Capítulo 43

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SALEM.

—¡Papá! Ya estoy aquí. —Seda entra corriendo en la casa, dejando caer su maleta al suelo.

Quedé en reunirme con Caleb a mitad de camino y así recoger y dejar a la niña para que ninguno de los dos tuviera que hacer todo el camino y finalmente conseguí que esté de acuerdo en que lo más sensato es que Seda viva conmigo, lo que significa que tengo que matricularla en la escuela primaria local lo antes posible.

—Hola, conejita. —Llega a la esquina justo a tiempo para que se lance sobre él—. Vaya. Alguien me extrañó.

—Os extrañé a los dos.

—Nosotros también te extrañamos —digo, recogiendo su maleta y llevándola a la escalera.

—¿Qué hay para cenar? Tengo hambre.

—Estoy haciendo pizza casera. ¿Quieres ayudar? —le pregunta Evan.

—¡Oh, sí! —Salta de un lado a otro—. Me encanta ayudar.

Los dos desaparecen en la cocina y subo su maleta hasta su habitación. Desembolso y guardo sus cosas, colgando la bolsa de viaje en la puerta del armario. Me adelanto y coloco una pijama en el baño, ya que pronto será la hora de acostarse. Sé que lo más probable es que no le guste el conjunto que elegí y elija otro, pero bueno.

Abajo, sonrío cuando encuentro a mis dos personas favoritas en la isla de la cocina. Seda se sienta en la encimera, colocando pepperoni en una de las pizzas. Hay tres en total, una para cada uno de nosotros.

Winnie se pasea por el suelo, con la esperanza de obtener un bocado de queso o cualquier cosa comestible.

—¿Qué tipo de pizza estás haciendo? —le pregunto a Seda, dándole un beso en la cabeza.

Se ríe juguetonamente tratando de apartarme.

—Iuu, mamá. Nada de besos cuando estoy cocinando. —Sostiene la pila de pepperoni que tiene en la mano—. Estoy haciendo una pizza de pepperoni.

—¿Y de qué tipo estás haciendo tú? —Le toco el costado a Evan, moviéndome detrás de él.

—Carne y verduras. Pon lo que quieras en la tuya, meteré esto en el horno.

—Muy bien.

Pongo un poco de salsa en la masa, añado mi queso y luego lo cubro con cebollas, pimientos verdes y aceitunas.

—Esas parecen asquerosas, mamá. —Seda señala las aceitunas—. Parecen ojos.

—No son ojos. Son aceitunas —le explico—. Te prometo que saben bien.

Seda señala con el dedo a Evan, instándolo a que se agache a su nivel. Cuando lo hace, se lleva las manos a la boca como si fuera a susurrar, sólo que a un nivel normal de volumen dice:

—Creo que está mintiendo. Deben tener un sabor asqueroso.

Evan se ríe.

—A mí no me gustan.

Sacudiendo la cabeza, chasqueo la lengua.

—Vosotros dos estáis confabulando contra mí.

Evan se lleva una mano al pecho.

—No es mi culpa que te gusten esas cosas.

Pone todas las pizzas en el horno y se dirige a Seda.

—Deja que te baje.

—No, ¡mejor, caballito!

—Seda —advierto.

—¿Por favor? —añade.

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