Un profundo silencio se había apoderado de la antigua acrópolis de Atenas. Dioses, héroes y gigantes miraban con aire sombrío los cadáveres que ahora cubrían el campo de batalla con su sangre.
Hazel cayó al suelo, completamente extenuada, y al borde de la inconsciencia se las arregló para pronunciar un juramento con sus últimas fuerzas:
—Se lo juro, señora Hécate... ayudaré a su hijo, puede confiar en mí...
La hija de Hades cerró los ojos y se sumergió en el mundo de la inconsciencia.
Los monstruos en el publico dejaron ir un abucheo colectivo, lanzando insultos y maldiciones a voz de grito hacia la rendida semidiosa. Piper, congelada en su sitio, con una mano sobre la Cura del Médico, se preguntaba qué debía hacer. Gotas de sudor se deslizaban sobre su rostro mientras su corazón se debatía entre lo que era correcto y lo que era prudente.
Durante todo el tramo final de su viaje, se había aferrado a esa milagrosa cura con la idea de que podía usarla para salvar a uno de sus amigos si morían. Jamás había pasado por su mente la idea de que los dioses pudiesen morir también.
Mientras sus manos temblaban fuera de control, la semidiosa se preguntaba sobre si debía bajar al escenario y resucitar a la diosa de la magia. Hécate les había ayudado varias veces durante su misión, más que cualquier otro dios, dejarla morir le parecía del todo injusto. No obstante, la idea de que alguno de sus amigos podría morir después la frenaba. ¿Qué debía hacer?
Respiró profundamente, decidió guiarse en base a su corazón. Salvar a la diosa era lo correcto, tenía que hacerlo.
Dio un paso adelante, pero el tridente de Poseidón le cerró el paso.
—No tan rápido, pecesillo—advirtió—. No dejes que tu compasión por una diosa traidora de ciegue.
—Pero...
—Observa con atención.
El cuerpo de la diosa, así como los de Encélado y Escirón comenzaron a refulgir con un resplandor verde esmeralda. Sus cuerpos comenzaron a resquebrajarse, como si estuviesen hechos de cristal, y poco a poco se fueron disolviendo en el aire, convertidos en poco más que polvo en las estrellas.
—¿Qué está pasando?—preguntó Frank, conmocionado.
Ares exhaló un profundo suspiro de pesar.
—Se disuelven—respondió—. Simplemente están muertos.
—Pero...—Jason dudo al preguntar—. ¿Qué pasará ahora con ellos? ¿Iran al Valhalla o...?
—"¿Qué pasará ahora?"—repitió Poseidón fríamente—. Qué pregunta tan estúpida.
Afrodita emitió un sonoro suspiro, colocando su mano suavemente sobre el hombro de Piper.
—Esta batalla es entre almas—explicó—. Si un alma es destruida, no puede volver al ciclo de reencarnación. Por lo tanto, es reducida a polvo en el vació del espacio.
—Nifhel—concluyó Percy, con tono sombrío—. Ya no hay más después de esto para ellos nunca más.
Aquellas palabras atravesaron el corazón de Piper como una afilada daga de hielo. Los ojos de la semidiosa se llenaron de lágrimas, sentía sus piernas débiles. Le invadió una sensación de nauseas.
—¿Muerte definitiva...?—murmuró—. Entonces... ¿por qué? ¡¿Por qué nos molestamos en recorrer Grecia de punta a punta reuniendo los ingredientes de la Cura del Médico?!
Nadie se atrevió a responder por varios segundos. Leo, oculto del resto, se llevó una mano al corazón. Sentía un desgarrador escalofrío recorrer su columna de arriba a abajo. De repente se percató de que le costaba respirar, el mundo daba vueltas a su alrededor, su cerebro luchaba desesperadamente por encontrar una salida a su predicamento, pero no era capaz de pensar con claridad.
El hijo de Hefesto cruzó miradas con Frank, quien parecía estarle leerle el pensamiento.
—Chicos...—comenzó Leo, pero Percy le interrumpió.
—Primero es lo primero.
Con un salto, el hijo de Poseidón bajó hasta el campo de batalla, levantando a Hazel en brazos para sacarla de la arena.
—Cúrala—ordenó, mirando a Apolo.
El dios sol no se mostró ofendido por la actitud del chico, sino que le sonrió en un intento por mantener estable la moral del grupo.
—Por supuesto, mi mejor semidiosamigo.
Una voz resonó burlonamente de entre las filas de los gigantes:
—Y allí va otra vez, el gran rey Perseus Jackson cargando con aquellos que no pudo proteger. Demasiado débil, demasiado orgulloso, arrogante pero impotente.
El chico se volvió hacia donde la voz, con las pupilas dilatadas y los dientes rechinando.
—¿Quién se atreve...?
Un saco salió despedido desde la multitud de monstruos, aterrizando justo a los pies del semidiós. Tres objetos rodaron desde su interior, aún manchados de sangre y tripas: el Bastón de Apomyus partido por la mitad, el casco destrozado de Adamantino, y una vieja daga de Bronce Celestial.
—No...
Percy cayó de rodillas, sintiendo aquel vacío en su corazón haciéndose cada vez más grande y doloroso.
Frank se apresuró a tomar a Hazel y llevarla con Apolo, mientras que el propio Poseidón se detenía para mirar con detenimiento los objetos que ahora adornaban el suelo.
—¿Qué significa esto?
Percy no le miró, sino que permaneció congelado en su sitio, mirando su propio reflejo: amargado, desaliñado y herido, en la hoja de aquel cuchillo.
Él nunca vio morir a Belcebú. En lo más profundo de su ser, había albergado una diminuta esperanza, tan frágil y endeble como la luz de una vela, de que el dios oscuro hubiese sobrevivido a su encuentro con Tártaro. Esa esperanza acababa de extinguirse por completo.
No obstante, lo que más le dolía era aquella daga maldita, el mismo cuchillo que Annabeth perdió antes de caer al Helheim y que habían dado por desaparecido, ahora volvía, burlándose de Percy, recordándole de todo el dolor que había experimentado en el infierno y de aquello que jamás podría recuperar. Era como si Tártaro se estuviese riendo de él, dejando que Percy recuperase el cuchillo, mostrándole que lo único que había sobrevivido de Annabeth era el arma que Luke Castellan le había dado.
—Ese casco...—murmuró Poseidón.
—Adamas—convino Percy—. Él...
Poseidón no sentía aprecio alguno por aquel hermano suyo, así como Belcebú le había sido indiferente, pero era consciente de que aquellas muertes no harían más que entristecer de gran manera a Hades, quien les tenía un profundo afecto a ambos. Además, la idea de dioses siendo mancillados de tal forma, con sus armas profanadas y expuestas como simples trofeos a manos de los gigantes, hacía hervir una ira primitiva en su interior.
—Muéstrate—ordenó, con un tono tan gélido como mortal—. ¡Da la cara, miserable trozo de mierda!
Los monstruos abrieron un pasillo, del cual, riendo a carcajadas, un gigante emergió sonriendo de oreja a oreja.
—Así que tú eres el todopoderoso tirano de los mares—soltó una risotada—. Creí que serías más alto.
Percy se puso de pie, aferrándose al cuchillo de Annabeth como si su vida dependiese de ello.
—¿Quién eres tú?—exigió saber.
El gigante se mostró divertido.
—Mi nombre es Atōmos, el "indivisible"—se presentó—. Fui concebido por la madre Tierra como el reverso del dios Adamas, diseñado para destruirlo, para ser su opuesto. No obstante, mi padre Tártaro ya se ha hecho cargo de él, y en vista de que Políbotes lleva muerto un rato... ¿lucharás conmigo, rey de los mares?
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GIGANTOMAQUIA: La Sangre del Olimpo
FanfictionLos viajes terminan, los imperios caen, las vidas se extinguen. El tiempo todo lo consume, incluso a los mismos dioses. La guerra contra los gigantes ha alcanzado un punto crítico, los semidioses griegos y romanos se ven incapaces de la reconciliaci...