Leo no quería salir de detrás de la pared.
Le quedaban tres abrazaderas por fijar y no había nadie más lo bastante delgado para caber en el hueco de las instalaciones (Una de las muchas ventajas de ser flacucho).
Apretado en esa parte del casco, entre las tuberías y los cables, Leo se quedó a solas con sus pensamientos. Cuando se sentía frustrado, cosa que le ocurría prácticamente cada cinco segundos, podía aporrear las cosas con su mazo, y los otros miembros de la tripulación se imaginaban que estaba trabajando, no que le había dado un berrinche.
Pero el problema en ese santuario era que sólo cabía hasta la cintura. Su trasero y sus piernas seguían a la vista del público, cosa que le hacía difícil esconderse.
—¡Leo!—la voz de Piper venía de detrás de él—. Te necesitamos.
La arandela de bronce celestial se le escapó de los alicates y se sumió en las profundidades del hueco.
Leo suspiró.
—¡Habla con los pantalones, Piper, porque las manos están ocupadas!
—No pienso hablar con tus pantalones. Reunión en el comedor. Casi hemos llegado a Olimpia.
—Está bien. Enseguida estoy allí.
—¿Qué estás haciendo, por cierto? Llevas días hurgando en el casco.
Leo enfocó con la linterna las planchas y los pistones de bronce celestial que había estado instalando a ritmo lento pero seguro.
—Mantenimiento rutinario.
Silencio. Piper sabía demasiado bien cuándo mentía.
—Leo...
—Oye, aprovechando que estás ahí fuera, hazme un favor. Me pica justo debajo de...
—¡Vale, ya me voy!
Leo se tomó un par de minutos más para fijar la abrazadera. Su trabajo no estaba terminado. Ni de lejos. Pero estaba progresando.
Naturalmente, había hecho el trabajo preparatorio para su proyecto secreto al construir el Argo II, pero no se lo había dicho a nadie. Apenas había sido sincero consigo mismo con respecto a lo que estaba haciendo.
"Nada dura eternamente"—le había dicho una vez su padre—. "Ni siquiera las mejores máquinas".
Sí, vale, puede que fuera verdad, pero Hefesto también había dicho: "Todo se puede reutilizar". Leo pensaba poner a prueba esa teoría.
Era un riesgo que entrañaba peligro. Si fracasaba, lo machacaría. No sólo emocionalmente. Lo machacaría físicamente.
La idea le provocaba claustrofobia.
Salió del hueco serpenteando y volvió a su camarote.
Bueno, técnicamente era su camarote, pero no dormía allí. El colchón estaba sembrado de cables, clavos y entrañas de varias máquinas de bronce desmontadas. Sus tres enormes armarios de herramientas (Chico, Harpo y Groucho) ocupaban la mayor parte de la habitación. En las paredes había colgadas docenas de herramientas eléctricas. La mesa de trabajo estaba llena de fotocopias de Sobre la construcción de esferas, el texto olvidado de Arquímedes que Leo había rescatado en un taller subterráneo de Roma.
Aunque hubiera querido dormir en su camarote, era demasiado incómodo y peligroso. Prefería acostarse en la sala de máquinas, donde el zumbido constante de la maquinaria le ayudaba a dormirse. Además, desde su estancia en la isla de Ogigia, le había tomado el gusto a acampar. Un saco de dormir en el suelo era todo lo que necesitaba.
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GIGANTOMAQUIA: La Sangre del Olimpo
FanfictionLos viajes terminan, los imperios caen, las vidas se extinguen. El tiempo todo lo consume, incluso a los mismos dioses. La guerra contra los gigantes ha alcanzado un punto crítico, los semidioses griegos y romanos se ven incapaces de la reconciliaci...