Treinta y cuatro: El muchacho de las emociones.

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Peter:

Siempre había sido un chico muy emocional. Y eso podía ser una bendición o al mismo tiempo, una maldición. Nunca había estado enamorado realmente, hasta hace muy poco. Sentía que era por el mismo problema de la "emocionalidad" o "emotividad exacerbada".

Pues, mi mayor problema y creo que el de todos con estas patologías mentales es que sentimos. Pero no como los demás. Analizamos demasiado las cosas, incluso cuando no hay necesidad de hacerlo. Y por ello resultamos más heridos que el resto.

Porque nos cuestionamos cosas que otros no. Porque deseamos que el mundo sea diferente, y por ello la sociedad tiene un concepto errado de nuestras almas, nuestra personalidad, nuestro corazón.

Nuestro sentir.

Y fue precisamente por eso que cometí el peor error de toda mi vida.

Me convencí de que no merecía ningún amor, y perdí al verdadero.

Corrí persiguiendo el ideal de una vida, y casi pierdo la que en realidad importa.

Luego de la pelea con George, una ira me sobrecogió. Así que me dirigí a casa, y busqué en la caja fuerte, en el ático. Sabía que allí mi padre había resguardado un arma. En esos momentos mi madre estaba tan trastornada que no lo recordaba, creía que todas sus pertenencias se habían ido al demonio cuando él lo había hecho; pero yo sí me había dado cuenta.

Tomé el arma en mis manos. La detallé, estaba cargada.

—Estás muerto, George Walker.

Con un solo impacto ese desleal desaparecería.

Estaba convencido de que, si lo eliminaba, mi agonía se iría con él.

No podía perder todo lo que ya había construido. Esta vez no.

—¿Así que planeas convertirte en lo que tanto te hizo daño? ¡No hablarás en serio, Peter!

Los ojos característicamente rojos, que tantas veces me habían escaneado ahora me devoraban de nuevo, reflejando una profunda decepción. El chico rubio hacia aparición una vez más.

—¡No tengo otra opción! —exclamaba.

—¡Sólo te está diciendo la verdad, Peter! ¡Y lo has sabido todo este tiempo!

—Eso...Fue antes de conocerla. —confesé, con un hilo de voz.

Caí de rodillas.

—Tengo que hacerlo. —le dije, sin ánimos; con un amargo remordimiento.

Y así, salí de casa en rumbo hacía donde vivía George.

Sentimientos Sangrientos (Lis Version)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora