Epílogo:

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—Hola, Brooklyn. —saludó cordial el profesional de salud mental.

Adam Warren era un hombre bien parecido, de treinta y ocho años de edad que se dedicaba a la psiquiatría desde hacía una década. Era relativamente joven para la experiencia y la demanda que tenía, trataba a sus pacientes con integridad, paciencia, sensibilidad.

—Supe lo de tu amigo. ¿Quieres hablar de eso? —cuestionó, al ver que la joven lo saludaba de una manera algo apagada. No era propio en ella. Brooklyn era muy extrovertida normalmente.

Negó con la cabeza.

—Está bien. ¿De qué quieres hablar entonces?

—Necesito ayuda. Siento que voy a morir y estoy muy aterrada. Ellas me quieren matar, y sé que es imposible que eso suceda, pero a veces también siento que me estoy volviendo loca y ya no puedo con el dolor.

Se cubrió el rostro con ambas manos, ansiosa.

—Bien, quiero que sepas que esa es tu mente intentando decirte todas estas cosas, pero no siempre lo que nos dice es cierto. Sé que tienes miedo, pero todo va a mejorar. Lamento no haberte podido atender antes. ¿Qué medicamentos estás tomando?

Ella levantó los dedos de su mano enumerando las cinco pastillas que tomaba. Antidepresivos y estabilizadores del ánimo, con nombres tan sofisticados que los llegó a pronunciar mal.

—Pero creo que me urge un ansiolítico. —mencionó, al ya acabar.

—Está bien, está bien, doctora. —le sonrió— Veo que te conoces, conoces tu cuerpo, pero aún no sabes lo valiente que eres.

—Le dije que no quiero hablar de Peter.

—Nunca hablé de él. —observó el doctor— Digo que eres valiente por todo lo que logro percibir en ti. Lograste aguantar todo este tiempo, aun sigues aquí. Siempre has podido con el dolor, con todo lo que la vida te arroja y sé que no es para nada justo, pero si sigues aquí es porque fuiste enviada con un propósito, Brooklyn.

Ella sonrió.

—¿Por qué siempre tiene las palabras correctas para todo?

—Eres muy amable, pero creo que he aprendido a reaccionar ante los sentimientos de la gente con el tiempo. Es mi trabajo. ¿Estás durmiendo bien?

—Tengo pesadillas, tiemblo, alucino, siento que me tocan de nuevo. ¿Eso es normal en la esquizofrenia?

Él asintió.

—Mierda.

El doctor rio.

—Veo que tu espontaneidad no se ha alterado en lo más mínimo. Eso es bueno.

—¿Dije eso en voz alta? ¡Rayos!

Un coro de risas sinceras resonó en la habitación llena de libros y fotografías de los hijos de Warren. A Brooklyn le agradaba ese tipo.

—También he estado teniendo migrañas. Muy fuertes, me tiran a la cama. —le comentó ella, al fin.

—Te haremos unos estudios, pero mientras tanto, también te recetaré un anticonvulsivo y te referiré al neurólogo, ¿está bien?

—¿Por qué, doc? ¿Por qué las cosas siempre tienen que ser tan difíciles?

Adam miró sus apuntes, reflexivo, meditó un poco y respondió:

—Sé que parece que todo esto es un juego de nunca acabar, pero a veces al aprender a vivir en paz con ello, se está más tranquilo. Así tu alma puede respirar.

—Gracias, doc. Usted es la onda.

Se dedicaron un último saludo, un corto abrazo y la muchacha salió de la habitación.

Pasaron tres años. En efecto, su alma pudo respirar. Las alucinaciones no se fueron, porque no es lo que hacen, pero al fin pudo encontrar la manera de convivir con ellas, y encontró la paz.

Vivió, pero sobre todo...

Nunca volvió a dejar que las lágrimas opacaran su verdadera sonrisa.

Fin.

Sentimientos Sangrientos (Lis Version)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora