Peter:
Llegué a casa y me desplomé sobre el sofá. Me pareció que mamá había salido.
Tuve un torbellino de emociones, y, sin poder evitarlo más, lloré de nuevo. Me golpeaban los recuerdos, tal como lo hizo el hombre que lamentablemente, también me había dado la vida. Agresiones físicas a mi madre y emocionales para mí. Demonios.
Los recuerdos, que se movían como monstruos en una mansión embrujada, en mi cabeza se convertían en sus palabras:
—¡No, por favor! ¡No me lastimes más!
Mi corazón se rompía porque sabía que ni en esos momentos ni en los de ahora podía ayudarla.
Y él exclamaba:
—¡Cállate, maldita!
Después de esos sucesos, al día siguiente, me percaté de las cicatrices trazando áreas de su cuerpo, las marcas de los golpes de aquella fatídica velada. Los intentaba cubrir con innecesarias cantidades de maquillaje que se ponía para ir al trabajo. Era su máscara, aquella que noche tras noche se volvía a quebrar y surgía otra. Otra, con tintes diversos.
Tenía que sufrir solo, con todos estos pensamientos que por más que luchase, me desgarraban por dentro. Mi madre no se podía percatar de ello, pues le haría mucho daño. No quería ser una piedra en su camino de sanación, puesto que, si bien tenía los problemas con la metanfetamina y demás sustancias, al menos el causante de haber caído en eso ya no vivía con nosotros.
Y me gustaba pensar que, a pesar de que me sentía solo y devastado hasta más no poder, mi madre aún tenía a un chico que la estaba protegiendo.
Unas risas repletas de cinismo disiparon los recuerdos, sacándome del trance mental en el que me encontraba.
Sequé mis lágrimas y me giré para ver de quién se trataba. Allí estaba él. El hombre que tanto detestaba.
Debí haber dejado la puerta entreabierta o algo así. Mi cabeza estaba en otro lado, maldición.
—¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?
Me puse de pie de brazos cruzados, enfrentándolo.
—¿Eso es lo único que tienes para decirme? Ya veo que no has dejado tu egoísmo.
Dio dos pasos hacia la mesa y se topó con el frasco de mamá. Lo abrió y dejó que una pastilla cayera al suelo.
—¡Así que al final, sí te volviste un drogadicto!
—¿Y qué pasaría si lo soy? ¡Apuesto a que no te importaría una mierda si acabo en una celda!
—¡No me hables así, jovencito! Ya sé de qué se trata. Esto...
Tomó el envase, le puso la tapa y empezó a jugar con él, haciéndolo girar.
—Esto pertenece a esa desgraciada, ¿no es así? —inquirió, con una sonrisa plagada de desdén y una nota de ironía.
—¡No te atrevas a tratarla así! ¡No tienes derecho a meterte en nuestra vida, ya la has arruinado bastante!
Y cuando por fin me di cuenta de lo alto que estaba hablando, lo último que supe fue que tenía la fuerza de su puño contra mi nariz. La dejó sangrando.
Caí al suelo.
No obstante, con las fuerzas y la rabia que llevaba contenidas en el alma, tan sólo dije:
—Creo que el desgraciado eres tú, padre.
Y con estas palabras registradas en su sistema, me miró una vez más y se fue alejando hasta cerrar la puerta tras sí y desaparecer.
¿Dónde había quedado el amor? ¿Dónde había quedado la felicidad? Tal vez nunca existió.
Sin embargo, sabía que mi madre lo había amado con todo su ser, porque así era ella. Amaba demasiado, con cada célula de su cuerpo.
Y por ello era que, la inmensa dulzura que albergaba en su corazón, había sido suficiente para que yo deseara curar el mío.
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Sentimientos Sangrientos (Lis Version)
Teen FictionEn un Londres aparentemente tranquilo, hay una chica que lidia con voces en su cabeza debido a su exacerbada emotividad y diversos traumas del pasado. Conoce a un chico que, igual que ella, no sabe controlar sus demonios internos en esta lucha que l...