Naturalmente, la situación era peor de lo que Jason esperaba.
De lo contrario no habría tenido ninguna gracia.
Al mirar entre las ramas de un olivo en la cumbre de la colina, vio lo que parecía una desmelenada fiesta universitaria de zombis.
Las ruinas en sí no eran tan imponentes: unos cuantos muros de piedra, un patio central plagado de malas hierbas, el hueco sin salida de una escalera labrado en la roca. Unas tablas de madera contrachapada tapaban un foso, y un andamio metálico sostenía un arco agrietado.
Sin embargo, otra capa de realidad se superponía a las ruinas: un espejismo fantasmal del palacio como debía de lucir cuando estaba en su apogeo. Muros de estuco encalados llenos de balcones se alzaban hasta una altura de tres pisos. Pórticos con columnas miraban hacia el atrio central, que tenía una enorme fuente y braseros de bronce. Los espíritus se reían y comían y se empujaban unos a otros detrás de una docena de mesas de banquete.
Jason había esperado encontrar un centenar de espíritus, pero allí pululaba el doble de esa cifra, persiguiendo a criadas espectrales, rompiendo platos y tazas, y dando la lata en general.
La mayoría parecían lares del Campamento Júpiter: fantasmas morados y transparentes con túnicas y sandalias. Unos cuantos juerguistas tenían cuerpos descompuestos con la piel gris, matas enmarañadas de pelo y heridas feas. Otros parecían mortales vivos normales y corrientes: algunos con togas, otros con modernos trajes de oficina o uniformes militares. Jason incluso vio a un tipo con una camiseta morada del Campamento Júpiter y una armadura de legionario romano.
En el centro del atrio, un demonio de piel gris con una andrajosa túnica griega se paseaba entre la multitud sosteniendo un busto de mármol sobre su cabeza como un trofeo deportivo. Los otros fantasmas prorrumpían en vítores y le daban palmadas en la espalda. A medida que el demonio se acercaba, Jason vio que tenía una flecha en la garganta cuyo astil con plumas le sobresalía de la nuez. Y lo que era más inquietante, el busto que sostenía... ¿era Zeus?
Era difícil estar seguro. La mayoría de las estatuas de los dioses griegos se parecían. Pero a Jason aquella cara ceñuda con barba le recordaba mucho la del gigantesco Zeus hippy de la cabaña uno en el Campamento Mestizo.
—¡Nuestra siguiente ofrenda!—gritó el demonio, cuya voz vibraba a la altura de la flecha clavada en su garganta—. ¡Demos de comer a la Madre Tierra!
Los juerguistas chillaron y dieron golpes con sus tazas. El demonio se dirigió a la fuente central. La multitud se separó, y Jason se dio cuenta de que la fuente no estaba llena de agua. Del pedestal de un metro de altura salía un géiser de arena que describía un arco y formaba una cortina de partículas blancas con forma de paraguas antes de derramarse en la taza circular.
El demonio lanzó el busto de mármol contra la fuente. En cuanto la cabeza de Zeus atravesó la lluvia de arena, el mármol se desintegró como si hubiera pasado por una trituradora de madera. La arena emitió entonces un intenso brillo dorado, el color del icor: la sangre divina. A continuación, la montaña entera retumbó con un BUM amortiguado, como si estuviera eructando después de comer.
Los juerguistas muertos rugieron en señal de aprobación.
—¿Alguna estatua más?—gritó el demonio a la multitud—. ¿No? ¡Entonces tendremos que esperar a sacrificar a algún dios de verdad!
Sus compañeros se rieron y aplaudieron mientras el demonio se dejaba caer pesadamente en la mesa más cercana.
Jason apretó su bastón.
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GIGANTOMAQUIA: La Sangre del Olimpo
FanfictionLos viajes terminan, los imperios caen, las vidas se extinguen. El tiempo todo lo consume, incluso a los mismos dioses. La guerra contra los gigantes ha alcanzado un punto crítico, los semidioses griegos y romanos se ven incapaces de la reconciliaci...