Brooklyn:
—George me ha dicho que quiere que vayamos a su casa. —comenté.
—Ya no quiero saber nada de ese estúpido. —respondió Peter con brusquedad.
Así que fui yo sola.
Quería ver qué tanto escondía. Por qué era que siempre y tan abruptamente aparecía y reaparecía de la vida de todos sus conocidos. Pero al llegar a su casa, a las afueras de la ciudad, se me helaron los huesos y me sentí propensa a desmayar.
Tal vez era la pintura envejecida de las paredes que recorrí con mis manos, tal vez eran las enredaderas y la madera llena de agujeros y polillas de la puerta principal, a la que, sin embargo, toqué.
—Así que, sí viniste, Brooklyn. —dijo mientras abría la puerta.
Estaba fumando.
—¿Me vas a contar historias raras?
Sí, fue algo estúpido que al llegar a una casa tan cuestionable lo primero que se me ocurriese preguntar fuese eso, pero muy en el fondo, sólo quería regresar por donde había venido. No había sido una buena idea.
—Para nada. —respondió él— Te invité porque creo que deberías conversar con Peter. Hay muchas cosas que desconoces sobre él.
El humo me agobiaba, contaminando mis pulmones a pesar de que yo no era la que estaba fumando.
—Ese chico tiene secretos muy oscuros. —continuó.
Me llevó hasta una habitación, igual de solitaria y extraña que el resto de la casa: donde estaba claro que el tiempo había transcurrido, y el ruido de unos cuantos animales nocturnos acompañaban mis temores. Así, George sólo repitió la idea anterior:
—Peter Adams tiene un secreto que lo ha atormentado desde siempre.
—¡¿Cómo sé que esto no es una mentira?! —repliqué. Ya me estaba exasperando.
Antes de que pudiese saber otra cosa, estaba en el suelo y George me estaba golpeando. Me dejó una herida en la frente que sangraba.
—¡Ahora no hay nadie que te pueda salvar, Brooklyn! Es más, yo mismo te diré la verdad.
Acercó una botella de alcohol a mis labios y me ordenó beber. Tal vez ese bastardo sabía lo que ocurría si una persona bajo tratamiento consumía alcohol. Joder.
Empecé a convulsionar, mientras todo mi entorno giraba. Las alucinaciones se hicieron más nítidas y abundantes a mi alrededor.
—¡Eres una ilusa!
Si me golpeó de nuevo, no me pude dar cuenta. Yo sólo convulsionaba mientras las alucinaciones que más me habían atormentado a lo largo de todo este proceso se hacían más grandes.
Y entonces...
—¡No la toques, imbécil!
El de ojos parecidos a la inmensidad sobre nosotros en un día de sol había llegado. Me envolvió en sus brazos y sacó de ahí.
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Sentimientos Sangrientos (Lis Version)
Teen FictionEn un Londres aparentemente tranquilo, hay una chica que lidia con voces en su cabeza debido a su exacerbada emotividad y diversos traumas del pasado. Conoce a un chico que, igual que ella, no sabe controlar sus demonios internos en esta lucha que l...