Capítulo 67: Cosa fácil

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—Mitzuru—lo llamó ella con una sonrisa en el rostro al verlo atravesar la puerta.

Pero Mitzuru miró al suelo como si le pesara la cabeza, apretó sus labios y caminó hacia ella.

—¿Está todo bien? —preguntó Elizabeth esforzándose por mantener su sonrisa.

—Dime tú—sugirió Mitzuru al fijar en ella sus ojos—, ¿cómo te sientes?

—Bien—le restó importancia—, creo que solo fue el susto.

Mitzuru sonrió como si algo le diese risa.

—¿Estás mintiendo? —preguntó directamente. Elizabeth se quedó en silencio un rato, analizó la pregunta dentro de su cabeza.

—¿Por qué sería mentira?

—No lo sé, parece que últimamente, mientes todo el tiempo.

—¿De qué estás hablando?

—Adivina—la retó con gracia.

—Me rindo—le devolvió en un tono hostil.

Se vieron uno al otro, previniendo la lucha que estaba por empezar.

—Entonces, ¿estás bien? —repitió Mitzuru—, ¿perfectamente bien?

—Así es.

—No vas a desmayarte si te alteras demasiado.

—¿Por qué me alteraría?

—Pues si estas perfectamente bien tú, dime, ¿cómo está el bebé?

Elizabeth se dio cuenta, de que nada estaba bien.

No podía ser que lo supiera, ¿Por qué en ese momento? Se suponía que tendría más tiempo y sería en una situación controlada. No estaba lista, definitivamente, no estaba lista para hablarlo.

Sin embargo, mientras los segundos se perdían uno detrás de otro, comprendió que aquello estaba pasando justo en ese momento, y sin importar cuanto tiempo guardara silencio, los ojos de Mitzuru no se apartarían de ella, ni podría escapar de enfrentarlos.

—¿Cómo te enteraste? —preguntó Elizabeth jugando con sus dedos.

—La enfermera me lo dijo.

—¿Y la confidencialidad médico-paciente? —se quejó.

—No cambies el tema, Elizabeth—resopló. Ella agachó el rostro. —¿Por qué tú no me dijiste?

—Porque tenía miedo.

—¿Miedo?, ¿de qué? —ella no respondió, él odiaba cuando hacía eso. —Sabes que jamás te lastimaría.

—No es eso—admitió en un sollozo—. Yo tenía miedo de que, sí te decía tú... ibas a dejarme—Mitzuru giró el rostro a la ventana—. Lo dijiste tantas veces, que no querías casarte ni tener hijos, ¿cómo iba a decir te que...?

—El departamento—interrumpió—, ¿tiene algo que ver con que esperaras tanto?

Hubo un instante de silencio, Elizabeth tenía la sensación de estar atrapada en una cueva angosta donde el aire era denso y tóxico, sus piernas se hundían en la arena que era tan blanda como la harina y cuando hacía el mínimo movimiento, una avalancha de rocas le caía encima.

—No tenía que comprártelo, ¿cierto? —la parafraseó con notable resentimiento.

—No puedo creer que me estes echando en cara algo como eso.

—¿Es verdad o no?

—¿Qué estaba esperando que me lo dieras para decírtelo?

—¿Lo es?

Costo y BeneficioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora