Lo típico.
Justo cuando Leo había terminado las reparaciones, una gran diosa de la tormenta llegó para soltar las arandelas del barco de un porrazo.
Después de su encuentro con Cimopo-cómo-se-llamase, el Argo II surcó con dificultad el mar Egeo, demasiado deteriorado para volar, demasiado lento para dejar atrás a los monstruos. Luchaban contra hambrientas serpientes marinas cada hora. Atraían bancos de peces curiosos. Hubo un momento en el que encallaron en una roca, y Percy y Jason tuvieron que salir a empujar.
A Leo le entraban ganas de llorar al oír el sonido asmático del motor. Después de tres largos días, por fin consiguió hacer funcionar el barco más o menos, justo cuando llegaron al puerto de Míkonos, lo que debía de significar que había llegado el momento de que les dieran otra paliza.
Jason y Piper desembarcaron para reconocer el terreno, mientras que Leo se quedó en el alcázar poniendo a punto la consola de control. Estaba tan absorto en el cableado que no se dio cuenta de que el destacamento de desembarco había vuelto hasta que Jason dijo:
—Eh, amigo. Helado.
Enseguida se sintió mejor. Toda la tripulación se quedó sentada en la cubierta, sin tener que preocuparse por tormentas ni ataques de monstruos por primera vez en días, y comieron helado. Bueno, todos menos Frank, que era intolerante a la lactosa. Él se comió una manzana.
Hacía un día caluroso de mucho viento. El mar relucía a causa de lo agitado que estaba, pero Leo había reparado los estabilizadores para que Hazel no se mareara demasiado.
Hacia el lado de estribor, la ciudad de Míkonos se alejaba formando una curva: una colección de edificios de estuco blancos con tejados azules, ventanas azules y puertas azules.
—Hemos visto unos pelícanos andando por la ciudad—informó Jason—. Entraban en las tiendas, se paraban en los bares...
Hazel frunció el entrecejo.
—¿Monstruos disfrazados?
—No—dijo Piper, riéndose—, eran pelícanos normales y corrientes. Son las mascotas de la ciudad o algo por el estilo. Y hay una parte de la ciudad en plan Little Italy. Por eso el helado está tan bueno.
—Europa es un lío—Leo sacudió la cabeza—. Primero fuimos a Roma a buscar la plaza de España. Ahora venimos a Grecia a buscar helado italiano.
Sin embargo, la calidad del helado era indiscutible. Se comió su helado doble de delicia de chocolate y trató de imaginarse que él y sus amigos estaban de vacaciones. Eso le hizo desear que Calipso estuviera con él, cosa que le hizo desear que la guerra terminase y todo el mundo estuviera vivo, cosa que le puso triste. Era 30 de julio. Faltaban menos de cuarenta y ocho horas para el día G, cuando Gaia, la princesa del agua de retrete portátil, despertaría en todo su esplendor terrestre.
Lo raro era que cuanto más se acercaban al 1 de agosto, más optimistas se mostraban sus amigos. Tal vez "optimistas" no fuera la palabra adecuada. Parecía que se estuvieran relajando para dar la última vuelta al circuito, conscientes de que los siguientes dos días determinarían la victoria o la derrota. No tenía sentido andar con cara mustia cuando te enfrentabas a la muerte inminente. El final del mundo hacía que el helado supiese mucho mejor.
Claro que el resto de la tripulación no había estado en los establos con Leo, hablando con la diosa de la victoria Niké durante los últimos tres días...
Piper dejó su tarrina de helado.
—Bueno, la isla de Delos está justo al otro lado del puerto. El hogar de Artemisa y Apolo. ¿Quién viene?
YOU ARE READING
GIGANTOMAQUIA: La Sangre del Olimpo
FanfictionLos viajes terminan, los imperios caen, las vidas se extinguen. El tiempo todo lo consume, incluso a los mismos dioses. La guerra contra los gigantes ha alcanzado un punto crítico, los semidioses griegos y romanos se ven incapaces de la reconciliaci...