Treinta y siete: Un cerebro diferente.

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Peter:

En los delirios de mi propio cerebro, pues creo que yo también compartía eso con Brooklyn. Ambos compartíamos las noches en vela, a la luz de una chimenea, preguntándonos cuando acabaría todo esto.

Ambos le hablábamos a la luna, como nuestra fiel compañera, cuando el ruido en nuestra mente era demasiado para luchar contra él.

Y...¿Era acaso una alucinación el chico rubio? ¿Era verdad todo lo que ella me había contado sobre lo que ocurría en su cabeza? Nunca la pondría en duda, porque sabía que el dolor a veces era tal que se nos escapaba de las manos. A veces, llegaba a ser tan fuerte, que se transportaba a lugares más fuertes que nosotros: nuestra psiquis, y alteraba el funcionamiento de nuestro cerebro exacerbando nuestro sentir también.

Lo sabía porque las drogas solían tener efectos parecidos en mi madre. Claro, eran casos muy diferentes.

—A veces desearía arrancarme la cabeza y sustituirla por otra completamente sana, ¿sabes? Una que no tuviese este cerebro tan químicamente desbalanceado. —me confesó un día, mientras mirábamos un partido de futbol en el campus del instituto.

Entre los canticos de triunfo cada vez que nuestro equipo anotaba un gol, me pudo contar toda su historia sin miedo a que la juzgara. Yo era un chiquillo, no era nada en comparación a la inmensidad contra la que, tal vez ambos estábamos luchando.

—Lo extraño es que, en ninguno de los exámenes médicos que me han hecho se ve una alteración. Todo está en orden aparentemente. O tal vez vivo en una mentira que me digo a mí misma todos los días y noches de mi jodida vida. —observó con una sonrisa irónica— Es como vivir con vecino parlanchín: nunca se calla ni lo dejas de ver, pero, ¡cómo irrita!

—Y, ¿qué es lo que te dice ese vecino? —me armé de valor para preguntarle.

Y allí su mirada verdosa se perdió entre el campo triunfante de balones y chicos correteando.

—Anoche, por ejemplo...Le pregunté quién era, pues es algo que siempre he querido saber, ese sujeto oscuro que en lugar de ojos tiene agujeros en vertical y dientes afilados.

—¿Respondió tu pregunta?

—Es lo que siempre hace. Hablar. Hablar tonterías. Porquería sin sentido. Sin embargo, esta sí lo tenía: dijo que era la personificación de todos mis miedos, esa voz que tanto me atormenta y mi mayor desgracia.

Luego me contó que, a pesar de que esas cosas no eran reales, cuando la apuñalaban con las cosas que llevaban en mano, ella también las sentía. Porque se podía alucinar con los cinco sentidos.

—No diré que te entiendo porque no he pasado por lo mismo y no puedo igualar nuestros pesares, pero, ¿sabes algo?

Y así, pude detallar cómo los rayos de un tenue sol chocaban contra su largo cabello, haciendo que se viese un poco más claro. En esta hermosa posición, sentada sobre las gradas mirándome y sonriendo, dije finalmente:

—Yo no desearía haberte conocido con un cerebro diferente. Y sé que no soy el único que piensa así.

Sentimientos Sangrientos (Lis Version)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora