Treinta y dos: El hombre del cigarrillo.

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Brooklyn:

Y así, el sentimiento de que iba a fallecer llegaba de nuevo.

"Oh, niña, ¡vas a morir sola en una total oscuridad!".

Sudando de forma incontrolable, en mi mundo alucinatorio, iba corriendo. Escapando de él. O ella. O lo que quiera que fuese aquello que había creado el mundo de penumbras que me había atormentado desde hacía tanto tiempo.

Era una voz oscura, que me producía una idéntica sensación. De que me habían robado el alma y suprimido todo a mi alrededor.

—Me voy a llevar toda tu felicidad, todo lo que alguna vez conociste como "estabilidad". Sonrisas, sosiego y paz. —informaba triunfante.

A veces tenía personalidad incluso de poeta, ya que algunas cosas que me decía rimaban, pero su prosa era repugnante y enfermiza. No contaba con la sensibilidad de un verdadero artista de la palabra. Sólo era así por mis anhelos, pues yo, su prisionera, amaba leer poesía.

Y así era todo con él, con su voz. Tomaba lo que más amaba y lo retorcía a su antojo, para luego escupírmelo en la cara y hacer que estuviese aterrada de volver a interactuar con ello. Joder.

—Hola, Brooklyn. —escuché que me saludaban, aún en el trance alucinatorio.

Alguien me llamaba, así que intenté abrir los ojos y me encontré en un camino terroso y rocoso, repleto de hojas secas y rodeado por varias tumbas. Lo engalanaban (si es que un sitio así de escalofriante se pudiese ver agradable), varios árboles con raíces retorcidas.

Sentí mi cabello moverse con el helado viento. Pero esta vez no dejé que me paralizaran sus juegos. Esta vez, iba a descubrir qué tramaba mi cerebro.

Me sentí sonreír. Por primera vez en muchos años, esta sonrisa no era falsa.

Aparecieron otras personas vestidas de blanco que, con sus pies descalzos, danzaban sobre la piedra de sus tumbas. El ángel de la muerte las recibía. Aquella figura negra me tomaba entre sus huesudos brazos y me elevaba al cielo: mi alma finalmente descansaba en paz.

—Un corazón se aflige cuando una expresión no genuina de felicidad ilumina el rostro de la persona. Sólo el alma sabe cómo se siente en realidad. Muchos así caminan como si aún estuviesen vivos, pero la triste verdad...Es que su ser ya ha muerto. —me dijo, estando ambas en el aire.

—Es verdad —respondí.

Algunas personas mueren cuando el amor se desvanece.

Muchas almas ya no viven, pero su corazón aún late.

—¿Es este el final? —le cuestioné cuando al fin tocamos suelo de nuevo y sentí una molestia cercana al corazón—

—No, Brooklyn. Este es sólo el principio.

Y así, apaciblemente, cerré mis ojos.

...

—Brooklyn, despierta. —oí que me susurraban, mientras zarandeaban mi cuerpo con delicadeza para que volviese en sí. Lo hice, aunque me era casi imposible mover el cuerpo.

La voz que me hablaba era igual de oscura que la siempre me acompañaba. Oscura, profunda, seca. Pero había algo más en ella que no me aterrorizaba.

La voz que había fabricado aquel mundo de sangre y juegos retorcidos me tenía como su rehén. Esta, en cambio, me invitaba a vivir, a pesar de su tinte oscuro.

Cuando abrí los ojos y me incorporé en la orilla de mi cama, pude vislumbrar a un hombre que descansaba sobre una silla, observándome con una mirada inquebrantable.

—Por favor, no me lastimes. —le supliqué. Ya a estas alturas todo lo que hacían esos seres era traerme más y más dolor. Agonía. Destrozarme el corazón. Ya estaba harta, pero no tenía fuerzas para luchar en ese instante.

Sin embargo, al notar mis ojos asustados; casi al borde de las lágrimas; él me tranquilizó diciendo:

—No vengo a lastimarte.

Aquella declaración me sorprendió un poco, pero lo que dijo después terminó por confundirme:

Debido al humo del cigarrillo que sostenía en su mano, mis ojos tan sólo deseaban cerrarse de nuevo y mi alma volver a dormirse. No obstante, lo disipó un poco con un ademán y reconoció, tal vez con algo de pesar, lo siguiente:

—Sé que hasta ahora lo único que has conocido es dolor, Brooklyn.

Yo asentí, a lo que él respondió:

—Y por eso estoy aquí.

—¿Eres real? —le pregunté, aún más confundida.

—Siempre he estado en tu cabeza. Simplemente no te habías percatado de mi presencia allí.

—Tengo miedo. —confesé, temblando.

—El miedo siempre está en nuestros corazones. Pero debes ser valiente.

—¡No soy valiente! ¡Soy débil y tonta! —contradije

—Eso es lo que él te ha hecho creer.

Y así, entre el humo de tabaco apareció la silueta del sujeto vestido de negro, aquel que había hecho que mi vida se cayera a pedazos.

—¡Él siempre tuvo razón!

—Eso no es cierto, querida. —me consoló, con dulzura— Hay muchas personas que se preocupan por ti.

Las siluetas de Peter y de mi madre aparecieron a mi lado

—¡A él no le importa! ¡A nadie le importa!

—Si a él no le importaras...—explicó, sin perder su serenidad. Yo ya estaba empezando a exasperarme— Si no fueses importante para él, no hubiese dicho esto:

Hizo otro ademán. Más nubes de humo me cubrieron hasta que, a través de una de ellas pude distinguir esos ojos azul intenso. Esta vez, no estaban como el clima de un día entristecido. Esta vez, nada los opacaba. Eran una mirada índigo.

Sí. Índigo: intensa, sincera, apasionada. Allí estaban esos ojos mirando hacia un atardecer que prometía un mañana mejor. Y así, pronunciaba estas cálidas palabras que hicieron volar a mi corazón.

"¿Brooklyn? Esa chica ilumina mi mundo".

Más siluetas y esa mirada iban apareciendo. De cosas que él comentaba en casa, a su madre después de esos horribles días en el hospital. Los escuchaba reír. Los escuchaba ser una familia de nuevo.

—¿Me crees ahora?

—Yo...No puedo ser su centro de rehabilitación, él tiene que mejorar por sí mismo. —reflexioné.

—Centro de rehabilitación, no. —observó él— Pero sí aquella mano a la que pueda aferrarse mientras él mismo va desechando los obstáculos en su camino. Junto con su madre, son el único apoyo que le queda.

—Y, ¿qué pasa si estoy asustada? ¿Qué pasa si tengo miedo?

—Ya te hablé de los obstáculos de Peter. Pero creo que uno de los tuyos es el miedo. El miedo es lo único que debes dejar atrás ahora. Soltar, y creer en ti misma.

Las nubes grises hechas por el humo de tabaco cubrieron de este modo toda la habitación.

Por primera vez en mucho tiempo, me permití crear algo de esperanza en mi corazón. Así que, con miles de pensamientos y sueños colgantes, recosté mi cabeza en la almohada y me transporté al primer buen sueño que había experimentado en un largo periodo.

Sentimientos Sangrientos (Lis Version)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora