PIPER XLV

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Piper observó horrorizada cómo el rey de los gigantes se levantaba cuan largo era: casi tan alto como las columnas del templo. Su ser era tal como Piper le recordaba: una armadura intrincadamente detallada que ocultaba tras de sí al gigante que la portaba.

Se alzó amenazante por encima del cautivo, observando cómo se retorcía.

—¡Ha llegado tal como predijiste, Encélado! ¡Bien hecho!

El viejo enemigo de Piper agachó la cabeza, y los huesos trenzados en sus rastas hicieron ruido.

—Ha sido fácil, mi rey.

Los grabados de llamas de su armadura relucían. En su lanza ardía un fuego morado. Sólo necesitaba una mano para sujetar a su cautivo. A pesar del poder de Percy Jackson, a pesar de todas las cosas a las que había sobrevivido, al final no podía hacer nada frente a la fuerza bruta del gigante... y la inevitabilidad de la profecía.

—Sabía que éste dirigiría el ataque—continuó Encélado—. Sé cómo piensa. ¡Poseidón era igual que este crío! Ha venido el orgulloso rey de los semidioses, creyendo que iba a reclamar esta ciudad. ¡Su arrogancia ha acabado con él!

Por encima del rugido del gentío, Piper apenas podía oír sus pensamientos, pero repitió mentalmente las palabras de Encélado: "Éste dirigiría el ataque". El corazón se le aceleró.

Los gigantes habían esperado a Percy. No la esperaban a ella o a Jason.

Por una vez, ser Piper McLean, la hija de Afrodita, a quien nadie tomaba en serio, podía jugar a su favor. Pero, ¿dónde estaba Jason? Si los gigantes no lo tenían, significaba que seguía por allí en algún lado, casi con total seguridad observando, y sí lo conocía bien, este no dudaría en actuar. Piper necesitaba un plan antes de que eso ocurriese.

Percy trató de decir algo, pero Encélado le sacudió por el cuello.

—¡Silencio, miserable! ¡No permitiré que llames a la Gigantomaquia!—el gigante rió con regocijo—. Eres fácil de leer, Perseus Jackson. Era obvio que tu arrogancia, oh, magno rey sin reino, te obligarían a ser tú en persona quien llamase a la guerra. Pero lamento informarte que no será así. No te dejaré abrir la boca, y sin las palabras del paladín del Olimpo, la gran Gigantomaquia no podrá ser inaugurada.

La giganta Peribea desenvainó un cuchillo de caza, largo como la espada de Piper.

—Aún nos hace falta la sangre de una semidiosa, padre.

Porfirion sonrió con divertimiento.

—Te aseguro, hija, que el resto de los mestizos están por aquí cerca en ese barco que tienen. Es sólo cuestión de esperar y tomar lo que nos pertenece. Por ahora, es momento de comenzar con el sacrificio. ¡Toante, destructor de las Moiras, preséntate!

El gigante gris y arrugado apareció arrastrando los pies y sosteniendo un enorme cuchillo de carnicero. Clavó sus ojos lechosos en Percy.

El chico gritó. En el otro extremo de la Acrópolis, a cien metros de distancia, un géiser de agua salió disparado.

El rey Porfirion se rió.

—Tendrás que hacerlo mejor, hijo de Poseidón. La tierra es demasiado poderosa aquí. Incluso tu padre sólo pudo hacer brotar una fuente salada. Pero descuida. ¡El único líquido que necesitamos de ti es tu sangre!

Piper escudriñó desesperadamente el corro de monstruos. ¿Dónde estaba Jason?

Toante se arrodilló y tocó reverentemente la tierra con la hoja de su cuchillo de carnicero.

—Madre Gaia...—su voz era tan increíblemente grave que sacudió las ruinas e hizo que los andamios metálicos resonaran bajo los pies de Piper—. En la Antigüedad, la sangre se mezcló con tu suelo para crear vida. Deja que ahora este semidiós te devuelva el favor. Te despertamos del todo. ¡Te saludamos como nuestra señora eterna!

Piper saltó de los andamios sin pensar. Voló por encima de las cabezas de los cíclopes y ogros, cayó en el centro del patio y se abrió paso a empujones hasta el corro de gigantes. Cuando Toante se levantó para usar su cuchillo, Piper blandió su espada y, de un tajo hacia arriba, le cortó la mano por la muñeca.

El viejo gigante se quejó. El cuchillo de carnicero y la mano cortada cayeron a los pies de Piper. Notó que el disfraz con que la Niebla la había cubierto se iba consumiendo hasta que volvió a ser Piper: una chica en medio de un ejército de gigantes, cuya espada de bronce era como un mondadientes comparada con las enormes armas de los otros.

—Y allí está—rió Porfirion—. Que su sangre bañe las piedras y despierte a nuestra madre.







Piper habló.

Su mensaje fue corto pero conciso, lo suficientemente poderoso como para que su voz reverberase a través del cielo y la tierra y no dejase semilla de duda sobre la autenticidad de sus palabras:

—Yo, Piper McLean, hija de Afrodita, en calidad de paladín del Olimpo, potestad concedida a mi por Perseus Jackson, hijo de Poseidón, rey de los semidioses, encaro a Porfirion, hijo de Gaia, rey de los gigantes, y convoco a la Gigantomaquia para que sea en su arena donde se decida el destino y el legítimo derecho a gobernar del extenso panteón heleno.

Varios gigantes se habían lanzado sobre ella nada más hacer acto de presencia. Una lanza estuvo a punto de empalarla. Una enorme espada intentó cerrarle el paso. Pero ninguno de los golpes alcanzó a acertare.

Truenos sacudieron las nubes, rayos, como grietas brillantes, partieron el cielo. Una tormenta eléctrica envuelta en vientos huracanados rodeó a Piper, y Jason cayó como desde un asteroide junto a ella, habiéndole protegido de todos y cada uno de los ataques, usando los vientos para amplificar la voz de la hija de Afrodita.

Porfirion les miró en breve gesto de incredulidad. Tras contemplar a Percy, que aún se veía sujeto por Encélado, y que este al mismo tiempo asintiese con la cabeza, confirmando que Piper había dicho la verdad, el hijo de Gaia apretó los puños en frustración.

—Vocera del Olimpo, yo, Porfirion, como rey de los gigantes, y en respeto al acuerdo antiguo escrito en piedra hace millones de años, acepto el desafío. Que la Gigantomaquia de comienzo y que sean los duelos individuales los que manchen el suelo de sangre y traigan de regreso una vez más a la Gran Madre Tierra.

GIGANTOMAQUIA: La Sangre del OlimpoWhere stories live. Discover now