Capítulo 41: Que tacaño

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—¿Qué haces aquí? —preguntó Mitzuru asimilando su aparición mientras el coche comenzaba a moverse —, ¿Cómo entraste al auto?

—Mi amor—continuó ella en esa voz chillona y sugestiva, como la de una novicia curiosa que adornaba su ademán al poner la mano sobre el muslo de Mitzuru—, dime, ¿Por qué eres tan malo conmigo —le apretó por encima del pantalón y mientras la acariciaba a toque firme, se fue acercando a su entrepierna—, cuando yo solo he sido buena contigo?

No le había costado nada despertar pensamientos lujuriosos en él. Después de todo, lucia bellísima; con su vestido ceñido al cuerpo, con la falda tan corta que era escandalosa, los muslos corpulentos tan apretujados que se veían rojos por en medio y el escote tan marcado, qué fácil era ver que no llevaba sostén.

Usaba esa voz concupiscente que se adentraba en los oídos del hombre frente a ella y se clavaba en su cerebro llegando hasta su corazón para acelerarle el pulso. Pero Mitzuru sabía que no podía confiarse, era claro que quería convencerlo por alguna razón.

—Basta—le dijo sosteniéndole la mano por la muñeca —, yo vi la foto.

—¿Qué foto? —preguntó en tono travieso mientras mostraba aquel inocente rostro angelical inclinándose hacia Mitzuru, aquel movimiento le dejo caer los senos.

Mitzuru podía verle los pezones rozando con la tela de su vestido, la imagen lo debilitó haciendo que aflojase su agarre, lo que a ella le permitió volver a posar su mano sobre él.

Él sintió como esa mano se desplazaba y poco a poco, iba llegando a una zona peligrosa.

—Tu foto con el chico de rulos castaños —le reclamó, encontrándose incapaz de apartarle la vista de encima—, parecía que estaban en una cita.

—¿Una cita? —volvió a preguntar en lo que bien parecía el ronronear de un gato mientras paseaba sus dedos en el cierre del pantalón—¿Con Nico?

—Sí — fracaso en su intento de mantener una voz neutral pues, era evidente que tenía mucho calor.

—Entonces...—adivinó y dio una mordida en su labio inferior—¿es porque estás celoso?

—Te dije —la empujó ligeramente en un gesto ridículo, pues apenas la alejó un par de milímetros. Mitzuru hizo un esfuerzo sobrehumano por tomar un semblante serio—, que te alejaras de él. Me voy por dos días y no solo te vas a la feria con otro hombre, sino que se siente con el derecho de publicar fotos contigo y hacerte dedicatorias melosas como si... —se contuvo al darse cuenta lo que estaba a punto de salir de su boca, pero no soportó el rostro de Elizabeth, pestañeando con ojos perdidos, como si no supiera de lo que él estaba hablando—como si le declarara al mundo que eres suya.

Ella sonrió entonces en completa altanería. Él pensaba que el gesto debería enojarlo, en cambio, le cortaba el oxígeno y contraía su pecho.

—Pobrecillo — En un movimiento ágil, Elizabeth se le montó en las piernas e hizo un puchero fingiendo pena, como si su siguiente declaración no estuviese más cargada de ego que de culpa—. La idea de alguien más haciéndome todas las cosas que aún quieres hacerme debió volverte loco—le puso las manos en los hombros.

—Elizabeth... —trató de hablarlo con calma, no obstante, esa pasión que le despertaba se le atoraba en la garganta.

Percibía en ella cierto aroma que le recordaba a las virutas de las flores secas en el otoño, esas que uno no necesita agacharse a oler, pues el viento las lleva en pequeñas esporas hasta la nariz de su víctima.

Aquel aroma lo envolvía con la fuerza de una cadena de hierro.

Se concentró en no dejarse vencer por su propia lujuria, le tomó los brazos a la encarnación de la misma para retirarlos de su cuerpo y sintió la piel tersa de Elizabeth.

Costo y BeneficioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora