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Su sueño era sencillo: encontrar el amor, sentirlo y vivirlo para siempre. Le encantaba leer, disfrutaba de esas palabras de amor y tristeza tan profundas. Tan reales. Le gustaba cerrar los ojos y sonreír como un tonto, imaginando que alguien llegaría a su vida y le diría cosas parecidas.

El pelinegro tenía las manos metidas en los bolsillos mientras caminaba hacia la universidad con la cabeza gacha. Su bolso colgaba del hombro y un libro reposaba bajo el brazo. El viento le daba de lleno en la cara, era esa brisa fresca de las mañanas. Le encantaba observar y apreciar lo hermosa que era la vida: ver el sol, sentir el calorcito que este provocaba, contemplar las nubes con esas formas tan simples pero a la vez magníficas que adornaban el cielo azul...

Era fantástico. A pesar de estar pasando un infierno en casa, él realmente veía lo valioso de la vida y no quería perderse la oportunidad de vislumbrar el futuro, nuevas experiencias... leer nuevos libros. Porque aunque más de una vez había tenido pensamientos oscuros sobre acabar con su vida, dar su última respiración, cerrar los ojos para siempre; y había intentado más de una vez hacerle daño a sus muñecas con algún cuchillo o algo parecido, siempre se detenía. Siempre se miraba el mínimo daño que se causaba y se arrepentía porque... joder, la vida era preciosa. Solo había que aprender a sobrellevarla y verla desde otra perspectiva.

O al menos eso pensaba él.

Miró a lo lejos, divisando la universidad, sonrió levemente; vería a sus amigos y sin duda les contaría sobre aquel chico en la estación mientras esperaba el metro.

El muchacho le había llamado la atención. Quizás fueron sus ojos marrones o la hermosa sonrisa que le dedicó. A saber qué fue lo que hizo que a Bill le atrajera aquel desconocido con un piercing en el labio inferior y aires de rapero por cómo se vestía. Bill siempre creyó en el amor, en lo fugaz y en lo eterno. ¿Qué tenía de malo enamorarse a primera vista? Sentir esa conexión a pesar de no tocarse. Fue como si su alma conectara de repente con la del chico justo en el momento en que sus miradas se cruzaron.

Deseaba su propio cuento de hadas, vivirlo en su realidad, sentirlo. Sentirse amado, importante, deseado... pero con la persona adecuada. Pequeñas gotitas empezaban a caer del cielo, y Bill las sintió. Eran tan suaves al chocar contra su piel que supo de inmediato que estaba a punto de llover. Caminó apresuradamente hacia la entrada de la universidad, resguardándose de la llovizna, pues bien podría pillar un resfriado o alguna otra enfermedad.

Suspiró tranquilo, sabiendo que solo eran pequeñas gotas las que habían tocado su cuerpo. Agradecía llevar una sudadera en la mochila, aunque tal vez eso no le sirviria de mucho, ya que Bill adoraba los días lluviosos. Si al salir de la universidad seguía lloviendo, no dudaría en mojarse bajo la lluvia mientras caminaba riendo y tarareando esa canción que había escrito una noche en la que no podía dormir, inspirado por el sonido de la lluvia.

—¡Bill!— gritó alguien desde el pasillo principal. El pelinegro se acercó a él caminando despacio y sonriendo levemente.

—Gus...— saludó Bill con una pequeña sonrisa. Gustav era uno de los mejores amigos del pelinegro, el más sensato y serio del círculo. Rubio y adorablemente regordete.

—¿Qué tal tu cumpleaños?— preguntó el rubio cuando Bill ya estuvo cerca de él.

—Bien...— respondió el azabache.

—No me digas... ¿Leyendo otra vez?— Bill asintió con una sonrisa más amplia. Gustav negó levemente con la cabeza —No entiendo cómo puedes pasar tu cumpleaños encerrado en tu habitación, leyendo todo el día— musitó.

Bill rió suavemente —Bueno, tampoco es como si a mis padres les importara. Sabes que les da igual, además, sabes que amo leer...

—Sí, sí...— afirmó el rubio —Porque: "Leer te hace olvidar y desconectarte del mundo"— bufó —Te pierdes de muchas cosas solo por tener la cabeza metida en un libro todo el tiempo.

𝐀𝐃𝐃𝐈𝐂𝐓𝐈𝐎𝐍 | ᵀᴼᴸᴸ (𝑬𝒅𝒊𝒕𝒂𝒏𝒅𝒐)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora