JASON XXIX

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Jason odiaba a los basiliscos.

A esos pequeños malnacidos les encantaba hacer madrigueras debajo de los templos de la Nueva Roma. Cuando Jason era centurión, a su cohorte siempre le tocaba la impopular tarea de quitar los nidos.

Un basilisco no parecía gran cosa: una serpiente del tamaño de un brazo con los ojos amarillos y un collar blanco; pero se movía rápido y podía matar todo lo que tocaba. Jason nunca se había enfrentado a más de dos al mismo tiempo. En ese momento, una docena de ellos nadaba alrededor de las piernas del gigante. El único detalle positivo era que bajo el agua los basiliscos no podrían escupir fuego, pero eso no los hacía menos letales.

Dos serpientes salieron disparadas hacia Percy. Él las cortó por la mitad. Las otras diez se arremolinaron a su alrededor, fuera del alcance de su espada. Se retorcían de un lado al otro siguiendo una pauta hipnótica, buscando una oportunidad. Bastaría con sólo un mordisco o un roce.

—¡Eh!—gritó Jason—. ¿Qué tal si mostráis un poco de cariño?

Las serpientes no le hicieron caso.

Tampoco el gigante, que se retiró a observar con una sonrisa de suficiencia, aparentemente encantado de que sus mascotas se encargasen de la ejecución.

—Cimopolia—Jason se esforzó por pronunciar bien su nombre—. Tienes que detener esto.

Ella lo observó con sus brillantes ojos blancos.

—¿Por qué habría de hacerlo? La Madre Tierra me ha prometido poder ilimitado. ¿Puedes hacerme una oferta mejor?

"Una oferta mejor..."

Presintió la posibilidad de un resquicio: un margen para negociar. Pero ¿qué tenía él que le interesara a una diosa de la tormenta?

Los basiliscos acorralaron a Percy. Él los apartaba con corrientes de agua, pero no paraban de rodearlo.

—¡Eh, basiliscos!—gritó Jason.

Seguía sin obtener ninguna reacción. Podía intervenir y ayudarlo, pero se dio cuenta de que estaban superados. Los poderes de Percy no habían sido los mimos desde que volvió del infierno, y bajo el agua, la velocidad Jason no era precisamente mucha. Necesitaba una solución mejor.

Alzó la vista. Allí arriba bramaba una tormenta, pero ellos estaban muy por debajo. No podía invocar un rayo en el fondo del mar, ¿no? Y aunque pudiera, el agua conducía la electricidad demasiado bien. Podía freír a Percy.

Sin embargo, no se le ocurrió una opción mejor. Levantó una mano. Inmediatamente, su mano metálica emitió un brillo candente.

Una nube difusa de luz amarilla ondeó a través de las profundidades, como si alguien hubiera echado neón líquido en el agua. La luz tocó el puño de Jason y se esparció hacia fuera en diez zarcillos distintos que fulminaron a los basiliscos.

Sus ojos se apagaron. Sus collares se desintegraron. Las diez serpientes se pusieron boca arriba y se quedaron flotando sin vida en el agua.

—La próxima vez miradme cuando hable con vosotros—dijo Jason.

A Polibotes se le heló la sonrisa.

—¿Estás impaciente por morir, romano?

Percy levantó su espada. Se abalanzó sobre el gigante, pero Polibotes movió la mano a través del agua y dejó un arco de oleaginoso veneno negro. Percy arremetió directo contra él antes de que Jason pudiera gritar: ¿"En qué estás pensando, amigo?".

GIGANTOMAQUIA: La Sangre del OlimpoWhere stories live. Discover now