TERCERA PERSONA LIX:

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Nico quería gritar: "Tiempo muerto. Parad. ¡Quietos!".

Pero sabía que no serviría de nada. Después de semanas de espera, sufrimiento y cólera, los griegos y los romanos querían sangre. Tratar de detener la batalla en ese momento sería como tratar de contener una riada tras la rotura de una presa.

Y la batalla no se detuvo.

Las fuerzas aliadas de Octavio parecieron comprender la situación, dispersándose y abriendo enormes pasillos para que los ejércitos de semidioses tuviesen vía libre para chocar sin ser molestados. Aquellos monstruos no estaban allí como aliados de Roma, sino que aguardarían pacientemente a que los mestizos se matasen entre sí antes de rematar al vencedor y darse un festín.

El ejército romano se había dispuesto de acuerdo a lo que era costumbre, con los jóvenes velites en primera fila, a modo de infantería ligera avanzada al grueso de las tropas; tras ellos venían los hastati, con sus pila, sus escudos rectangulares, corazas de cuero, espinilleras y un yelmo. Tras los hastati venían los principes, quienes también iban armados con pila preparados para ser arrojados a las órdenes de los centuriones al mando. Finalmente estaban los legionarios más experimentados, los triari, armados con sus scutum rectangulares y largas picas, esperando el arranque de la batalla. Ellos deberían dar la victoria final con su experiencia.

Por el lado contrario, la falange que constituía el centro de la formación enemiga era el conjunto de tropas más profesional del ejército griego, rodeados en las alas por multitud de sátiros y ninfas. Combatir contra la falange central, rodeados de media docena de cíclopes enfurecidos dirigidos por el general Tyson, no iba a ser algo sencillo.

—¡Por Marte, preparaos todos porque esto ha empezado!—bramaban los centuriones con furia, rabia y fuerza—. ¡Allá vamos, por Hércules!

Octavio observaba desde la retaguardia, aprovechando el caos para ponerse a salvo. Lanzó una rápida mirada hacia todo el frente que ofrecía el ejército enemigo. No era muchos, pero estaban distribuidos uniformemente. Clarisse había conseguido igualar en extensión la línea frontal romana, ignorando, claro, a las fuerzas auxiliares.

La legión de Roma avanzaba contra el enemigo. Ahora ya no había marcha atrás.

—¡Adelante, por Ares y todos los dioses, adelante!—respondió Clarisse.

Trescientos guerreros helenos se pusieron lentamente en marcha, haciendo que el suelo de la Colina Mestiza empezara a vibrar a su alrededor.

Los velites fueron los primeros en llegar cerca de la falange griega, pero, avanzando en pequeños grupos, evitaron enfrentarse contra la falange en sí y, en su lugar, buscaban los lugares donde los líderes helenos habían intercalado a los cíclopes y contra éstos lanzaban todas sus armas arrojadizas causando cierto daño entre los guerreros de un ojo, hiriendo mortalmente a más de uno de los colosos y haciendo enfurecer a muchos. Algunos de los monstruos se adelantaron a la falange y causaron estragos entre la infantería ligera romana que huía en desbandada en muchos casos en un vano intento de salvar la vida: unos eran aplastados por las propias bestias, otros acribillados por los arqueros y el resto o bien alcanzaba la línea de hastati o era atravesado por lanzas enemigas. Sin embargo, el sacrificio de los velites obtuvo cierta recompensa, pues algunos cíclopes, heridos y descontrolados, se revolvieron contra los propios griegos arremetiendo contra algunas secciones de la falange, pisoteando guerreros helenos y generando un gran desorden en algunos puntos.

Quirón y Clarisse se pusieron de acuerdo de inmediato. Estaban juntos en el centro de la falange y comprendieron qué debía hacerse.

–Hay que retirar a los cíclopes; de lo contrario ellos mismos destrozarán la falange—dijo Quirón con seguridad.

GIGANTOMAQUIA: La Sangre del OlimpoWhere stories live. Discover now