Siete: La pesadilla sin final.

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Brooklyn:

El sujeto ahora tenía un traje y un sombrero. Era extraño, porque a pesar de que no percibía si tenía un rostro o no, era como si lo tuviese. Como la personificación de mis más retorcidas pesadillas y sueños colgantes.

De su boca goteaba el carmín.

—¡No eres nada!

—¡No sigas, por favor basta! —le imploraba.

—¡No, Brooklyn! ¡Esto nunca terminará y yo siempre estaré aquí! ¡Nunca me iré!

Y esa era la parte que más me desgarraba el alma. Desear el fulgor de una vida plagada de felicidad en todo este mar de tristeza y atrocidades, y que ese camino aparentemente no existiese para mí, que el único final no fuese el de "vivió feliz y plena, con todo y las dolencias", sino el de la condenada soga alrededor de mi cuello; mientras el ángel de la muerte me arropa con sus dos alas...

Sentí el dolor de un cuchillo en mi abdomen y un grito se me escapó de los labios. Había sido él. Como siempre, él.

Caí al suelo.

—Hoy he traído a alguien conmigo —anunció victorioso.

Así, vi que una mujer hizo su aparición de entre la penumbra. Su cabello era largo y sucio, y estaba ataviada con los restos de un vestido blanco.

Se movía con la gracia de un cuerpo en descomposición y, a pesar de que en donde debían ir sus ojos sólo yacían dos agujeros que derramaban sangre, su expresión me pedía ayuda. Era como yo.

Tal vez ella también había sido una prisionera de su propia mente.

Pasó su huesuda mano por mi mejilla. Era como quemarte con un cubo de hielo.

Me atrajo hacia sí. Yo tan sólo temblaba.

...

...

...

¡¡¡BOOM!!!

El impacto de una bala en mi pecho. Más dolor y risas cínicas de su parte. Esta vez, la que había activado el gatillo había sido ella.

Me encontraba atrapada en un mar interminable de rojo envejecido, y algunos trazos de blanco por el color de las sábanas de mi cama.

Todo a mi alrededor se tornó borroso, casi imperceptible, tan sólo escuché que una voz femenina decía:

"Gracias por la diversión, gracias por haberte enterado de lo que sucede cuando visitas el lugar de donde provienen los demonios, querida".

Ella había sido como la representación de lo que yo me estaba convirtiendo en mi interior. Un alma vacía, sangrienta, desesperada, un poco desquiciada tal vez.

Pero fue importante, significativo. Pues, al finalmente cerrar con dificultad los ojos, sentí la calidez de un beso de buenas noches y una silueta de blanco alejarse. Era la chica de nuevo, diciéndome que no me rindiera, y que al igual que ella, incluso mientras te ahogas en el mar de los muertos, puedes ser un ángel.

Las horas pasaron y poco a poco, fui sintiendo la luz de un nuevo día.

Siempre era así, libraba batallas nocturnas de las que nadie se enteraba y luego al día siguiente, iba al instituto. Lo típico, ¿verdad?

  Así, llegué al aula y me senté en un lugar aislado, reposando mi cabeza contra la ventana.

Oí que la señorita Clark estaba diciendo algo, unas palabras que no alcancé a apreciar muy bien. Lo atribuía a la inercia de mi cerebro al estar en ese lugar lleno de ineptos una vez más.

Estaban asignando los grupos para un trabajo en parejas.

—Peter Adams y Brooklyn Wright.

En ese momento volví a la realidad.

—Necesito que escriban un ensayo de cómo creen que es la educación hoy en día y cómo se puede mejorar.

Peter se acercó a mí, siempre acompañado de ese tímido semblante y le dije:

—Si quieres nos podemos reunir en tu casa.

—No creo que sea buena idea. —respondió, sus manos le temblaron por un fugaz segundo— Mejor en la biblioteca.

—Si eso quieres, por mí está bien. 

...

Peter:

No podía permitir que esa chica fuese a mi casa. A veces ni yo mismo sentía que a eso se le pudiese llamar hogar.

Siempre estaba llena de humo de cigarrillo y píldoras extrañas.

Y luego estaban los recuerdos de esa noche. Me azotaban como los truenos estremecen al mundo en una velada lluviosa.

Aquella noche, donde mi padre nos abandonó y simplemente me dejó con un manojo de ilusiones marchitas y preguntas sin respuesta.

—¡Estás loca! ¡Si lo sigues educando así se convertirá en un drogadicto! —le gritaba a mi madre.

De esta forma, yo encerrado en mi habitación, jugueteando con las lágrimas que se escapaban de mis ojos, escuchaba los gritos de la mujer que me llevó en su vientre mientras aquel hombre la golpeaba.

No me gustaba cuando eso sucedía, ni cuando mi madre tomaba esas píldoras. Se ponía extraña, como si no fuese ella misma. Gesticulaba mucho, decía cosas sin sentido y correteaba de un lado para el otro frenéticamente.

Quería ver una sonrisa en su rostro. Quería pedirle perdón por no ser el hijo que merecía, pero no sabía cómo.

Quería verla feliz. Dibujarle una sonrisa en ese rostro de mejillas sonrojadas y quizá, por una sola vez en la vida ser yo la razón de su tranquilidad en vez de su tormento. Porque el mundo y mi vida apestaban, aunque a veces ella me dijese que yo no era el culpable de nada de esto.

Así que no, Brooklyn no podía ir a ese lugar.

Aquel al que precisamente, estaba volviendo.

Contemplé a mi madre sentada en el sofá, inundando sus pulmones con el humo de un cigarro.

Me senté a su lado y dije:

—Mamá, quiero ayudarte, quiero...

—Peter, pásame el frasco de ahí.

Se las di y vi que el envase tenía algo escrito con su letra, pero en clave, en un idioma que ella había inventado y que me había enseñado hace mucho tiempo.

Solía ser un idioma secreto que ella empleaba con amigos y que tiempo después me enseñó a mí. Era algo muy suyo, muy nuestro.

Era como nuestro secreto.

Pero su mundo de drogas la había consumido tanto, la maldita metanfetamina la había consumido tanto que hasta había interferido en nuestro palacio de sueños de infancia.

Al enterarme de esto, el fantasma de las lágrimas empezó a atormentar a mi cansado corazón. Me encerré en mi habitación y exclamé:

—¡Maldita sea!

Pues yo sabía lo que estaba haciendo, pero todo en mí no lo quería admitir hasta ese momento.

Sentimientos Sangrientos (Lis Version)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora