Cuarenta y cuatro: El personaje del cuento que hemos olvidado.

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Brooklyn:

—Ahora quiere que te alejes de él porque das asco. No vales nada.

Podía escuchar cómo la voz aparecía de nuevo, diciendo esas cosas.

Siempre era así y era lo que me tenía más harta de todo esto. Volvía con la más mínima cosa, el más mínimo gesto que alguien o algo me daba. No podía tener una vida normal, a veces sentía que ni siquiera yo era normal.

Y vivir con esquizofrenia era un maldito infierno.

Sin embargo, elegí rememorar todo lo que había vivido con el de mirada parecida al firmamento, sin importarme si todo eso se iba esfumando ante mis ojos como flores que morían en una cruel tarde invernal.

Estaba caminando en soledad por las calles de mi hermosa ciudad.

Y aunque Londres era hermosa y en ese momento parecía estar a estallar de vida y felicidad, yo no lo estaba.

¿Por qué creí alguna vez que merecía algo de amor?

Me senté en el frío pavimento, a los lados de una carretera que le daba la bienvenida a dos o tres autos nada más. El centro era el que estaba más activo a esas horas.

 El cielo ya se estaba pintando de un colorido atardecer.

Pensé en cómo me hacía reír, la manera en la que trabajábamos juntos, aquella noche en la que prometí que siempre estaría a su lado.

Pero él ya no estaba del mío.

—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —dijo George, acercándose.

Mentiría si dijese que no me sobrecogió un gran miedo debido a los eventos ocurridos la otra noche en su casa, pero actué indiferente diciendo:

—Ve a buscarte un cerebro, George.

Me levanté con deseos de irme de inmediato, pero él empezó a seguir de manera rítmica mis pasos mientras decía:

—Así que Peter Adams ya no te quiere más en su vida, ¿eh?

Había deleite en su voz. Era repugnante.

—¿Por qué será? —continuó, mientras me seguía.

—George, sólo esfúmate.

Sentía sus perturbadores ojos grises como un agujero negro acechándome.

—Pero no te dijo toda la verdad...

Me había dado la vuelta para no enfrentarlo. Pero ese chico poseía una fuerza casi sobrehumana. Así pues, me tomó por los hombros, me dio la vuelta y me pateó en el estómago. Fue tan fuerte que perdí el conocimiento. Mientras todo mi alrededor se disolvía entre lúgubres colores, escuché que decía:

—No hay nadie aquí para salvarte, querida.

Desperté sobre un sillón en una casa abandonada, con vidrios rotos en el suelo, polvo y viejas telas.

—Ya que ese maldito de Peter no quiere decir nada, yo lo haré. Es hora que sepas su verdad.

Estaba aterrada, temblando. George se aproximaba a mí mientras sostenía un cigarrillo.

—Peter Adams va a morir y no hay nada que puedas hacer para cambiarlo. —comunicó, como si estuviese anunciando que se acababa de ganar la lotería.

Densas nubes de humo me agobiaban. No podía respirar.

—¡Deja de mentir, imbécil! —le gritaba.

—Es la verdad, Brooklyn —expresó él— Verás, aquella noche en que nos conocimos, él hizo un pacto conmigo.

Sus ojos empezaron a oscurecerse hasta reducirse a dos agujeros, como la penumbra más despiadada.

—Ahora su vida me pertenece.

Su rostro se enrojeció y empezó a reír. Una risa como el océano más vasto, incierta como los infinitos misterios universales y aterradora como la voz que siempre me acompañaba. Había algo en ella, que no era de este mundo. No provenía de un ser humano.

De esta forma, pude ver cómo unas llamas lo cubrían. El fuego empezó a consumir el suelo.

—¡Soy aquella parte del cuento que todos han olvidado! ¡El monstruo que habita en sus peores pesadillas! ¡Aquel pequeño demonio que cobra vidas inocentes!

Sentí las llamas más cerca de mi piel.

—En ese momento no había nada en la vida de Peter Adams que lo motivara a seguir, así que aceptó venir conmigo a donde se escuchan gritos y los peores lamentos. —explicó.

—¡No, no es verdad!

El fuego me lastimaba cada vez más.

—Es tiempo de que ese desgraciado muera —concluyó.

Y, de esta forma, entre risas demenciales y llamaradas desapareció.

Corrí fuera de ahí, con las pocas fuerzas que aún conservaba. Estaba muy débil.

Me costó mucho, pero finalmente encontré el camino de vuelta a casa. Por suerte, mi madre estaba fuera de la ciudad por trabajo. Me recuperaría un poco antes de que ella llegara.

No, esto no puede ser verdad.

No podía soportar perderlo.

Deseaba que todo formase parte de un sueño retorcido. Quería vivir en un mundo donde no existiesen los sujetos ensangrentados, las voces que me hacían pésima compañía y que, de alguna forma, Peter siempre estuviese conmigo.

Pero sabía muy bien que nuestra historia terminaría de otra manera.

Sentimientos Sangrientos (Lis Version)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora