Uno: La voz que creó la oscuridad.

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Brooklyn:

Todo mi mundo se destrozó por completo aquel día, cuando la oscuridad era mi única amiga y sentía que mi cuerpo caía lentamente con una mancha de sangre en el pecho. Era un agujero oscuro, que consumía todos los recuerdos felices, todo aquello que alguna vez sentí y por lo que alguna vez luché. Caía, pero nadie se percataba de ello.

Estaba donde nunca nadie me podría encontrar.

Y esa voz creada por la oscuridad en mi alma, apareció:

—Brooklyn, ven conmigo...—decía—

Era grave y profunda. Guardaba desdén, quizá algo de traición y mucho dolor. Era un dardo. Mi sentencia mortal.

Con ella, venía ese ser, que con una maquiavélica sonrisa ensangrentada se mofaba y decía:

—No, pequeña niña. ¡Nunca serás feliz! Y ten por seguro que no te desharás de mí.

En una de nuestras conversaciones, mientras sollozando le contaba una parte de mis secretos a la luna y otra a lo que quiera que fuese ese ente con el que lidiaba, le pregunté:

—¿Quién eres?

—No necesitas saber quién soy. Sólo debes saber que haré tu vida miserable.

De esa forma, surgían todas esas interrogantes. Quién era o qué estaba pasando.

Y es que, en conclusión, mi nombre es Brooklyn Wright y mi mente es un desastre.

A veces siento que lo que veo por las noches tiene razón respecto a todo lo que me dice, pues solía ser y aún soy dueña de un alma rota, de un sangrante corazón. Mis ojos, tal cual el pasto por el cual mis pies caminan, y mi cabello que recuerda al tronco de un viejo roble, tal vez no tan imponente y enigmático; pero esperaría que, a la hora de verlo oscilar con el viento, se le quedase grabado a las personas como un bonito recuerdo.   

...

—¿Quieres ir a la playa, querida? —preguntaba mi madre.

—¿Es realmente necesario? —respondí, con cansancio.

Y sí. Era cierto que el cansancio se estaba apoderando de mi cuerpo, por lo que me era imposible siquiera levantarme de la cama. El mundo ya no tenía color, los cielos habían perdido aquel azul vibrante y las estrellas ya no brillaban para mí.

—Emma dijo que quiere estar contigo, vamos cariño.

Emma era mi amiga incondicional. Teníamos la misma edad, la había conocido en mi primer año de escuela.

—¿Tú también vendrás?

—Por supuesto. —respondió la mujer que me había dado la vida, observándome y protegiéndome con tan sólo una mirada. Era una de las personas más importantes para mí.

Aquella que con sólo una caricia le devolvía los latidos a mi corazón en pausa. Su nombre era Alice Wright. Le devolví la mirada de complicidad y dije:

—Cuenta conmigo.

Esperamos a Emma un rato largo. Pensé que no iba a llegar, pero cuando al fin lo hizo, con una gran sonrisa decorando su rostro, tan sólo le di un fuerte abrazo mientras ella exclamaba:

—¡Brooklyn, hola! ¿Cómo estás?

Tras una pequeña pausa, respondí con el típico "estoy bien, gracias" y seguimos con la charla de mejores amigas perfectas. No podía dejar que supiese que ese "estoy bien" tan sólo era una fachada para ocultar toda la oscuridad que llevaba por dentro.

Veía cómo las olas chocaban contra las rocas y el agua recibía a la gente que estaba en la orilla. Pero luego, fijaba mi atención en cómo ese mismo oleaje golpeaba con fuerza a los bañistas: una agridulce prueba de que las cosas más hermosas a veces también te pueden destruir.

De esta forma, me permití sentir la arena bajo mis pies y el aire impregnado de la esencia del mar. Contemplaba el cielo azul mientras me percataba de que una sonrisa falsa se dibujaba en mi rostro.

—Sabes que no te mereces esto, ¿verdad?

Aquella voz había vuelto a aparecer, llenando mi mundo de incertidumbre y dolorosa ansiedad.

—Deberías dejar que el mar consuma tu cuerpo por completo hasta que desaparezcas —continuó diciendo.

—Sí, debería. —respondí, con sarcasmo.

—¿Qué dijiste, Brooklyn? —preguntó Emma, sacándome de las luchas diarias que libraba contra mi mente.

Sacándome por un efímero momento de una pesadilla que no tenía fecha de caducidad. Aquella a la que siempre estaba sometida, sin importar si en el cielo había un enceguecedor rayo de sol, o la luz de miles de estrellas.

Y así, mirándome fijamente a los ojos, hizo la siguiente pregunta:

—Siempre seremos amigas, ¿verdad?

—Por supuesto. —respondí, con aire solemne y una mano en el lugar de mi pecho donde estaba latiendo mi corazón.

...

Al caer la noche, cuando las luces se apagaron, apareció él: el sujeto que creó la oscuridad. Si bien había sido mi propia mente o la injusticia de una cruel realidad, lo cierto era que, al menos para mí, él existía. Y la palabra "siniestro" le quedaba pequeña.

Esta vez, tenía un cuchillo en su mano y el pecho cubierto de sangre.

—Hola, pequeña y dulce niña...

Con estas palabras, se acercó más y pude detallar esa sonrisa, que podría paralizar a cualquiera.

—¡¿Sabes lo que me pasó?! —me gritó.

Y así, vi cómo su rostro empezaba a deshacerse. Era como cuando una vela se derrite.

Luego de arrastrarse con lo que le quedaba de rostro, empezó a derramar sangre de su boca junto con una bala.

—¡Sí, Brooklyn, me dispararon! ¡Una historia muy divertida, de hecho!

Empezó a reír. Una risa insana que me congelaba, pero a la vez me hacía querer arder en fuego para poder así descansar, descansar de él y de todo esto.

—¡Es hermoso morir de esa manera! ¡Sentir el impacto de la bala en tu pecho!

Y yo tan sólo imploraba mentalmente. Sabía que me escuchaba, pues él y yo estábamos conectados, pero también sabía que sin importar qué, a él le importaba un bledo.

¡Voy a asesinarte esta noche!

¡A succionar toda la vida que hay en ti!

Porque eso, Brooklyn Wright, eso es lo que mereces.

Todas sus palabras junto con el dolor de la hojilla contra mi piel, los espejismos de la sangre en el suelo, sus cínicas risas...Todo eso estaba dentro de mi mente.

Pero, ¿quién estaba ahí para afirmarme que lo que sucedía en mi cabeza no era real?

Luego de todo ese alboroto, tan sólo pude cerrar los ojos, siendo un mar de lágrimas y en estado de desesperación.

Sentimientos Sangrientos (Lis Version)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora