NICO XXXIII

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El entrenador Hedge eligió ese momento para irrumpir en el claro agitando un avión de papel y gritando:

—¡Buenas noticias, chicos!

Se quedó inmóvil cuando vio al romano.

—Ah... no importa.

Reyna y Nico se levantaron. Aurum y Argentum corrieron al lado de Reyna y gruñeron al intruso.

Nico no entendía cómo ese chico se había acercado tanto sin que ninguno de ellos se percatara.

—Bryce Lawrence—dijo Reyna—. El nuevo perro de presa de Octavio.

El romano inclinó la cabeza.

—El augur tiene muchos perros de presa—dijo—. Yo sólo soy el afortunado que te ha encontrado. Seguir la pista a tu amigo graecus—dijo señalando con la barbilla a Nico— ha sido fácil. Apesta a inframundo.

Nico invocó su lanza.

—¿Conoces el inframundo? ¿Quieres que te concierte una visita?

Bryce se rió. Sus incisivos eran de dos tonos distintos de color amarillo.

—¿Crees que puedes asustarme? Soy descendiente de Orco, el dios de las promesas rotas y el castigo eterno. He oído en persona los gritos de los Campos de Castigo. Son música para mis oídos. Dentro de poco añadiré otra alma en pena al coro.

Sonrió a Reyna.

—Conque parricidio, ¿eh? A Octavio le encantará la noticia. Quedas detenida por múltiples infracciones de la ley romana.

—El hecho de que tú estés aquí va contra la ley romana—dijo Reyna—. Los romanos no van de expedición solos. Las misiones deben ser dirigidas por alguien con rango de centurión o superior. Estás en período de probatio, e incluso concederte ese rango ha sido un error. No tienes ningún derecho a detenerme.

Bryce se encogió de hombros.

—En época de guerra, algunas normas tienen que ser flexibles. Pero no te preocupes. Cuando te lleve a juicio me recompensarán haciéndome miembro de pleno derecho de la legión. Me imagino que también me ascenderán a centurión. Sin duda habrá vacantes después de la próxima batalla. Algunos oficiales no sobrevivirán, sobre todo si sus lealtades no están en el bando adecuado.

El entrenador Hedge levantó el bate.

—No sé cuál es el protocolo romano, pero ¿puedo zurrar a este niño?

—Un fauno—dijo Bryce—. Interesante. He oído que los griegos confiaban realmente en sus hombres cabra.

Hedge baló.

—Soy un sátiro. Y puedes confiar en que voy a darte con este bate en la cabeza, cretino.

El entrenador avanzó, pero en cuanto su pie tocó el túmulo, las piedras hicieron un ruido como si estuvieran empezando a hervir. Unos guerreros esqueléticos salieron de la tumba: spartoi ataviados con restos andrajosos de las casacas rojas inglesas del siglo XVIII.

Hedge se apartó apresuradamente, pero los dos primeros esqueletos lo agarraron de los brazos y lo levantaron del suelo. Al entrenador se le cayó el bate y agitó las pezuñas.

—¡Soltadme, cabezas huecas!

Nico observó, paralizado, como la tumba expulsaba más soldados británicos muertos: cinco, diez, veinte; se multiplicaban tan rápido que Reyna y sus perros metálicos estuvieron rodeados antes de que Nico pudiera pensar siquiera en levantar su bidente.

GIGANTOMAQUIA: La Sangre del OlimpoWhere stories live. Discover now