Trece: Duerme bien, princesa.

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Peter:

El chico rubio me observaba desde un rincón del salón de clases y mientras decía:

—No la dejes ir, amigo. Toma su mano y no la dejes.

Al decir esto, chasqueó sus dedos y con esta acción, las paredes a nuestro alrededor se derrumbaron.

—Peter, a nadie le importa tu existencia...

—¡NO, no sigas! —exclamaba.

Y entre las borrosas palabras de "ella te odia" por parte del de cabellos dorados, escuché un "¿Peter, estás bien?", viniendo de su voz. Al enfocar más la mirada, todo ese caos se había desvanecido y ahora sólo la veía a ella.

—Eh...Sí, estoy bien.

¿Por qué me sentía así cuando estaba con ella? Era como si, cada vez que estábamos juntos, aquellas paredes que el joven de cabello rubio había derribado, se reconstruyesen ante mis ojos. Pues, era como si ella y yo luchásemos  por poner en el lugar correcto cada ladrillo, para que el resultado final fuese encantador, como el destello verde en sus ojos cada vez que la observaba.

La tomé de improviso de la mano y con una mirada de complicidad la llevé hasta un lugar que sólo yo conocía. Un salón antiguo que no se usaba desde hacía mucho tiempo en East High.

—¡Aquí un malvado asesino le quitó la vida a su primera víctima! —comenté, bromeando. Obviamente era sarcasmo.

Sin embargo, el suspenso se reflejó en su mirada. La especie de estúpido espectro fantasmal, o lo que fuese aquel chico rubio volvió a aparecer a sus espaldas. Observándome con esos ojos rojos como rubíes, exclamó:

—¡Hazlo!

Y así, con la poca compostura que me quedaba, abrí la boca y balbuceé las siguientes palabras:

—Brooklyn, tengo algo que decirte.

Pero fui interrumpido por el profesor de matemáticas:

—¡¿Qué rayos hacen aquí?! ¡En este salón no se entra!

...

Ese día, cuando llegué a casa, me percaté de la ausencia de mi madre. Quizá había salido a hacer la compra.

—Tómalas, Peter. Hazlo.

La voz del de la mirada roja me estremeció. 

—¡Tómalas, inepto!

Para ser un fantasma o mensajero del infierno, tenía una fuerza sobrehumana. Me tomó por el cuello y, ejerciendo presión, introdujo una gran cantidad de la droga en mi boca. Esta vez eran somníferos, que mi madre tomaba con menos frecuencia para calmar su mente por un rato, en el país de los sueños.

—Duerme bien, princesa —concluyó el espectro fantasmal.

Y entre un torbellino de falsos colores, dolor en el pecho y respiración irregular; cerré los ojos. Todo al ritmo de su risa, que me taladraba el cerebro. 

Sentimientos Sangrientos (Lis Version)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora