Diecinueve: Todos tenemos algo que decir.

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Peter:

Allí estábamos, entre esas cuatro paredes verde menta. Sin saber si las corrientes de frío que sentía eran por el clima europeo o por mi propio estado de ánimo.

Ella me observaba, con esos ojos cristalinos y comprensivos.

Pero no, a pesar de que el chico rubio había aparecido por millonésima vez entre los enigmas de una nube oscura y me había alentado a decirle la verdad, a bajar el telón de la función de mi vida, no. Era incapaz de decírselo, nadie creería que el de cabellos dorados había sido el culpable de encontrarme así otra vez.

Escuchamos unos pasos apresurados de botas de invierno, aproximándose a la habitación.

—¡Peter! ¿Qué te pasó, hijo?

Mi madre había llegado. Me envolvió en sus brazos, formando un cálido abrazo. Fue como un susurro de afirmación. Un susurro maternal donde por primera vez en mucho tiempo, volví a sentirme amado.

Se veía bien. No tenía ojeras, ojos enrojecidos o el habitual cigarrillo en su mano. Se veía como la madre que creí haber perdido.

—Estoy bien, mamá. Tranquila.

Quería que ese abrazo que me había dado significase que no estaba solo, que no lo estaría nunca más. Que estaría para mí a pesar de lo que había hecho, y que bailaríamos juntos sobre las llamas del infierno en el que estaba viviendo.

La tranquilice un poco. Respiró profundo y preguntó:

—Y, ¿quién es esta señorita?

—Ella es Brooklyn, mamá. Es...Una amiga.

—Encantada de conocerla, señora. —comentó Brooklyn con alegría.

Pasamos un rato juntos. Luego, la que me llevó en su vientre dijo que se había encargado de todo y que cuando me dieran de alta podría regresar a casa. Se despidió con dulzura, depositando un beso sobre mi frente.

Y entonces, Brooklyn exclamó:

—¡Tu madre es increíble!

...

Una semana después me reintegré al colegio. Brooklyn no estaba allí.

—¡Oye, cerebrito Adams! Hemos oído que la que se cree muy brillante de todo este salón te fue a visitar el viernes pasado. Tranquilo, amigo, sabemos que es increíble entre las sábanas.

El día transcurrió igual que los demás: lleno de burlas e insultos subidos de tono de parte de esos tontos. Yo prefería mantener un perfil bajo para evitarme cualquier problema.

Pero es que ni siendo así era posible existir y educarse en East High...

—Peter, necesito hablar en privado contigo. —me llamó la señorita Clark.

¿Qué había hecho ahora?

Nos dirigimos a su oficina. Mis manos estaban sudando.

Evidentemente yo no había hecho nada, pero sabía muy bien que a los que les encantaba hacer otro tipo de cosas en los bailes escolares como las que había presenciado, eran capaces de inventar algo y culparme. Y todo era tan estupendo que la señorita Clark se lo creería.

Nos sentamos frente a frente. Aquella oficina equipada con libros de todas las clases que seguramente esa dama jamás había leído en su vida tenía los más hermosos adornos, pintura fresca color violeta y plantas falsas en las esquinas. Yo fijé mi atención en una de ellas, su mirada penetrante y todo menos receptiva me helaba demasiado los huesos como para enfrentarla.

—He notado, joven Adams que eres uno de mis peores estudiantes. No llegarás a nada en esta vida. —soltó, con mezquindad. Sólo eso. Sus palabras eran tan oscuras e insensibles como su mirada.

¿Qué demonios se supone que iba a contestar? ¿" Gracias, profesora por destruir mi autoestima"?

—El mundo está lleno de estudiantes incapaces como tú, Peter. —prosiguió, al ver que yo guardaba silencio.

Pero ya no. No más.

Me armé de valor y respondí:

—Pero también abundan los docentes mediocres como usted, señorita Clark.

Ante esto, se quedó sin habla observándome. No quería aceptar el impacto de sus palabras hirientes e imprudentes. Tal vez tampoco podía creer que el estudiante más callado del salón también tuviese algo que decir.

Y es que siempre lo tenemos, ya que todos somos importantes para la construcción de una vida y buena convivencia. Seamos grandes o pequeños, todos tenemos un rol que puede hacer la diferencia.

También, a pesar de que por estas palabras me suspendieron por una semana más, al menos pude defender mi posición y demostrar que también estaba harto de ser tratado de esa forma.

Sin importar si fuese mucho o poco, yo importaba. Todos lo hacíamos. Todos aquellos que se preocupaban por hacer del mundo un lugar menos agobiante.

Sentimientos Sangrientos (Lis Version)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora