Capítulo 12

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SALEM.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta mamá desde la puerta de la cocina, con la voz aturdida y los ojos aún medio dormidos.

—Mamá —le advierto por millonésima vez—, se supone que debes dejar que te ayude.

Me apresuro a rodear la isla para ayudarla a sentarse en una de las sillas de la cocina. Comprendo su necesidad de independencia, pero maldita sea si no va a ser mi muerte.

—No respondiste a mi pregunta.

No importa la edad, las madres siempre serán madres.

—Encontré algunas de mis viejas velas en tu tienda. Las estaba sacando de la caja. —Señalo las pocas que ya están sobre el mostrador.

—Oh, las guardé para alguien.

Me río, sin estar segura de haberla escuchado bien.

—¿Qué? ¿Para quién?

—Eso no importa. —Agita una mano desdeñosa—. Llévalas de vuelta a la tienda.

—¿Por qué?

—Porque ya están pagadas.

—Oh, claro. —Sacudo la cabeza, cargando las velas de nuevo en la caja—. Lo siento, no lo sabía. Me sorprendió que aún te quedara alguna.

Se encoge de hombros.

—Me contuve un poco. Esas son las últimas.

—Huh. —Puse mis manos en las caderas, preguntándome por qué alguien pagaría y le haría guardar velas viejas—. ¿Estás lista para desayunar?

—Quizá unos huevos revueltos. —Parece un poco mareada al hablar de comida. No puedo imaginarme lo que debe ser estar en su situación, con poco o ningún apetito, pero sabiendo que necesitas ingerir algo.

—Los prepararé ahora mismo.

Da una sonrisa forzada, pero sé que agradece que esté aquí y ayude.

—Estaba pensando. —Se aclara la garganta—. Me gustaría hacer algo contigo hoy.

Saco un cartón de huevos de la nevera.

—¿Te sientes bien? —Ayer por la tarde estuvo en casa de Georgia durante unas horas. No quiero que se exceda.

—Me gustaría salir un rato. Hace un buen día.

—¿Qué tienes en mente?

Juega con la correa de su bata.

—Pensé que podríamos visitar a Seda y Caleb.

Me quedo boquiabierta, no porque me pida visitarlos, eso es comprensible, sino:

—Mamá, ¿estás segura de que estás dispuesta a ese tipo de viaje?

Son unas cuantas horas de ida y vuelta, y ella... bueno, no está en la mejor forma, por decirlo suavemente.

—Sería más fácil si nos quedáramos esta noche —acepta con un movimiento de cabeza, con sus delgados dedos todavía rozando el material de su bata. Sonríe tímidamente. Sé que se siente culpable por la situación de Caleb, pero no puedo negar su petición de ver a su nieta.

—Déjame consultarlo con Georgia para ver qué opina de que hagas el viaje y también le preguntaré a Caleb.

—Muy bien.

Termino sus huevos y añado un trozo de pan tostado por si acaso le apetece picar algo antes de salir a hacer las llamadas.

Fuera hace calor con una ligera brisa, los pájaros cantan alegremente. Echaba de menos este lugar. Esta casa. El pueblo. Incluso la gente que hay en él.

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