Capítulo 31: Casi perfecto

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No era que se cohibiera o se sintiera avergonzado, él sabía que ella pondría esa cara, esa que nunca quiso ver en aquel rostro, una cara de pura y completa pena.

Al notar su nula capacidad para restablecer las facciones de su rostro, Mitzuru terminó de sacarse la prenda, le puso las manos en la cintura a Eli y la trajo de vuelta hasta sí con un beso.

No la había llevado para contarle su triste y desdichada historia, en cambio, ella estaba ahí para ser tocada, acariciada y besada por él. Para darle rienda suelta a su pasión, no a su compasión.

Los brazos de Elizabeth regresaron entonces al cuello de Mitzuru, así como sus labios a los de él y mientras sus lenguas se acariciaban una a la otra, él la levantó para salir de ella.

Pero Elizabeth se negó a abandonar sus piernas del todo, en lugar de ello, en cuanto Mitzuru se recargó en la almohada, ella volvió a sentarse en él, esta vez de lado, y se restregó en su pecho.

Mitzuru se vio forzado a ponerle el brazo alrededor de la cintura completando medio abrazo. Acto seguido, le dio un beso en la mejilla.

Elizabeth no podía, incluso si se forzaba a ello, separar su vista de las cicatrices de Mitzuru. Sus dedos se movieron por sí mismos cuando comenzaron a acariciarlas.

—¿Fuiste a la guerra? —preguntó ella en un intento por adivinar. Mitzuru se dividió entre la conmoción y la melancolía.

—No—le respondió mientras se hundía en el olor de su cabello—. Conseguí estas en mi infancia. Es una historia que no me gusta contar.

—¿Por eso no te quitabas la camisa?

—Algunas personas se impactan al verlas.

Eli se giró a él procurando que viese la sinceridad en sus ojos.

—A mí no tienes por qué ocultármelas—luego volvió a verle el brazo y paseo los dedos en el contorno de la cicatriz más grande —. ¿Sabes? Mi abuelo fue a la guerra, así que tenía muchas cicatrices. La más grande la tenía en el cuello, era como una araña gigante con dos círculos enlazados — la dibujaba en su brazo— y tenía patas desiguales.

"Pero eran 7 y mi abuelo decía que la araña había ido a la guerra también y había perdido una pata—compartieron una risa infantil—. Él nunca las cubría, ni siquiera las de su pierna, porque decía que las cicatrices eran sus medallas y las medallas en realidad no prueban que tuviste valor o que fuiste fuerte, las medallas solo son pruebas de que... sobreviviste.

"Después de decir eso, él solía abrazarme y decir que estaba feliz de haberlo hecho, de haber sobrevivido solo para poder abrazar a su nieta una vez más.

—¿Cómo murió tu abuelo?

—Tuvo un ataque cardiaco. Mi papá dijo que la bomba que lo mató la llevaba dentro del cuerpo.

—Gracias por contarme eso.

—Pero creo que tú si deberías cubrirlas.

—¿Por qué? —se extraño.

—Porque—le mostró su casual rostro coqueto—, a las mujeres nos parecen sexis las cicatrices.

Mitzuru sonrió pensando que debió haber esperado esa respuesta.

La abrazó con más fuerza y le besó la frente. Después de todas las opiniones de consuelo que escuchó respecto a tener cicatrices, esa era la primera que genuinamente le había gustado.

Porque le daba risa.

Ella aumentó la picardía de su rostro al verlo e incluso levantó las cejas.

—¿Qué pasa? —se extrañó Mitzuru.

Costo y BeneficioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora