Treinta y cinco

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"Tengo miedo..." pensó Tweek abriendo los ojos lentamente. "... Tengo miedo de morir" continuó sentándose en la cama del hospital.
Vio el enorme ventanal a su lateral y terminó de suspirar. Otra sobredosis.

Todo empezó cuando era pequeño y ayudaba a sus padres en la cafetería.
Le encantaba entregarle los pedidos a sus clientes y comer de los bizcochos caseros que vendía su madre.
Le encantaba ver la cara de felicidad de los clientes, despidiéndose confianzudos de sus padres y de él, incluso regalándole flores o palmadas en la cabeza por su buen trabajo.
En ese tiempo, no estaba desarreglado, porque su madre le abrochaba la camisa y, le daba la chocolatada para estar fuerte y sano para su "día de trabajo". Ella era muy dulce.

Su padre era un hombre de negocios: trabajador y sabía persuadir a los inversores más astutos. Siempre tan leal y amable con todos sus clientes.

Hasta que conoció a Randy Marsh: el geólogo del pueblo.

Ya había tenido fama por culpa de su caída con el alcohol y las drogas. Tweek obviamente no sabía de eso, pero sus padres sí, y cuando hablaban del tema, Tweek hacía oídos sordos para oír lo que hablaban.
Desde muy pequeño hubo algo que le encantó aparte de los bizcochos de su mamá y la chocolatada: los chismes. Le encantaba escucharlo todo.
Siempre en su tiempo libre, se sentaba en la ventana de la tienda e intentaba escuchar -o inventar- lo que decían los pueblerinos afuera de esos cristales. También lo intentó cuando Randy Marsh entró a la tienda, diciendo tener una idea millonaria. Su padre, lo echó a patadas afuera, y Tweek se asomó por la ventana con tal de chusmetear de qué hablaban los adultos. Su madre, se asomó también y le colocó una mano en el hombro, diciéndole que mejor fueran a comer bizcochos. Pero Tweek, no quería comer bizcochos. No ahora. Mucho menos cuando vio que su padre hizo una cara de horror ante lo que le dijo Marsh, y mucho menos cuando vio que su padre miró a otro lado, pensativo.

Durante las siguientes noches, sus padres esperaban que él se fuera a dormir para hablar cosas de adultos. Así que él se mantuvo despierto cuánto pudo y fingió dormirse con tal de bajar las escaleras con cuidado, intentando escuchar de qué hablaban sus padres.
"... Es eso. Quiere que le metamos esa mierda al café" explicó su padre a su madre, que se tapó la boca. Tweek imitó su acción y parpadeó atento. Su padre nunca insultaba, a no ser que fuera por algo horroroso.

"Pero... Eso abataría los costos del azúcar..." susurró suave la mujer, pensativa.

"Eso también me dijo... Pero es muy arriesgado. ¿Y si la policía nos descubre?"

"Creo que deberíamos intentarlo. Los policías nos conocen, amor. No importa. Y Marsh dijo que los persuadiría, ¿No?"

"Los hará adictos, Helen" se exhaltó el hombre, a lo que la mujer le tomó la mano, calmándolo.

"Adictos a nuestras bebidas... Primero intentaremos con el café, luego podemos incluirlo en otras cosas" susurró cómplice.

A las semanas siguientes, los clientes comenzaron a ir más seguido, pidiendo el café del lugar. Y luego los milkshakes. Y luego los capuchinos. Y luego todas las bebidas calientes.

Pero Tweek, estaba curioso con la situación, y muy molesto: su madre ya no le dejaba tomar chocolatada, y le quitaba los bizcochos que cocinaba. Y aún más cuando vio que su madre, todas las noches, hacía los bizcochos con algo raro, algo como... espinaca.

Claro. Su madre sabía que a Tweek no le gustaba la espinaca, y por eso no le daba más bizcochos. Pero... ¿Por qué ponerle espinaca a los bizcochos? Necesitaba entenderlo.

Así que una noche, cuando sus padres dormían, se levantó hacia la planta baja que era la cafetería. Prendió las luces y fue a la cocina, intrigado. Abrió la heladera y vio varias jarras con la chocolatada fría.
Él sabía que era demasiado pequeño para tomar café, así que volvió a sus raíces: la chocolatada. La sirvió en una taza y bebió apenas: seguía teniendo su sabor dulce y característico, ese sabor a cacao... pero, algo que criticaba es que la cocoa en polvo, no se había diluido bien, así que le puso un poco más de leche a su taza, y siguió tomando, y siguió tomando, y siguió.

Todas las noches se levantaba a tomar un vaso, intentaba que no se notara que bebía de la jarra. Si sus padres le preguntaban, negaba absolutamente todo y se desentendía.

Luego siguió con los bizcochos, intrigado, sintiendo aquel líquido dorado que debía ser caramelo.

Pero no era caramelo.

Comió todo el bizcocho y quedó fascinado por su sabor. Y después de una hora, comenzó a tener un dolor de barriga fuerte, cayendo al suelo y mirando el techo.

El techo tenía estrellas, y estrellas fugaces incluso. Veía los planetas y veía sus manos que tenían guantes de astronauta. Estaba tan desorientado. Su cuerpo se sentía ajeno y todo daba vueltas. Estaba relajado y sentía que flotaba. Por el espacio. Creyó que todo era un sueño, porque tenía sueño.
Se levantó lentamente, aferrándose a la mesada y se sirvió algo de chocolatada, porque su garganta estaba seca, y ahí: cayó al suelo.

Despertó en el hospital, sin entender la situación. Inclinó su cabeza y miró a su lado, su madre que estaba angustiada, mirándolo llorando.

Se había sentado en la cama del hospital y luego vio a su padre, que tenía la mandíbula apretada con fuerza. Estaba tenso. Tensísimo.

"¿Papá, mamá? ¿Qué... pasó?". Temía que sus padres lo hayan descubierto comiendo de los bizcochos y tomando de la chocolatada, pero aún más: estando en el médico. Capaz su padre finalmente lo iba a castrar como tanto lo amenazaba "en broma".

"Dime que no los comiste..." suplicó la madre a lo bajo.

"No, no lo hice" quiso negar como siempre Tweek y desentenderse, pero su padre le gritó:

"¡No mientas! Dime la verdad, mierda".

Su padre no insultaba, a no ser que fuera por algo malo.

"Sí, lo hice..." susurró inseguro, cerrando sus ojos lentamente sin querer una cachetada como alguna reprimienda.

Esa fue su primera reacción ante tanta droga. Lo entendió tiempo después. Y desde entonces: sus padres ya no sirven esos bizcochos y bebidas. Pero él las sigue consumiendo de manera clásica: metiéndose coca por la nariz, inyectándose heroína y fumando marihuana. Todo gracias a Randy.

Fue a rehabilitación una que otra vez y entendió más de una vez el concepto de "estar cerca de la muerte". Temía morir. Temía morir y dejar solos a sus padres y a Craig. Lo amaba con locura.

Pero Craig, no terminó con él por la relación abierta. Y Tweek lo sabía. Sabía que era solo una excusa.

Craig no podía seguir estando con alguien que se dañaba tanto como él.
Craig no podía seguir soportando el ir al hospital todos los finde semana después de alguna fiesta.
Craig no podía seguir discutiendo a gritos con él en rehabilitación.

Y por más que Tweek le ofreció una relación abierta por "si pasaba algo" o por si "ya no estaba dispuesto a estar con él".

Craig ya no podía más.

Y Tweek tampoco podía más. Pero no podía evitarlo.

Por eso Tweek, tiene miedo a morir.

DETENTION | KymanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora