Veintitrés: Mi ansiada paz.

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Peter:

La noche siguiente vi a otra figura, pero no era el de las lágrimas que quemaban, sino la de un fantasma que solía conocer; mucho antes de que todo esto pasara.

Estaba en un precipicio, a punto de caer. Junto a mí, se hallaba un sujeto con el rostro desfigurado, vestía de negro. Era El fantasma del fracaso.

Me había atormentado hacía un tiempo, cuando tenía once años, y volvió a hacerlo en aquella gélida velada en que descubrí los verdaderos sentimientos de mi padre.

Era verdad que mi madre había cometido algunos errores en su vida, pero mancharse las manos de sangre no era y nunca sería uno de ellos.

—¡No, déjame! —imploraba una joven a quien él tenía sujetada a la fuerza por la cintura.

—Cierra la boca, preciosa. Así nos facilitarás las cosas a ambos, ¿quieres? —decía él.

Siempre me dijeron que mi padre guardaba escopetas y armas de distintos tipos en nuestro garaje porque le gustaba dispararle a objetivos aleatorios en esas competencias que se originaban en bares y luego terminaban en los campos abiertos, diseñados para eso. Sólo un viejo juego de adultos ebrios, ¿no?

Pero esa noche descubrí que no necesariamente los guardaba para eso. Lo hacía para quitarle la vida a chicas inocentes, como ella.

Luego de golpearla, le disparó en la frente, y con el cuerpo cicatrizado por los moretones de los golpes que había recibido, musitó un último "ayúdame" al pequeño yo que entre las sombras había sido testigo de esa atrocidad. Así, falleció.

—¡Oye tú! —exclamó el monstruo de hombre que me había dado la vida— Mantén esa boca que tienes bien cerrada o...

Hizo el gesto de recargar el arma que sostenía y luego me señaló. Sí, había entendido el mensaje: si hablaba, estaba muerto yo también.

Pero lo que él no sabía era que ya había acabado con las cosas que me mantenían vivo. Mi familia, mi hogar, la felicidad de mi madre, la idea que tenía del amor.

Había acabado con absolutamente todo.

Pero, siendo el niño que era, aún quería ver qué me deparaba la vida. Así que, tomé las piezas rotas de mi corazón herido y con un andar inocente guiado por los consejos maternos, las fui juntando de nuevo.

Las junté hasta convertirme en el joven de esa noche, en el abismo.

El fantasma del fracaso me mostró el espíritu de esa chica, que en esos tiempos no había podido ayudar.

Le dije que lo sentía y lo mucho que me atormentaba no haber hecho nada en ese momento.

Sin embargo, vi que sus ropajes habían cambiado.

Antes, siempre que me la encontraba en pesadillas o delirios mentales, tenía un vestido corto, rasgado y ensangrentado. Ahora, era largo, limpio y cuando caminaba entre las formaciones rocosas del inmenso paisaje donde nos encontrábamos, era tan vaporoso que daba la sensación de que ella también flotaba.

Me miró a los ojos, éstos ya no estaban lastimados o salidos de sus órbitas.

—¡Pequeño mío! —gritó con dulzura y con ambos brazos abiertos.

Yo corrí hacia ellos, sin importarme que ya no era más un niño, y la rodeé con los míos, formando un abrazo sanador y lleno de paz.

Me sentí sonreír, pues ella dijo:

—Qué hermosa sonrisa tienes, cariño mío.

La escuché reír. Una risa melodiosa, apacible y...Libre. Libre del dolor, de injusticia.

Después de esto, levantó mi mentón con la mayor delicadeza del mundo, pues yo me había quedado mirando las hojas secas del suelo. Ella tan sólo sonreía. Lo hacía mientras me decía, depositando un beso sobre mi frente:

—Nada de lo que pasó fue tu culpa.

Entre mariposas blancas, al fin tuve una noche donde la paz reinó en vez de la soledad.

Sentimientos Sangrientos (Lis Version)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora