TERCERA PERSONA XLVI

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—¿Q-qué...?—Orión se tambaleó torpemente hacia atrás—. ¿Qué es lo que haces aquí...? ¡Se supone...!

—¿Se supone que debería estar en los cielos, combatiendo a los ejércitos de tu madre?—cuestionó el rey del inframundo, con aire burlesco—. Lamento destrozar tus ilusiones, pero la Gigantomaquia ha sido convocada. Los dioses combaten a los gigantes en Atenas, y yo he venido para completar una entrega.

Reyna miró asombrada la figura del gobernante de los infiernos cernirse ante el gigante cazador, tan orgulloso, tan imponente, tan digno.

—Entonces lo consiguieron—murmuró—. ¿Los chicos del Argo...?

—"Conseguirlo" no sería la palabra adecuada—repuso el dios—. Pero han cumplido con la mitad del trabajo. El ritual ha dado inicio, ahora tendrán que luchar y ganar. Lo único que nos queda por hacer a nosotros es resistir y aguardar al resultado.

Orión alzó su escudo, emitiendo un gañido animal.

—Te adelantas a las conclusiones, rey del inframudo—bramó—. Quizá sus mestizos se las arreglaron para convocar el duelo final, pero no hay forma alguna de que venzan a mis hermanos antes de que madre despierte. Han perdido esta guerra. Rinde la estatua, Hades, y te otorgaré una muerte rápida. Es mucho más de lo que Gaia te ofrecerá cuando venga a por ti.

Hades alzó una mano. El agua alrededor del barco se agitó, y con un chapoteó el sable de Reyna voló desde las profundidades hasta el puño del monarca.

—Me parece que esto es tuyo.

El dios ofreció el arma a la joven, que le miró con aire indeciso.

—Señor Hades...

—Oye—interrumpió él—. No soy capaz tan siquiera de imaginar el dolor de perder a un hermano. Sólo poseo la certeza de que, de alguna vez pasarle algo a mi familia, mi actuar sería terrible contra aquellos que osaron dañarles. No te quitaré el placer de la venganza.

Reyna agachó la cabeza, recordando el viaje que Percy les había narrado a ella y a Nico a través del Helheim. Hades aún no sabía de la muerte de Adamantino, y Reyna no sabía cómo debía de abordar aquel tema.

A falta de la lucidez que necesitaba, empuñó su ōdachi y se volvió para encarar a Orión.

—Le agradesco por todo, señor Hades—murmuró—. No desperdiciaré la oportunidad que me está dando.

Orión apuntó su arma.

—Palabras valientes, sí, pero nada más que eso...

Los mecanismos de su ballesta se tensaron y en menos de un parpadeo una brutal andanada de flechas salió disparada sobre Reyna a velocidad terminal, cubriendo las saetas el cielo como si de una tormenta de rayos negros se tratase. La hija de Belona, no obstante, no se dejó intimidar, y alzando su arma se lanzó a la carga frontalmente.

Con una velocidad y agilidad sobrehumanas, la joven navegó a través del océano de ataques, moviéndose con precisos y fríamente calculados movimientos de izquierda a derecha, arriba abajo y viceversa conforme blandía su sable para desviar y destrozar con sendas cuchilladas tanto proyectil como entrase en su rango.

Su manera de caminar, su respiración, incluso sus parpadeos. Reyna había tomado toda aquella información de Orión desde que lo viese por primera vez, creando un modelo mental del mismo con el que se enfrentó in infinidad de ocaciones. Preparándose para un momento como aquel.

Ya había simulado miles de patrones de ataque del gigante, y había aprendido a evitarlos todos. 


GIGANTOMAQUIA: La Sangre del OlimpoWhere stories live. Discover now