Percy no sabía si estaba dormido o despierto, sólo que sentía dolor. Sus ojos parpadearon varias veces antes de definir el contorno de las formas más próximas a él. Habían rocas y pilares y ruinas a su alrededor. A lo lejos era vagamente consciente de que Jason se movía por el agua a toda velocidad, envuelto por su tornado en miniatura, tratando de enfrentar a Polibotes sin mayor éxito aparente.
Escuchaba la sangre retumbar en sus oídos, sus pulmones arder y todo su sistema nervioso sacudirse en constante dolor. Se estaba ahogando una vez más. Los ojos muertos de Poseidón parecían estar fijos sobre él de nueva cuenta, como cuando tras obligar a los dioses a pactar amnistía con las deidades que se unieron a Cronos en la última guerra, tras rechazar la divinidad, su padre se le había aparecido para castigarlo por lo que consideraba traición.
Trató de levantarse. El peso de su cuerpo le pareció demoledor. En su cabeza parpadeaban las mismas imágenes que veía cada vez que cerraba los ojos: Helheim, el foso, el Infierno. Veía a Aclis, la diosa del sufrimiento, y comprendió que moriría, ahogado en veneno como venganza por lo que le había hecho a aquella despreciable deidad.
La espada se le escapó de entre las manos. Sonrió lacónicamente. De su legendaria Anaklusmos, Contracorriente, que había exhibido con el máximo orgullo el día de su gran triunfo en el Olimpo para celebrar su victoria sobre Cronos, aclamado por todos, vitoreado como si fuera un dios, a aquella pútrida fosa oceánica, olvidado y despreciado por los dioses, recubierto por una manta de odio hacia sí mismo, con su cuerpo débil, febril, frágil, arrastrándose solo, sin ejércitos ni pueblo a su mando, adentrándose entre las ruinas submarinas envueltas de nada más que agua salada y melancolía.
Perseus Jackson se retorció así durante un par de minutos, hasta que el dolor y el cansancio le obligaron a acurrucarse bajo uno de aquellos enormes pilares medio derruidos. Las corrientes fluían su alrededor. Era como caricias de sirenas, incluso le parecía oír cantos lejanos. Se sentía como Odiseo, atado al mástil del barco, oyendo aquellas voces. Estaba delirando, lo sabía. No debía perder el conocimiento. ¿O sí? ¿Qué importaba ya todo?
De pronto, como sombras hostiles, se le aparecieron los rostros de sus enemigos: Ethan Nakamura, el sirviente de Cronos, que se perdía entre la inmensidad del Laberinto de Dédalo rumbo a jurarle su lealtad al señor de los titanes; Jápeto, derrotado y sin memoria, al que Percy jamás le mostró piedad a pesar de haber olvidado quién o qué había sido en el pasado; el doctor Espino, la mantícora, furibundo, respaldado por el indómito titán Atlas, rodeándole sobre el monte Tamalpais, sus amigos arrinconados; estaban también el cíclope Polifemo, el gigante Anteo, el viejo Phineas y el pirata Crisaor; y por supuesto, allí estaba Cronos, tramando una guerra contra el Olimpo y atacando Manhattan en franco asedio, con Hiperión al frente, pretenciosos, soberbios, todo perdido, historias del pasado que le rodeaban amenazadoras.
—¡Aléjense de mí, malditos gusanos! ¡Fuera de aquí! ¡Fantasmas, márchense y huyan si no quieren que me levante y acabe de nuevo con ustedes!—pero su voz sonaba débil, falta de empuje, y las sombras no se marchaban, sino que permanecían a su alrededor y, peor aún, comenzaron a reír.
Percy sacó entonces fuerzas que hasta él mismo desconocía que aún tuviera y, apoyándose con una mano, se levantó y con la otra, como si blandiera una espada invisible, lanzó varios mandobles. Las formas lúgubres de sus enemigos, al fin, se desvanecieron y el agonizante rey suspiró con algo de sosiego recobrado.
De pronto, cuando pensaba que la paz había regresado a su lecho de muerte, una voz joven e impetuosa le rasgó la memoria:
–No eres un rey. No eres nada.
Percy, que había cerrado los ojos para recuperar el aliento perdido por el esfuerzo de levantarse, tuvo miedo de abrirlos. Era la voz de Luke Castellan. No tenía fuerzas para enfrentarse, una vez más, contra él. No envenenado y solo y olvidado por todos.
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GIGANTOMAQUIA: La Sangre del Olimpo
FanficLos viajes terminan, los imperios caen, las vidas se extinguen. El tiempo todo lo consume, incluso a los mismos dioses. La guerra contra los gigantes ha alcanzado un punto crítico, los semidioses griegos y romanos se ven incapaces de la reconciliaci...