Brooklyn:
La luz de una mañana Londinense me daba la bienvenida al salón de clases, una vez más, en un nuevo día.
Sabía que mis compañeros se burlarían de nuevo, vociferando frases como "Hola, maldita" o "Buenos días, estúpida".
Cabe destacar que no era lo único que me decían, pues de sus bocas salían palabras tan traumatizantes y censuradas que, es mejor para mí, por primera vez en mi banal existencia quedarme callada.
¿Por qué el mundo es tan cruel?
—Todo lo que te dicen es verdad, ¿me entendiste?
Sí. La estúpida voz de nuevo.
Lo que deseaba con todas las fuerzas de mi alma era que todo parara, todo parara de una buena vez.
Las voces, las alucinaciones, los portazos...
Y aquí es cuando me daba cuenta que a veces, el simple hecho de levantarte de la cama, es una victoria.
Seguir de pie, con o sin medicación, librando una batalla con tu mente mientras en el exterior todo parece estar bien.
Es una jodida victoria, y todos somos campeones por seguir aquí, con esperanza y luchando.
Me senté en mi lugar habitual y noté que Peter no estaba.
—¿Dónde está Peter? —inquirí, enfrentando a la supuesta "profesional Clark" mirándola a los ojos.
—En el hospital. —espetó, desviando los ojos, regalándome indiferencia. No me podía importar menos.
Tuvimos clase de literatura. Algo aburrida. Me gustaba más la literatura clásica, tendía más a la poesía que a lo que se consumía hoy en día por los chicos de mi edad. Sí, no me había ganado el apodo de "el ratón de biblioteca" por nada.
Quería ser recordada entre letras, no entre lágrimas. Que me recordasen al abrir un libro nuevo en vez de una botella de whiskey o un paquete de cigarros. No escribía. Se me daba fatal. Pero cómo amaría hacerlo.
...
Al salir de ese lugar, finalizando un día en el que mi corazón terminó por colapsar y mis manos por temblar, decidí ir al hospital a verle.
Caminé por entre las calles de aquella fría pero encantadora ciudad, con el miedo atravesándome la piel, sintiéndome desnuda pasando por lugares que conocía tan bien.
Siempre era así cuando salía del instituto, me carcomía el miedo de ser tocada injustamente por algún mendigo y no poder hacer nada al respecto.
Mi madre me amaba al igual que yo a ella, pero no podía evitar sentirme culpable por no haber hablado a tiempo respecto al abuso que sufrí. Que el trauma se hubiese instalado de ese modo en mi corazón y subconsciente, hasta el punto de pensar que todas las personas que se me cruzarían de ahora en adelante iban a tener las mismas intenciones.
Joder, ¿dónde estaba el doctor Adam cuando más se necesitaba?
A pesar de todas las suposiciones erróneas de mi mente, intenté disfrutar el presente, que era lo que más me quemaba el alma y que había sido uno de los últimos consejos que el doctor me había dado en nuestra última consulta hacía ya tantos meses.
«Sé que no es fácil, Brooklyn. Mucha gente ha invalidado tu dolor, y eso es muy injusto. No te pido que dejes atrás aquellas manos, no te pido que "lo superes y sigas adelante" porque ambos sabemos que una cuestión de estas no se sana así, sin embargo; te invito a que cada vez que esas manos te intenten visitar en sueños o tus propias alucinaciones, las reemplaces con las que, en vez de tormentos, te han dado amor. Las que, en vez de danzas morbosas y risas pervertidas, te han dado sinceras caricias y protección. Las de tu madre, las de Emma, las cuales no se quebrarán con el veneno del llanto en el hermoso regalo de tu presente, jovencita. Un presente donde finalmente puedes ser tú misma.»
Su mirada aquella vez, fue como si traspasara la mía. Me ofreció una caja con pañuelos al ver que mis ojos estaba llenándose de lágrimas.
La psiquiatría era una profesión genial. La psicología también. Era algo más que "tratar con lunáticos" todo el día. Significaba curar las heridas del corazón y enseñar a los pacientes a cómo lidiar con sus propias adversidades vivenciales.
Al compás de estos pensamientos, ya me encontraba frente a las puertas del hospital. Cerré los ojos, respiré hondo y escuché ecos de mi nombre. Alguien lo pronunciaba.
—Señorita, ¿todo está bien?
Era una enfermera qué había salido a ver qué me pasaba. Aparentemente me había quedado estática allí parada.
—Sí, sí. No pasa nada. ¿Cuál es la habitación de Peter Adams?
Ella respondió y se dirigió conmigo hacía dicha habitación. Noté que al llegar se intercambiaron miradas, él como suplicándole que no me dijera nada, a lo cual ella obedeció. Acto seguido, me dedicó una sonrisa jovial y se retiró del lugar.
—Hola. —dije, finalmente.
Había un leve tono dulce en mi voz, juro que no sé de dónde vino ni por qué.
Su rostro había palidecido aún más. La bata de hospital que llevaba tan sólo le restaba luz al resplandor de sus ojos. Al escuchar mi saludo, él simplemente esbozó una sonrisa.
—¿Quieres decirme qué ocurrió?
—No es nada. —respondió nervioso, mirando al suelo.
Para ser honesta, sí quería saber qué le ocurría. Sabía que no podía ser su único centro de rehabilitación, pero al menos podía ser una amiga que lo acompañase en cada piedra del camino hacia la sanación, porque estaba claro que le faltaba apoyo.
Por qué se sentía así, por qué lo había intentado otra vez...
Aunque esa pregunta ya tenía una respuesta.
Y es que el mundo está lleno de corazones incomprendidos. Almas que se pierden buscando una respuesta, respuesta a todo el ruido que hay dentro de su cabeza. Porque la mente humana es así. Muchas veces, por más que queramos, no para.
Sigue maquinando cosas, ideales, trayendo viejos recuerdos de vuelta.
Y a veces eso, nos puede hacer más daño del que creemos.
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Sentimientos Sangrientos (Lis Version)
Teen FictionEn un Londres aparentemente tranquilo, hay una chica que lidia con voces en su cabeza debido a su exacerbada emotividad y diversos traumas del pasado. Conoce a un chico que, igual que ella, no sabe controlar sus demonios internos en esta lucha que l...