REYNA XLVIII

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No tuvo tiempo de disfrutar de su victoria sobre Orión.

Las espadas en sus manos se derritieron casi al instante, convirtiéndose tras breves segundos en nada más que dos pedazos inservibles de Oro Imperial roto. Hades tampoco daba señales de estar por ningún lado, como si una vez terminada su misión su presencia ya no fuese requerida.

Reyna lanzó su espada destrozada al mar, tratando de controlar su agitada respiración.

—Que sea una ofrenda—murmuró—. Gracias...

Entonces su mente volvió al presente.

Blackjack estaba echando espuma por el hocico. Sus patas sufrían espasmos. Le goteaba sangre de la herida de flecha que tenía en el flanco.

Reyna rebuscó en la bolsa de provisiones que Phoebe le había dado. Limpió la herida con poción curativa. Echó poción de unicornio en la hoja de su navaja de plata.

—Por favor, por favor...—murmuró para sus adentros.

En realidad, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero limpió la herida lo mejor que pudo y agarró el astil de la flecha. Si tenía la punta de aleta, sacarla podía causar más daños. Pero si estaba envenenada, no podía dejarla dentro. Tampoco podía introducirla más, ya que estaba clavada en medio de su cuerpo. Tendría que elegir el mal menor.

—Esto te dolerá, amigo mío—le dijo a Blackjack.

El caballo resolló, como diciendo: "No me digas...".

Hizo una incisión con la navaja a cada lado de la herida. Extrajo la flecha. Blackjack chilló, pero la flecha salió limpiamente. La punta no era de aleta. Podría haber estado envenenada, pero no había forma de saberlo con seguridad. Los problemas de uno en uno.

Reyna echó más poción curativa en la herida y la vendó. Ejerció presión contando entre dientes. La hemorragia pareció disminuir.

Echó unas gotas de poción de unicornio en la boca de Blackjack.

Perdió la noción del tiempo. El pulso del caballo se volvió más fuerte y más constante. El miedo desapareció de sus ojos. Empezó a respirar con más facilidad.

Cuando Reyna se levantó, estaba temblando de miedo y agotamiento, pero Blackjack seguía vivo.

—Te recuperarás—le prometió—. Te conseguiré ayuda en el Campamento Mestizo.

Blackjack emitió un gruñido. Reyna habría jurado que trataba de decir "donas". Debía de estar delirando.

Se dio cuenta tardíamente de lo mucho que se había iluminado el cielo. La Atenea Partenos relucía al sol. Guido y los otros caballos alados piafaban en la cubierta impacientemente.

—La batalla...

Reyna se volvió hacia la orilla pero no vio señales de combate. Un trirreme griego se mecía perezosamente con la marea matutina. Las colinas lucían verdes y plácidas.

Por un momento, se preguntó si los romanos habían decidido no atacar.

Tal vez Octavio había entrado en razón. Tal vez Nico y los demás habían logrado convencer a la legión.

Entonces un destello anaranjado iluminó las cumbres. Múltiples rayos de fuego subieron hacia el cielo como dedos ardientes.

Los onagros habían disparado su primera descarga.

GIGANTOMAQUIA: La Sangre del OlimpoWhere stories live. Discover now