las paredes mal emplastadas.

Elizabeth bajaría de la misma para después tratar de desenredar el casco cuyo mecate se había enredado en la cadena de su bolso.

—¡¿Qué carajos fue eso?!—le preguntó Nico en un reclamo distrayéndola de su complicación, Elizabeth solo le había dicho que siguiera el auto y se la llevase cuando saliera. Nico pensó que sería porque no se sentía segura a encontrarse con ese sujeto, sin embargo, comenzaba a pensar que era ella la que se estaba poniendo en peligro sola —¡¿A qué se supone que entraste a ese auto?!

—Te dije que tenía que devolverle algo a mi exjefe—explicó restándole importancia.

—¿Y tenías que meterte en su auto a hacer quien sabe que para eso?

—Claro. Tenía que dárselo igual que como él me lo dio a mí. Ya terminé con eso, no tienes por qué estar tan enfadado.

—¿Enfadado yo? ¿Le viste la cara a ese hombre?

—No te preocupes por eso.

—¡Estaba furioso, Elizabeth!

—¡Siempre esta furioso! —se defendió— Siempre grita, o mira mal o humilla a alguien. Cree que porque es millonario y la gente a su al redor se tira al piso para que les pase por encima, todos tenemos la obligación de actuar así. Pero, créeme, Mitzuru es un perro que no muerde.

—¿Y estas segura de eso?, ¿Estas absolutamente segura?

—Claro que sí—se cruzó de brazos.

Nico la vio no muy convencido, pero la mirada de Elizabeth no flaqueó ni un segundo.

Costo y BeneficioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora