Capítulo 34

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SALEM.

Al despertarme, llevo una mano a mi sien. Anoche bebí demasiado vino. No era mi intención, pero me quedé hasta tarde charlando con Lauren, poniéndome al día y, francamente, tratando de olvidar los acontecimientos del día. Como no soy una gran bebedora, me pasó factura esta mañana.

Por no hablar de que tengo los ojos prácticamente hinchados de tanto llorar. Mi madre se ha ido de verdad.

No puedo caminar al lado y verla.
No puedo llamarla y escuchar su voz.
Nunca volveré a oír su risa ni a ver su sonrisa.

Saliendo de la cama de Evan, tropiezo con el baño. Hay un espacio separado para el retrete, así que hago mis necesidades, mi vejiga está a punto de estallar, mientras él está en la ducha.

—Pasta de dientes —murmuro para mí, queriendo deshacerme de la sensación seca en mi boca.

Evan sale de la ducha y lo contemplo descaradamente en el reflejo del espejo. Se me hace literalmente agua la boca. Me apresuro a escupir la pasta de dientes antes de hacer el ridículo.

Sólo Evan tiene la capacidad de saquear por completo mis pensamientos y hacerme olvidar lo triste que estoy con sólo mirarlo.

Evan toma una toalla del perchero y se la pone alrededor de la cintura.

Gimoteo cuando se acerca a mí, apretando mis piernas. Al parecer, mi resaca se convierte en calentura.

Me rodea con sus brazos por detrás y me besa la sensible piel del cuello. Me inclino hacia él y aspiro el aroma de su jabón amaderado.

El simple hecho de ser abrazada por él me hace sentir mejor al instante.

Me enjuago la boca con enjuague bucal, lo escupo de nuevo en el lavabo y luego tomo mi cepillo para el cabello.

—Mi memoria de ebria puede ser confusa, pero creo recordar que querías hablar de algo.

Apoya su cadera en el lavabo. —Lo hago.

—¿Y? —pregunto, dejando el cepillo en su lugar.

Me derrito con sólo con mirarlo. Realmente necesita ir a ponerse algo de ropa porque Evan mojado con sólo una toalla es mi kriptonita.

Sus ojos se estrechan sobre mí.

—Deja de mirarme así.

—¿Cómo? —Me relamo los labios. No puedo evitarlo, me siento locamente atraída por él, y algo en mi dolor me hace desear que me abrace y me ame.

—Como si quisieras que te follara.

Levanto la barbilla desafiante. —Tal vez es lo que quiero.

No sé quién se mueve primero, pero de repente estoy entre sus brazos y su mano me toca la nuca. Nuestras lenguas se enredan y me empuja hacia el dormitorio. Me suelta, un suave grito me abandona al perder el calor de su cuerpo. Comprueba que la puerta está cerrada y vuelve a ponerse delante de mí.

—Dios, te amo, joder—gruñe, devorándome.

Algunas personas esperan toda una vida por un amor como éste.

Yo lo encontré a los dieciocho años en mi vecino gruñón, amante de las plantas y con aspecto de leñador. Nuestros caminos se separaron durante un tiempo, pero siempre estuvimos destinados a terminar aquí.

Evan me lleva a la cama. Sentada, me arranco el top. Me mira con avidez los pechos desnudos y se inclina sobre mí para chupar primero un pezón y luego el otro.

Le quito la toalla, dejándola caer y agarro rápidamente su polla ya dura. El aliento silba entre sus dientes. Agarra mi ropa interior de chico con la que dormí, me la baja de un tirón por los tobillos y la deja caer en el suelo. Sus dedos encuentran mi núcleo, frotando mi clítoris.

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