—Tú no eres Orión—espetó Nico.
Un comentario estúpido, pero fue lo primero que le vino a la mente.
Estaba claro que el hombre que tenía delante no era un gigante cazador. No era lo bastante alto. No tenía patas de dragón. No llevaba arco ni carcaj, y no tenía los ojos como faros que Reyna había descrito a partir de su sueño.
El hombre de gris se rió.
—Por supuesto que no. Orión sólo me ha empleado para ayudarle en su caza. Soy...
—Licaón—lo interrumpió Reyna—. El primer hombre lobo.
El hombre hizo una reverencia burlona.
—Reyna Ramírez-Arellano, pretor de Roma. ¡Uno de los cachorros de Lupa! Me alegra que me hayas reconocido. Sin duda soy la materia de tus pesadillas.
—La materia de mi indigestión, probablemente—Reyna sacó una navaja de camping plegable de su riñonera. La abrió de golpe, y los lobos retrocedieron gruñendo—. Nunca viajo sin un arma de plata.
Licaón enseñó los dientes.
—¿Vas a mantener a raya a una docena de lobos y a su rey con una navaja? Había oído que eras valiente, filia romana, pero no sabía que eras suicida.
Los perros de Reyna se agazaparon, listos para saltar. El entrenador agarró su bate de béisbol, aunque por una vez no parecía tener ganas de blandirlo.
Nico alargó la mano para tomar la empuñadura de su lanza.
—No te molestes—murmuró el entrenador Hedge—. A estos muchachos sólo les hace daño la plata o el fuego. Me acuerdo de ellos del pico Pikes. Son muy cargantes.
—Y yo me acuerdo de ti, Gleeson Hedge—los ojos del hombre lobo emitían un brillo rojo lava—. Mi manada estará encantada de cenar carne de cabra.
Hedge resopló.
—Adelante, sarnoso. ¡Las cazadoras de Artemisa vienen hacia aquí, como la última vez! Eso de ahí es un templo de Diana, idiota. ¡Estás en su territorio!
Los lobos volvieron a gruñir y ampliaron el cerco. Algunos miraban con nerviosismo a las azoteas.
Licaón sólo tenía ojos para el entrenador, al que miraba furioso.
—Buen intento, pero me temo que el nombre de ese templo no es correcto. Pasé por aquí en la época de los romanos. En realidad estaba dedicado al emperador Augusto. La típica vanidad de los semidioses. A pesar de todo, me he vuelto mucho más prudente desde nuestro último encuentro. Si las cazadoras anduvieran cerca, lo sabría.
Nico pensó un plan de huida. Estaban rodeados y eran menos que sus enemigos. Su única arma efectiva era una navaja. El cetro de Diocleciano había desaparecido. La Atenea Partenos estaba diez metros por encima de ellos en el tejado del templo, y, aunque pudieran alcanzarla, no podrían viajar por las sombras hasta que hubiera sombras. El sol tardaría horas en ponerse.
Apenas se sentía con valor, pero dio un paso adelante.
—Así que nos habéis pillado. ¿A qué estáis esperando?
Licaón lo observó como si fuera un nuevo tipo de carne en el mostrador de un carnicero.
—Nico di Angelo, hijo de Hades. He oído hablar de ti. Lamento no poder matarte inmediatamente, pero le prometí a mi jefe Orión que te retendría hasta que él llegase. No te preocupes. Debería llegar dentro de poco. ¡Cuando él haya terminado contigo, derramaré tu sangre y marcaré este sitio como mi territorio para el futuro venidero!
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GIGANTOMAQUIA: La Sangre del Olimpo
FanfictionLos viajes terminan, los imperios caen, las vidas se extinguen. El tiempo todo lo consume, incluso a los mismos dioses. La guerra contra los gigantes ha alcanzado un punto crítico, los semidioses griegos y romanos se ven incapaces de la reconciliaci...