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Como JooYeon había advertido, ese día no se presentó al trabajo.
HyeongJun no había logrado conciliar el sueño en toda la noche. No fue capaz de salir de su espacio seguro por miedo a encontrarse con JooYeon en el jardín. Tampoco tuvo la valentía de volver a su habitación y que, en el camino, las mucamas como el resto del personal lo encontrasen con los ojos rojos por haber llorado durante horas.
El sol estaba en un punto semi-alto esa mañana, lo cual anunciaba que había amanecido alrededor de hace dos horas. Su cuerpo se sentía adormecido y no encontraba la fuerza suficiente para levantarse de donde estaba.
¿Por qué últimamente lloraba tanto? Desde pequeño había sido bueno reprimiendo sus emociones. ¿Entonces por qué ahora sentía un huracán en su interior que lo desarmaba y lo volvía vulnerable ante cualquier situación?
Intentó enderezarse, sabiendo que sería en vano esperar a JooYeon cuando no llegaría. Con un poco de cuidado limpió sus ojos, queriendo desaparecer el rastro de las lágrimas que habían recorrido sus mejillas. Entonces, tomando una profunda bocanada de aire, contuvo la respiración y salió de ese lugar.
La brisa matutina lo golpeó con delicadeza, era lo suficientemente fría como para causarle un escalofrío a pesar de permanecer con el mismo abrigo del día anterior. Las luces ya estaban apagadas pero nadie se veía merodeando los alrededores de la mansión. Guardó sus manos en los bolsillos de su abrigo y se dirigió al interior de la casa, ingresando por la parte trasera para que nadie notase su presencia. Para su suerte, los cocineros y mucamas aún no habían comenzado a hacer el desayuno, por lo que no había nadie en el lugar.
Quería subir a su habitación, darse una ducha y ver si con ello lograba conciliar el sueño. Quiso salir de ahí, pero se detuvo cuando, sobre la mesada, vió algunas cosas como harina, huevos y azúcar. Entonces, mordió su labio cuando tuvo una idea.
¿Sería malo intentar preparar algo para JooYeon?
La realidad es que estaba arrepentido por las cosas que había dicho. Sí, se sentía herido respecto a las cosas que este le dijo, pero eso tampoco le daba el derecho de prohibirle algo que para el pelilargo era tal vez importante. Mucho menos se enorgullecía de haber sido capaz de usar su posición de "jefe" y dueño de la casa. Reconocía que se había equivocado.
Reconocía que no quería estar mal con JooYeon.
Mirando los alrededores, la sala y el jardín, decidió comenzar a trabajar en lo que sería su forma de pedir disculpas. Fue fácil perder la noción del tiempo, su mente sabía la receta de aquellas galletas de coco a la perfección y aprovechaba la situación para divagar entre los recuerdos de la discusión del día anterior, regañándose seriamente por haber actuado de una forma tan inmadura.
Al cabo de una hora y media, colocó la última galleta glaseada en una pequeña caja de vidrio transparente que había encontrado entre la vajilla más fina del lugar. El reloj de la pared marcaba las 09:20 a.m. y con ellos un suspiro que salió de lo más profundo de su interior.