Reflejo

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Marco no tardó en llegar junto con los médicos y enfermeras, pero era demasiado tarde, quisieron revisar el cuerpo, pero Ace no se los permitió, seguía aferrándose a su pequeño hermano. Sabo por su parte, solo miraba todo a unos cuantos pasos de distancia, no se atrevía a moverse de su lugar, ni mucho menos a acercarse, todo su mundo se había derrumbado en cuestión de segundos y no podía asimilar nada de lo que estuviera pasando, sentía sus piernas temblar y no entendía como aún se mantenía de pie.
Zoro se acercó al cuerpo de su capitán y se arrodilló para verlo mejor. Antes de tan siquiera llegar a la isla en donde estaban, ya había comenzado a prepararse para su ausencia, pero verlo yacente entre los brazos del Portgas y saber que nunca más podría conversar o reír junto con él, lo quebró por completo, su mejor amigo había elegido su camino y él no era quien para impedírselo, solo lo apoyó hasta el final, pero no podía evitar preguntarse...¿cual era la necesidad de dejarlo atrás?, irse de un día para otro, una muerte tan inesperada como lo era el Monkey.
–¡ALEJATE!, ¡Maldito!, ¡de no ser por ti, tal ves el puto equipo médico hubiera llegado a tiempo para salvarlo!–vociferó el pecoso, estando a punto de prender en llamas a toda la tripulación del azabache menor.
–Ace, Sabo, tienen que escucharme–indicó el de cabello verde, tratando de encontrar las palabras adecuadas para explicarles todo.

El Revolucionario, furioso por la reacción tan tranquila de quien se supone era el amigo de su sol, envolvió su tubería en Haki De Armadura y lo golpeó con todas sus fuerzas, sin importarle la reacción del resto. El Roronoa no era ningún debilucho, pudo haber esquivado o simplemente detenido el ataque, pero no lo hizo, no se atrevió a hacerlo, comprendía totalmente aquel dolor tan desesperante que se recibía en el pecho de ambos hermanos y no los culpaba en lo absoluto por estar enojados.
Sabo planeaba seguir golpeando al contrario, quería hacerlo pedazos, pero fue detenido por Robin, quien se interpuso entre ambos.
–Quítate–ordeno en un tono amenazante, pero la mujer no se vio intimidada en lo absoluto.
–Luffy quería esto, lo había planeado desde que hizo el trato con el Gorōsei–confesó, sin importarle ser directa, sabía que ninguno de los dos hermanos se calmaría hasta que les dieran una respuesta clara.

La arqueóloga sentía el gran dolor de haber perdido al único hombre que le dio una razón para vivir sin ataduras, que le ofreció una salida de aquel oscuro pozo de tristeza en el cual estaba hundida, pero no lo expresaría hasta que las dos personas que su capitán amaba más, se tranquilizaran.
–De...¿de que hablas?–cuestionó, sin entender lo que quería decir.

Ya habían pasado tres días desde eso, pero el dolor de la mayoría, no había disminuido en lo absoluto, un sentimiento de pérdida que no dejaba de atormentarlos

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Ya habían pasado tres días desde eso, pero el dolor de la mayoría, no había disminuido en lo absoluto, un sentimiento de pérdida que no dejaba de atormentarlos.
Ambos hermanos estaban sentados en la habitación del menor, con este acostado en la cama, inmóvil, las enfermeras y médicos, incluyendo al reno, se encargaron de limpiar y cerrar la herida, para luego cubrir con un pañuelo blanco su rostro.
El Revolucionario lloraba, implorándole perdón al cuerpo de Luffy, tomando su mano ya fría. Mientras tanto, Ace, por su parte, solo miraba al ex-Marine con un rostro serio, la tripulación de su pequeño sol les había explicado todo.
No sabía desde hace cuánto tiempo habían estado encerrados allí desde que trasladaron su cuerpo hasta su antigua cama, de lo único que estaba consciente es de que su garganta dolía por tanto lamentarse, sus ojos ya estaban rojos y sin poder derramar más lágrimas, puede que ya se haya echo de noche y no se había percatado, las cortinas estaban cerradas y todo estaría oscuro de igual manera.
Alguien entró al cuarto, pero no se molestaron en voltear, este dio unos cuantos pasos al frente y los hermanos lo reconocieron, era Zoro, el segundo al mano de su Luffy.
–¿Que quieres, Roronoa?–pregunto el Portgas, con un tono seco.
–Vine a ver a mi amigo, no tengo que pedirle permiso a ustedes para hacerlo–respondió el de cabellera verde, de una forma cortante.
–No es tu amigo si no le impediste hacer algo tan estupido como...esto–reprochó el rubio, tratando de mantener la compostura.
–Ni siquiera estuvieron allí cuando él tomó la decisión–recriminó el de aretes.
–Apenas había cumplido los 17, pero no pudo vivir más solo porque nadie lo detuvo y le dijo que aún le quedaban muchas cosas por las cuales quedarse–reprochó Ace.
–¿Y qué mierda iba a hacer?, pasó toda su vida en una oficina y cuando podía salir, era para completar misiones, no aprendió nada aparte de matar, estaba cansado de navegar, pero no podía empezar a tener una vida normal después de 10 años, no sabía cocinar, limpiar o mantenerse por sí mismo–explicó el Roronoa, no pensaba que su capitán era inútil, para nada, pero sabía perfectamente que alguien quien tuvo una carga tan pesada, no podría tener aprender todo aquello de un día para otro.
–¡Entonces ustedes le hubieran enseñado!–grito el rubio.
–¡Enseñarle hubiera durado más tiempo del que él podría soportar!, ¡¿acaso creen que yo quería esto?!, ¡¿perder a mi mejor amigo?!, ¡¿renunciar a la única persona que ha valido la pena en este puto mundo podrido?!–los dos mayores se quedaron callados y el tercero se tomó unos segundos para continuar hablando–Quería un hogar, un lugar donde descansar, pero el Gobierno nunca dejaría de perseguirlo, no podía obligarlo a seguir así, sus puños sangrantes después de una pelea y las ojeras que tenía luego de un turno de más de 12 horas.
–¿Y por que eligió irse así?, ¿por que quiso morir a mano nuestra?–pregunto el Revolucionario, más a sí mismo que al contrario.
–Aunque no lo demostrará, odiaba estar solo, supongo que solo quería fallecer junto con las personas por las que lo dio todo...ustedes.

Zoro dirigió su vista al cuerpo de su amigo, viendo como se hallaba un pequeño destello en el arete dorado que le había dado hace ya tiempo, producto del reflejo de la Luz tenue que entraba por la puerta. Se mantuvo unos instantes totalmente inmóvil, recordando a Kuina bajo las mismas condiciones, el silencio, el pañuelo blanco y aquel sentido de soledad.
Apretó los puños, esta ves no sería como esa ves, no se quebraría, porque a diferencia de su antigua rival, Luffy le dejó más que un sueño y una espada, su capitán le dejó una familia de la cual ahora él estaba a cargo. Sin decir nada más, se retiró de la habitación en busca de sus Nakamas, los cuales seguían de luto.

Vida bajo cargoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora