Cuarenta: Bienestar, no locura.

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Peter:

¡Oh, Dios mío! ¿Qué he hecho?

Pasaba mi mano con delicadeza por su cabello.

Lo sé, fui un tonto. No debí haberla dejado ir sola.

—¿Peter? —pronunció débilmente, cuando ya se había recuperado de las convulsiones— ¿Cómo supiste qué debías hacer para que esto se detuviese?

—Tu doctor. De tanto indagar encontré su número personal, y de casualidad me atendió. Cuando supo que se trataba de ti, me dijo qué debía hacer y que lamentaba no poder atenderte él mismo.

—Todo pasará. Siempre pasa, aunque parezca que no, siempre saco fuerzas de donde no las tengo para seguir adelante.

Estábamos en mi casa, intentando curar sus heridas.

—Ven aquí. —dije, con dulzura.

Le dediqué una sonrisa. Con sinceridad, con plenitud, agradeciéndole por haberme devuelto quien yo era en realidad. Por haber hecho que mi madre y yo tuviésemos algo positivo de qué hablar.

Puse una gasa mediana en el moretón de su frente y limpié con algodón y solución antiséptica los otros moretones.

—Lo siento.

—No tienes por qué disculparte. Tú no querías ir por una buena razón y yo fui testaruda. Ese chico está loco, aunque no me gusta utilizar ese término para describir a las personas.

Yo la miré arqueando una ceja, confundido.

Ella respondió a esta expresión explicando:

—Cuando la gente sabe de mi diagnóstico, muchas veces me llaman "loca", porque se ha creado un prejuicio en la sociedad de que los que van al psiquiatra están locos. De que sólo porque se tiene una enfermedad mental, se es un "lunático". Pero no es así, ¿sabes? Soy una chica completamente normal, simplemente tengo algo que es parte de mi identidad como persona. No me hará la joven más "cool" o interesante de la vida, pero es lo que soy y ya.

Se encogió de hombros y pude ver que una lágrima casi imperceptible corría por su mejilla hasta morir en su suéter color azul celeste. Pude notar que le dolía todo lo que me estaba contando y que no era fácil para ella hacerlo.

—Ve al psiquiatra por bienestar, no por locura. —le respondí, mientras entrelazaba nuestras manos.

Me lanzó una mirada de soslayo. Las esmeraldas de sus ojos se veían hermosas con el pequeño sol de la mañana.

—Creo que, ir al psiquiatra indica bienestar, no locura —expliqué yo, repitiendo mi argumento— Pues, uno va porque quiere consejos para calmar una mente que a veces está desbocada. Pero que esté desbocada no significa que el que la tenga, sea una mala persona. Sólo la gente que desea sentirse bien consigo misma busca estas herramientas, así que, cuando uno lo hace, considero que debería indicar bienestar; no que se está loco de remate.

—¿Por qué de repente me dices todas estas cosas? —preguntó, como extrañada.

—Porque para mí, las personas como tú no están locas, Brooklyn.

Hubo un silencio como de diez minutos, que ella rompió con un sarcástico:

—Ya veo por qué nunca me invitaste a tu casa. Es repugnante.

Ambos reímos al unísono.

Luego, la acompañé a tomar el autobús rojo hasta su casa. Los moretones estaban menos pronunciados. Su madre había recibido una llamada del doctor, le había dicho que su hija había convulsionado, pero no mencionó a George.

No sé cómo salimos de esa sin que Alice me odiase a muerte, pero lo hicimos. Todo gracias a que la madre de Brooklyn confiaba en mí, y en lo que sea que le haya dicho el doctor.

Aquella noche, el de cabellos dorados me visitó nuevamente.

—¿Qué vas a hacer, con exactitud, eh? —me preguntó.

—¡No me sigas presionando, por favor!

—Tic tac, tic tac. —respondió él, imitando el sonido de un reloj y haciendo como si tuviese uno en su muñeca, recordándome que el tiempo se me estaba acabando.

—¡Ya lo sé! ¡Es que no quiero abandonar lo que he construido aquí ahora! Mi madre y...Ella.

—Así que al fin reconoces que te importa...

—Tal vez. —le respondí cruzándome de brazos.

Me sentía muy solo antes de conocerla. Antes de arreglar las cosas con mi madre también. Por esa época pensaba que abandonar este mundo era la única salida para el dolor. Y ahora no quería irme.

—Así que, ¿se lo dirás? —cuestionó el chico rubio, mientras me observaba desde lo alto de mi habitación. Había levitado hasta allí.

—Supongo que sí. Pronto.

...

Dos noches después vi a la joven que mi padre había asesinado.

Mis ojos se perdían en su silueta. Contemplaba su vestido largo y vaporoso.

Las anteriores ocasiones en las que me había visitado, su alma había estado en paz conmigo y con lo que mi padre le había hecho. Pero esa noche, la sangre llamó, corrompió su alma y le susurró al oído sólo una palabra: venganza.

—Vengo a recordarte que eres un desalmado. Es hora de enviarte a donde perteneces. —espetó, al aparecerse.

De esta forma, pasó sus dedos medio e índice por mi rostro. Una gélida sensación se adueñó de mi piel hasta hacerme temblar.

—Pero primero, déjame mostrarte algo. —informó.

Una silueta apareció a su lado, entre una nebulosa de brillos. Era yo, mucho más pequeño, aquel día en la playa. Cuando mi sonrisa era genuina, cuando mi madre me sostenía en sus brazos y ella también era feliz.

En ese momento, yo no la había decepcionado, no estaba buscando tan sólo "arreglar las cosas y seguir adelante", todavía no era un perdedor.

Comprendí inmediatamente lo que intentaba decirme.

—¿Recuerdas cuando no conocías al Fantasma del Fracaso? ¿Antes de que te hicieras todas estas cicatrices?

—Sí —suspiré.

Daría todo por volver a sentirme así.

—¡¿Recuerdas cuando me hiciste esto?!

Sus ojos se habían tornado rojos, al igual que el río de sangre que empezaba a manchar el suelo.

—¡¿Qué haces?! ¡Por favor, para! —le suplicaba.

Aquella presión en el pecho volvió a atormentarme. Poco a poco mi respiración se fue reduciendo.

—Ahora es mi turno de hacerte sentir miserable. —sentenció ella.

Empezó a lesionarme en las muñecas y antebrazos con el hacha que a veces llevaba consigo.

Escuché sus pasos, como el impacto de un tacón alto contra el suelo de madera de mi habitación, a pesar de que ella siempre llevaba sus pies descalzos.

Bajó su rostro hasta nivelarlo con el mío, conectó nuestras miradas. Luego del ataque que me había hecho, sus ojos habían vuelto a su color original. Así, mientras con la palma de su mano cerraba mis párpados suavemente, pronunció estas palabras:

—Perdóname, Peter. Lo entenderás algún día. Todo esto desaparecerá en la mañana.

Había sinceridad en ello. Sabía que me había perdonado hacía mucho tiempo y no estaba en mí  enfadarme con ella por lo que me había hecho esa noche en particular.

Pues ella también era un alma que se había perdido entre las formas de la luna buscando una respuesta.

Sentimientos Sangrientos (Lis Version)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora