Monkey D. Luffy siempre fue un espíritu totalmente libre, indomable y feroz, como una ola chocando contra la costa, pero había algo que lo limitaba, amor, él lo sacrificaría todo por amor.
Universo alterno. (Luffy Marine)
Contiene escenas violentas...
Todos se reunieron en un lugar en específico que fue sugerido por Ace y Sabo para poder sepultar al Monkey menor, el acantilado donde ya hace tantos años tres niños le gritaron sus sueños al más y al cielo. El ciborg construyó un hermoso ataúd de madera del bosque en el que se crió su capitán, el francotirador lo talló con cuidado e hizo un diseño único, Jinbe fabricó una lapida con las pierdes del Monte Colubo y con ayuda de Robin, grabó el nombre del azabache. Ace, Sabo, Zoro, Sanji, Usopp y Jinbe, fueron quienes lo cargaron hasta el lugar en el que descansaría eternamente, por el camino, Brook tocaba su violín y cantaba una canción que solía relajar al de sombrero, aunque por mucho que intentara, no podía evitar desafinar un poco con sus manos temblorosas y sollozos, él sabía mejor que nadie que a Luffy no le hubiera gustado un ambiente apagado y silencioso, así que por mucho que doliera, seguía cantando. Al llegar, nadie se atrevía a decir nada, los dos hermanos estaban de pie juntos, con expresiones sombrías y sus miradas fijas en cómo el lugar donde se encontraba el cuerpo del menor, era cubierto poco a poco con tierra. Aunque trataban de mantener la compostura, sus ojos revelaban el profundo dolor de verlo irse para siempre. Garp era uno de los que se encargaban de cubrir la tumba, sin importarle manchar su pulcro uniforme o dañar las palmas de sus manos con la áspera madera de la pala, unas ligeras lágrimas corrían por su rostro, el único signo de emoción en su expresión imperturbable. Dadan estaba entre sus subordinados viéndolo todo, tenía los ojos hinchados por el llanto y una clara angustia se marcaba en ella, se encontraba abrumada por la tristeza de perder al pequeño mocoso que solo causaba desastres en su hogar, pero que también traía una enorme sonrisa que ahora se mantendría impoluta en las mentes de todos. A medida que toda la ceremonia llegaba a su fin, cada habitante de la aldea adornaba el lugar con hermosas flores y las pocas fotos que tenían del pequeño. Las personas se fueron yendo cuando comenzó a caer el atardecer, primero la gente de la Villa, exceptuando al Alcalde y luego los subordinados de Dadan, el resto se quedó presente por un buen rato sentados en el pasto verde de aquel lugar tan alejado. Pronto, el Roronoa se levantó y comenzó a caminar hacia el Sunny Go, desconcertando a la tripulación de piratas. –¿A donde vas?–pregunto Chopper con la voz rota, quien seguía con un fuerte llanto. –Es hora de zarpar–respondió con frialdad, pero a nadie le extraño, en todo el funeral no había derramado ni una sola lágrima. –Aún e-es demasiado p-pronto–dijo Nami, en un tono quebrado. –Mientras más pronto nos vayamos, mejor, el Gobierno no tardará en encontrarnos si nos quedamos aquí, ahora somos sus enemigos. –Y eso a quien mierda le importa, sin Luffy, no tenemos ningún lugar al cual ir–discutió Sanji, siendo apoyado por los otros, exceptuando al de cabellera verde. –¿Y entonces que?, ¿planean estancarse aquí?, ¿dejar que todo lo que hizo su capitán por ustedes fuera en vano?, porque todos sabemos todo lo que tuvo que pasar él para que nosotros pudiéramos ser felices, ¿no es así?, cumplir nuestros sueños, tomar nuestras propias decisiones y todos elegimos seguirlo, lo cual hicimos hasta el final, a ninguno lo obligaron y el estupido de Lu realizo hasta lo imposible para que seamos parte de su tripulación, de su familia, somos su legado, la encarnación de su valentía y deseo de aventura, por esa exacta razón no pararemos hasta que por fin conquistemos todos estos malditos mares–se desahogo, sin mirar a ninguno a la cara, concentrado en aquella tumba.
Los Mugiwaras lo observaron, vieron la desesperación en sus ojos, el Vicecapitan no quería dejar a su amigo atrás, pero tampoco deseaba que todo lo que había logrado se desmoronara, a cada uno le dolía de una manera increíble su partida, pero ellos tenían que seguir, por muy doloroso que fuera, no iban a permitir que su esfuerzo se fuera a la basura. Nadie dijo nada más, el espadachín se marcho, poco a poco cada integrante se fue retirando, hasta que todos se encontraron en el barco y viendo la isla una última ves, zarparon. Zoro se encerró en la habitación de hombres, Nami para distraerse comenzó a hacer unos cuantos mapas en su estudio, Usopp fue hasta la sala de máquinas, Sanji a la cocina, Chopper se dirigió a su enfermería, Robin a leer unos libros en la biblioteca, Franky tomó el timón, Brook fue al acuario en silencio y Jinbe se sentó junto a los árboles de mandarina, pero aún así ninguno logró concentrarse en lo que hacían, no dejaban de recordar aquel hombre que los rescató de su infierno. Cuando ya se habían alejado lo suficiente, escucharon algo, una risa que conocían muy bien, todos al oírla, se levantaron de sus respectivos lugares y corrieron a cubierta, pero lo único que encontraron, fue una navaja tirada en el suelo, cuando levantaron un poco su vista hacia el Mascaron de Proa, el antiguo lugar favorito de Luffy, se encontraron con la tenue silueta de su capitán, era apenas visible y estaba en contra luz, sentado mirando el océano, espaldas a ellos, pero lo que más les sorprendió, fue a la mujer de cabello verde que estaba a su lado, todos lo vieron, pero la ilusión a los pocos segundos se desvaneció. No habían parado de llorar, sin embargo, aún así, en todos surgió una sonrisa, por el resto del viaje, los Sombrero De Paja estuvieron afuera, juntos.
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Ace, Sabo, Dadan y Garp, seguían allí, en un silencio casi tangible, pero aquella paz del lugar fue perturbada por los pasos de alguien acercándose, nadie se molesto en tan siquiera voltear a ver. –Con que está es la Isla Dawn, es igual a cómo la narró ese mocoso–comentó para sí mismo, ganándose la atención de algunos. –Kuzan–murmuro el Vicealmirante, viendo al desertor en frente de él. –Es una pena, llegue lardé, enserio creí que podría ver a ese idiota una última ves–hablo de nuevo.
Aokiji iba vestido con una camiseta blanca y pantalones negros, trayendo también un largo abrigo de un verde apagado, unos lentes negros circulares y un pañuelo en su cabeza. –Me di una vuelta por el lugar, me sorprendió lo bien que estaba restaurada la casa del árbol de Lu–al decir eso, se ganó la atención de ambos hermanos. –No te burles, maldito, tu estupido compañero estuvo allí el día en que fue destruida–reprochó el rubio, recordando aquel fatídico día en el que lo perdió todo. –No es ninguna burla, Sabo–dijo la bandida con una voz cansada–Su hogar está intacto, los Nakamas de su hermano lo repararon–confesó, sosteniendo una tenue sonrisa en su expresión. –¿Que..?–masculló el azabache.
Ambos se miraron entre sí y antes de decir nada, comenzaron a correr, adentrándose en la montaña Colubo, el camino se les hacía tan familiar, lo tenían grabado en su memoria a pesar de no haber ido en años a aquel lugar tan olvidado, llegaron en poco tiempo y al hacerlo, quedaron más que sorprendidos y las lágrimas no tardaron en comenzar a escapar de sus ojos. Era igual a cómo la recordaban, la madera, las ramas y la extravagante forma que poseía.