¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La bondad de un Dios y el amor de un padre.
Abrí mis ojos alarmada, el aire en esta habitación es fresco y lleno de una suave fragancia, como si estuviera impregnado con el aliento mismo de la vida. Las paredes están decoradas con motivos dorados que parecen capturar los rayos del sol, haciéndolos danzar con una luminosidad casi divina. La luz entra por las altas ventanas, pintando el suelo de mármol con reflejos dorados que bailan con cada movimiento.
Me encuentro aquí, en este lugar que parece más un sueño que la realidad. Todavía siento la humedad en mis ropas, recordando el terror de casi perderme en las oscuras aguas. El miedo aún se aferra a mí como una sombra persistente, recordándome el sabor del peligro y la fragilidad de mi vida.
Observo a mi alrededor con cautela, preguntándome si acaso he cruzado el umbral de la muerte. Todo parece tan sereno y tranquilo aquí, como si estuviera en algún rincón olvidado de los Campos de Asfódelos, donde los espíritus vagan en una eterna calma.
Pero hay algo más en este lugar, algo que no puedo ignorar. Una sensación de paz y seguridad que parece envolverme como un cálido abrazo. Aunque mi corazón aún late con el recuerdo del miedo, me siento relajada y protegida, como si estuviera bajo la protección de una fuerza mayor.
Comienzo a creer que realmente estoy en los Campos de Asfódelos.
—Oh por los dioses, creo que me morí ahogada.
—No estás muerta, Ele.
—No puedo decir lo mismo—Susurre analizandolo tenía la misma ropa que cuando sonaba con el—¿Donde estoy?
—En mi templo.
Ah ya.
¿Que?
Aun en mi desconcierto aprovechó para detallarlo mejor.
El resplandor dorado del sol acaricia mi rostro mientras mis ojos se posan en Apolo. Su cabello, del color del sol poniente, cae en ondas desordenadas alrededor de su rostro, otorgándole una apariencia que combina la majestuosidad con la rebeldía. La estatura imponente y dominante, como un faro de fuerza y seguridad en medio del tumulto del mundo.
Pero esta vez, cuando mis ojos encuentran los suyos, veo algo más en ellos. Una calidez que no había notado antes, una chispa de amistad que brilla en su mirada como el sol reflejado en el mar. Es como si sus ojos hubieran encontrado los míos y me invitaran a compartir un momento de conexión y mas intimo.
Me doy cuenta de que lo veo con otros ojos ahora, ojos más amigables, más cercanos. Antes lo había visto como una figura distante, casi intocable en su divinidad, pero ahora veo al hombre detrás del mito, al amigo detrás del dios. Y en ese momento, en medio de la luz dorada del sol, siento que hay un lazo que nos une, una conexión que trasciende las barreras de lo divino y lo humano.