Capítulo 21

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SALEM.

Soy un lío nervioso todo el día contando con anticipación a mi cita con Evan.

Una cita.

Una cita real.

Actúo como si nunca hubiera tenido una cita con la forma en que mis palmas siguen sudando.

—¿Quieres dejar de pasearte? —Me regaña mamá con una sonrisa divertida—. Ya me derramaste agua y ahora vas a hacer un agujero en la alfombra de tanto caminar de un lado a otro. —Hace la mímica de caminar con los dedos. Abro la boca para replicar, pero me hace callar de nuevo y añade—: Y no te atrevas a utilizarme como excusa para no ir otra vez. Ahora mismo estoy viviendo a través de ti.

Ya intenté tres veces diferentes echarme atrás. No porque no quiera ir, definitivamente quiero, pero la culpa me carcome por dejar a mamá, aunque una enfermera pase para sus controles semanales y Georgia esté aquí con ella; al parecer, a Georgia le gusta supervisar estas visitas.

—¿Y si me necesitas? —argumento, aún con mí paseo.

Resopla, ajustando las mantas en su regazo. De fondo suena una comedia romántica, pero me presta más atención a mí que a eso.

—Tu hermana va a estar aquí conmigo, y créeme, es una rondadora. Además, sé cómo funciona un teléfono para llamar o enviar un mensaje. Te preocupas tanto por los demás... Vete, Salem. Diviértete. Pasa un buen rato con un buen hombre.

Dejo de caminar, poniendo las manos en las caderas.

—Haces que parezca mucho más fácil de lo que es.

Se ríe, pero rápidamente se convierte en una tos. Avanzo como si pudiera ayudarla y se apresura a apartarme. Una vez que se ha recuperado, dice:

—Eso es lo fácil, es pensar demasiado y hacer que tu cerebro recorra todos los escenarios posibles, lo que complica las cosas.

Tiene toda la razón. Alisando mis manos por el vestido floral azul y blanco que me puse, respiro profundamente y hago lo posible por silenciar mis pensamientos dispersos.

—¿Voy bien?

Me hace un gesto con un dedo para que me acerque. Me inclino hacia ella y me agarra un mechón de cabello y me lo coloca detrás de la oreja. Los trozos cortos se escapan del moño bajo que me hice.

Tocando su mano suavemente en mi mejilla, su piel fría contra la mía dice: —Estás muy hermosa, Salem. Siempre lo estás.

—No tan hermosa como tú.

Resopla.

—Deja de intentar adularme.

—No es un halago. —Le beso la mejilla—. Eres la persona más hermosa que conozco, por dentro y por fuera.

Cuando me enderezo, hay lágrimas brillando en sus ojos que intenta ocultar.

La puerta lateral de la cocina se abre con un chirrido y Georgia me saluda. Oigo el golpe de su bolso contra el suelo, o quizá sea la mesa de la cocina. Entra en la habitación, radiante y sonriente.

—Hola, mamá. —Se agacha todo lo que puede, rodeando el cuello de mamá con sus brazos—. Hermanita. —Luego me abraza a mí—. ¿Cómo ha ido el día?

—Bien —lo digo en serio. Mamá ha estado más despierta y no tiene tanto dolor. Es todo lo que podemos pedir, especialmente cuando sé que dura tan poco.

—¿Te sientes bien? —Alcanza la muñeca de nuestra madre, y sé que planea comprobar su pulso, pero mamá rápidamente se lleva el brazo al pecho.

—Georgia, para eso está la enfermera. ¿Por qué no te sientas?

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