Veintidós: Lágrimas de fuego.

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Peter:

Me envolvía una penumbra agobiante, en soledad, en mi habitación.

En noches como esa, mi único escape era la música, lo único que me ayudaba a no sentirme tan solo. Quizá, las notas de los distintos tipos de rock que escuchaba aliviaban aquella presión en el pecho; esa sensación salpicada de demencia y de todos los engendros malévolos que habitaban en el rincón más profundo de mi mente...Aquel que ante todos escondía y nunca nadie había visitado.

El muchacho de cabello rubio esta vez sostenía una hojilla en una mano y una cuerda en la otra. Observándome desde una esquina de mi habitación, fue descendiendo mientras levitaba de nuevo, hasta que quedamos frente a frente.

Detallé sus ojos rojos como rubíes que había vislumbrado tantas veces en mis peores pesadillas o aquella vez en la cúspide de la montaña. Me fijé en sus brazos que, a pesar de evocar esa sensación espectral, seguían estando llenos de cicatrices.

Me sonreía, más para perturbarme que para ser mi aliado creía yo. Aquella sonrisa enfermiza que, de algún modo, ya conocía como los pliegues y rasguños en mi propia piel.

—Buenas noches, princesa. —expresó. Como el narrador de deportes que proclama al ganador de un ansiado partido. Con ese mismo júbilo, decorando sus palabras con esa misma alegría.

Al decirlo y con esa misma sonrisa endemoniada, pasó el arma blanca por mis piernas. Entre el dolor que quemaba, sentía los cortes y las gotas de sangre caer.

—¡Ya basta! —alcancé a suplicar yo, entre lágrimas.

—¡Cállate, inútil, o en vez de esto utilizaré la soga!

Estaba completamente fuera de sí. Algo habitual en él, pero es que a decir verdad nunca lo había visto así.

Pero yo tampoco podía soportar más este martirio.

—¿Sabes una cosa, principito?

Le propiné un golpe en el rostro. Esta vez, mi piel no traspasó la suya.

—Yo también te odio. —concluí, harto. Harto de todo.

Lo golpeé dos veces más con ira, con frustración, con agonía.

Hasta que cayó de rodillas al suelo de madera del lugar. Cayó y rompió a...¿Llorar?

¿Por qué demonios un ser tan perverso lloraba? ¿Por qué sollozaba de ese modo? Se estaba rompiendo la garganta a los gritos en desconsuelo, como un chiquillo al que le habían roto el corazón.

Verlo tan vulnerable, tan roto; con unos sentimientos tan genuinos, pero a la vez tan oscuros me hicieron recordar quién era él. Quién era yo. Quienes éramos ambos. Y el saberlo me dolía. me destrozaba el alma y el corazón; porque no lo pude salvar. No me pude salvar.

Verme en esa escena tan dantesca, hacía que cientos de escalofríos me recorriesen la espina dorsal. Me dejaban sin energía, sin alguien a quien acudir.

Al verlo así, yo también caí arrodillado y le dije, con toda la sinceridad que quedaba en mi afligido corazón:

—Lo lamento, por los dos.

Una de sus lágrimas murió sobre mi piel. Solté un grito herido: sus lágrimas eran extrañas, pues no eran sólo fluido parecido a agua salada. La sensación al tenerla sobre mi muñeca fue como de una quemadura.

Lágrimas de fuego y ojos rojos. ¿Se podía ser más extraño?

Sentimientos Sangrientos (Lis Version)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora