Peter:
Cuando el amanecer saludó a mi ventana, dándome los buenos días, fui abriendo los ojos y detallé mis brazos. Todo había desaparecido, tal como ella lo había dicho. Todo excepto las cicatrices enrojecidas que decoraban esa zona de mi cuerpo.
Me levanté y fui a la sala. Mi madre había salido a trabajar. Había estado muy bien ese aspecto, incluso podría decir que incluso había dejado de consumir. Tomé un vaso de agua de la cocina y, de camino al baño, escuché unos pasos.
Me daba mala espina, si fuese mamá, se escucharían sus llaves o el rumor de sus zapatos favoritos. Algo no andaba bien. Así que subí a mi habitación y cerré la puerta tras de mí.
—Ten cuidado.
Por primera vez en mi vida, el de cabello besado por el sol me advertía de algo que de otra forma representaría un peligro.
En ese momento, vi cómo los vidrios de las ventanas empezaron a caer.
—¡¿Dónde estás, desgraciado?!
Era mi padre.
Todo mi cuerpo temblaba.
Lo sentía cada vez más cerca.
No quiero que me lastime de nuevo, pensaba.
—¡Abre la puerta! ¡Sé que estás allí!
Sacó un hacha. El agobiante sonido retumbaba en mi cuerpo, como una segura sentencia de muerte.
Me dio taquicardia. Cada latido era una promesa rota, un sueño que se me escapó de las manos, una sonrisa fingida y una historia de sangre donde los monstruos que habitaban en mi vida y en mi cerebro eran más fuertes que lo que con mi corazón en este tiempo había recuperado.
Sentía incontables perlas de sudor descender por mi frente.
Una.
Dos.
Cien.
Hasta que...
—¡No seas cobarde! —exclamó mientras al fin entraba a la habitación.
Contemplé esos fríos ojos azules, que había heredado de él, de aquel hombre que me había hecho tanto daño.
Se detuvo frente a mí, enfrentándome.
—¿Sabes dónde está tu madre? —me soltó, sin más.
—¿Por qué te importa tanto? Nunca la amaste. —respondí, con desdén.
—Hoy vengo a decirte la verdad sobre ella, Peter.
Se acercó y dejó el hacha que había traído consigo en el suelo.
—Esa drogadicta sale por las noches y entrega su cuerpo a miles de desconocidos.
—¡No mientas! —respondí, con un dolor punzante en el pecho. Eso no podía ser verdad. Creía que ya estaba mejorando.
—¡Es la verdad! ¡Esa perra se prostituye para conseguir más de esas píldoras! ¿O crees que no se sabe, ¿eh?
—¡Cállate de una vez, alcohólico!
Y así, sentí la voz del chico rubio susurrando detrás de mí: "hazlo"
Lo golpeé con todas mis fuerzas, sintiendo que en mis manos iba impreso todo el dolor, todos los años de angustia, de abandono, de noches en las que me quedaba dormido en la frialdad de mi habitación llorando porque sabía que vivía en un hogar roto, que mi familia lo estaba; culpándome y sintiendo que yo era la razón.
Su rostro quedó malherido.
—¡No te atrevas a insultarla de esa manera, Steve!
Ahí, ya estaba. No lo llamaría "padre" por un buen tiempo, tal vez nunca más.
—¡Deberías morir de una buena vez, ¿sabes?! ¡Creo que ni siquiera te mereces un funeral decente! —concluí.
Se levantó con las últimas fuerzas que le quedaban y antes de irse tambaleándose, me dijo:
—Tú eres el que debería morir.
Y de esta forma, desapareció de mi vista, dejándome con una punzada en el pecho y la respiración acortada.
A veces no sabía si era mi propia mente.
Si en el planeta Tierra en realidad existían los demonios o el infierno.
O si en realidad, una persona como yo, que había intentado hacer lo mejor con su vida, merecía que le estuviesen pasado todas estas cosas.
Vivir y sentir todas estas cosas.
Pero, entre dulces tonadas de canciones escuché que incluso los ángeles pueden llegar a temerle a la muerte. Y hemos olvidado que el Diablo también es hijo de Dios, simplemente se nos enseñó a odiarlo.
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Sentimientos Sangrientos (Lis Version)
Teen FictionEn un Londres aparentemente tranquilo, hay una chica que lidia con voces en su cabeza debido a su exacerbada emotividad y diversos traumas del pasado. Conoce a un chico que, igual que ella, no sabe controlar sus demonios internos en esta lucha que l...