Veintinueve: Lo que se esconde en los espejos.

8 3 6
                                    

Brooklyn:

Al día siguiente en East High, me encontré con Peter. Estaba más calmado y con expresión amigable en el rostro.

—Brooklyn, de verdad lo siento. —me dijo, con sinceridad.

—¡No me vuelvas a asustar así! —exclamé, rodeándolo con mis brazos. Era un abrazo cálido, que se sintió como volver a casa después de un largo viaje.

Las clases transcurrieron con normalidad. Sólo unas cuantas miradas de los tontos de siempre que nos gritaban al de mirada azul y a mí si estábamos saliendo. Ambos lo negábamos obviamente, pero pude notar que Peter se sonrojó un poco.

—Eres una maldita, no lo olvides. —pronunciaba la voz que había creado la oscuridad mientras yo bajaba los escalones del insti, a la salida.

Lo repetía una y otra vez. Y yo ya no lo soportaba más, necesitaba ayuda y urgente.

Ya había agendado una nueva cita con el doctor, pero era tan calificado que me habían puesto en la lista de espera a pesar de haber sido su paciente regular hacía dos años. Tendría la cita a finales del año escolar. Hasta entonces, tendría que resistir con la medicación antigua que al menos me mantenía estable.

Llegué a casa, exhausta.

Me dirigí al baño para lavarme la cara y acto seguido, tumbarme en la cama y no saber más nada del mundo hasta nuevo aviso, pero al ver mi reflejo me horroricé.

Odiaba lo que veía, porque hasta aquello era manipulado por mi mente. Aparte de sentir que mi vida se estaba cayendo a pedazos, que con esos ojos cansados y ojerosos que tiempo atrás soñaban con comerse el mundo, ahora tan sólo estaban exhaustos de fingir; fingir entereza, felicidad, estabilidad...

Sin embargo, la expresión afligida de mi rostro no era lo único que me devolvía la mirada.

Una pequeña niña apareció reflejada.

—Hola, Brooklyn. —saludó, con su típica voz inocente.

Pero de inocencia no tenía nada.

Todo su cuerpo estaba cubierto en sangre y portaba una navaja en una mano.

—Ven, juguemos sólo una vez...

Pero no había nadie realmente allí, era como si ella estuviese encerrada dentro del espejo.

—Cierra la boca, ¿quieres? ¡Ya basta! —gritaba yo.

"Lágrimas tengo tantas, quisiera que todas fuesen de alegría", pensaba.

—No podrás escapar de mí...Voy a hacer que vengas conmigo y te quedes para siempre. —exclamaba alegremente el reflejo ensangrentado.

Al tocar la superficie de cristal, mis dedos se llenaron de aquel líquido vital, que a mí me paralizaba en horror.

—¡Hola!

Un grito propio me estremeció. Era verdadero, irrevocable: la niña que antes creía presa en el espejo, ahora estaba delante de mí.

—Sólo debes seguirme. —articulaba estas palabras como si de un juego con dulces premios se tratase.

—¡No quiero seguirte! ¡Quiero que desaparezcas!

Pero no me escuchaba. Estaba fuera de sí. Era como si, yo también lo estuviese.

Sin embargo, ya no lo soporté más, me arrodillé. Tenía los ojos enrojecidos por las lágrimas y la garganta cansada de tanto gritar.

—¡Ya estoy harta de todos ustedes!

Sentía el dolor que quemaba, producido por los vidrios que rasgaban mi piel, al estar destrozando el espejo con mis propias manos. Ya no veía nada. Ya no sentía nada. No me importaba lo que pasara conmigo. Sólo quería que todo el dolor se acabase, que todo esto terminara. Allí y sólo allí, estaba dejando salir todo lo que había callado por tanto tiempo.

Contemplé la sangre en mis manos heridas, que era lo único que había quedado junto con el desastre del cristal roto.

—Ya no quiero sufrir más. —expresé, ahora con un hilo de voz.

Sentí la voz de la pequeña que intentaba llamar mi atención.

—Por favor vete, no te quiero más aquí. Al menos por un tiempo. —le dije.

Y así, todo lo que ella había traído se esfumó.

Sentimientos Sangrientos (Lis Version)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora