Capítulo 29

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SALEM.

Es tarde y estoy agotada. Nada me apetece más que caer de bruces en mi cama, pero quiero ver más a Evan.

La última semana con mamá ha sido dura. Se acerca el momento.

Ella lo sabe.

Yo lo sé. Georgia lo sabe.

Me aterra que dé su último aliento, dejando este reino para siempre, pero no quiero que le duela más. Tiene tanto dolor que ni siquiera la morfina hace un gran trabajo para enmascararlo, pero la hace dormir mucho, lo que ayuda de sobremanera.

Caminando hacia la puerta de al lado, subo los escalones de su porche para tocar el timbre. Es difícil resistir el impulso de acercarme a hurtadillas, pero me recuerdo a mí misma que ya soy adulta y que no hay nada que ocultar. Soy soltera, Evan es soltero; tengo veinticinco años y él treinta y siete.

La puerta se abre. No dice nada, sólo se hace a un lado para dejarme entrar.

—Hola. —Me balanceo sobre mis talones, sintiéndome de repente incómoda ahora que estoy aquí.

—Hola —me contesta, luchando contra una sonrisa—. ¿Quieres una copa de vino?

Dejo escapar una suave carcajada.

—Me encantaría.

No bebo mucho, pero ahora mismo es exactamente lo que necesito.

Siguiéndolo a la cocina, me quedo mirando el lugar donde nos dimos nuestro primer beso.

Se detiene frente a un armario.

—¿Rojo o blanco?

—Rojo.

Me sirve una copa y me la acerca a la barra. Sentada en el taburete, veo cómo se sirve su propia copa y nos prepara un plato de galletas y queso.

Se acomoda a mi lado y su brazo roza el mío. Un escalofrío me recorre la espalda. Hacía tanto tiempo que no me tocaban de la forma que mi cuerpo ansía... Una sola caricia suya hace que mi cuerpo arda. Se da cuenta de que empiezo a contonearme y sus ojos se entrecierran. Aprieta las mejillas, estoy segura de que su dolor es aún peor que el mío.

Este hombre no ha tocado a otra mujer durante seis años enteros.

No me enfadaría si lo hubiera hecho. Lo esperaba. Pero el hecho de que no lo haya hecho es uno de los mayores aciertos.

—¿Quieres... eh... hablar? —Intenta, y no lo consigue, ajustar discretamente su erección.

Se me hace agua la boca, y no porque el vino sea delicioso o porque me guste mucho el queso.

Sé que está preguntando por mi madre, así que le respondo:

—En realidad no, pero probablemente debería.

—No hace falta. —Toma una galleta salada y le pone queso encima. —Lo sé.

Evan nunca me ha empujado a hacer o decir nada que no quisiera. Sé que la gente podría mirar nuestra diferencia de edad y asumir lo contrario, especialmente con nuestro pasado, pero no es cierto. Evan es un macho alfa, pero entiende mi pasado y siempre se ha asegurado de que yo sepa quién tiene realmente el control en nuestra dinámica.

Sorbiendo el vino, nos quedamos en silencio un rato antes de decir:

—No creo que pase la semana.

Evan sisea entre dientes.

—Mierda. —Se restriega una mano sobre el vello de las mejillas y la mandíbula—. Lo siento, Salem. Realmente no sé qué decir.

—Sabíamos que iba a llegar, no es que fuera un secreto, pero se siente diferente ahora que está aquí.

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