NICO XXXII

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Si le hubieran dado a elegir entre la muerte y el Alegre Mercado de Buford, a Nico le habría costado decidirse. Por lo menos conocía la tierra de los muertos. Además, la comida era más fresca.

—Sigo sin entenderlo—murmuró el entrenador Hedge mientras recorrían el pasillo central—. ¿Le han puesto a un pueblo entero el nombre de la mesa de Leo?

—Creo que el pueblo ya existía, entrenador—dijo Nico.

—Ah—el entrenador tomó una caja de donas con azúcar glasé—. Puede que tengas razón. Estas cosas tienen pinta de haber sido hechos como mínimo hace cien años. Echo de menos las farturas de Portugal.

Nico no podía pensar en Portugal sin que le dolieran los brazos. En sus bíceps, los arañazos de hombre lobo seguían en carne viva. El dependiente le había preguntado si se había peleado con un lince.

Compraron un botiquín de urgencia, un cuaderno de papel (para que el entrenador Hedge pudiera escribir más mensajes en aviones de papel a su esposa), comida basura y refrescos (porque la mesa de banquete de la nueva tienda mágica de Reyna sólo ofrecía comida saludable y agua fresca), y artículos de camping variados para las inútiles pero increíblemente complicadas trampas para monstruos del entrenador Hedge.

Nico había albergado la esperanza de encontrar ropa limpia. Habían pasado dos días desde que habían escapado de San Juan y estaba cansado de pasearse con su camiseta tropical de la ISLA DEL ENCANTORICO, sobre todo porque el entrenador Hedge tenía una igual. Lamentablemente, en el Alegre Mercado de Buford sólo vendían camisetas con banderas confederadas y mensajes sobados como: MANTENGA LA CALMA Y SIGA AL PALETO. Nico optó por quedarse con los loros y las palmeras.

Volvieron al campamento andando por una carretera de dos carriles bajo el sol abrasador. En esa parte de Carolina del Sur se veían sobre todo campos descuidados, salpicados de postes de teléfono y árboles cubiertos de plantas trepadoras. El pueblo de Buford propiamente dicho era una serie de cobertizos metálicos portátiles: seis o siete, que probablemente también era el número de habitantes.

Nico no era precisamente un amante del sol, pero por una vez agradeció la calidez del sitio. Le hacía sentirse más corpóreo, afianzado en el mundo de los mortales. Con cada salto que daba por el mundo de las sombras, le resultaba más difícil volver. Incluso a plena luz del día, su mano pasaba a través de los objetos sólidos. El cinturón se le caía continuamente a los tobillos sin motivo aparente. En una ocasión en que no estaba mirando por dónde iba, atravesó andando un árbol.

Nico recordaba algo que Jason Grace le había dicho en el palacio de Noto: "Tal vez haya llegado el momento de que salgas de las sombras".

"Ojalá pudiera"—pensaba.

Por primera vez en su vida había empezado a tener miedo de la oscuridad porque podía desaparecer en ella para siempre.

Nico y Hedge no tuvieron problemas para encontrar el camino de vuelta al campamento. La Atenea Partenos era el punto de referencia más alto en kilómetros a la redonda. Con su nueva red de camuflaje, emitía un brillo plateado, como un fantasma de doce metros de altura extraordinariamente llamativo.

Al parecer, la Atenea Partenos había querido que visitaran un lugar con valor educativo porque había aterrizado justo al lado de un poste indicador que rezaba: MATANZA DE BUFORD, en un cruce de grava perdido en el medio de la nada.

La tienda de Reyna se encontraba en un bosquecillo a unos treinta metros de la carretera. Cerca de allí había un túmulo rectangular: cientos de piedras amontonadas en forma de una enorme tumba con un obelisco de granito a modo de lápida. A su alrededor había esparcidas guirnaldas descoloridas y ramos de flores de plástico aplastados, lo que hacía que el lugar pareciera todavía más triste.

GIGANTOMAQUIA: La Sangre del OlimpoWhere stories live. Discover now