GIGANTOMAQUIA LII

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—Me han vuelto a encontrar—dijo su hijo—. No sé si esta vez podré defenderme de ella. Se está acercando a mi olor.

Por un momento, Hécate no respondió. Necesitaba meditar con detenimiento sus palabras. Cuando finalmente habló, lo hizo con un tono estoico y desprovisto de humor.

—Sabes que no puedo ayudarte, mi niño—dijo—. Es mi hija. No puedo poneros la mano encima a ninguno de los dos.

El chico se puso tenso, como si estuviera listo para pelear, pero se detuvo.

—Lo... lo entiendo, madre.

—Alabaster, sabes que te quiero—declaró la diosa—. Pero tú mismo te buscaste esta batalla. Aceptaste la bendición de Cronos. Luchaste con sus ejércitos en mi nombre. Ahora no puedes acudir a tus enemigos y pedir perdón. Ellos nunca te ayudarán. He conseguido mantenerte a salvo hasta ahora, pero no puedo interferir en tu combate con ella.

Alabaster miró a su madre no sin cierto enfado.

—¡Cronos no tenía que perder! ¡Tú me dijiste que los titanes tenían posibilidades de ganar! ¡Tú me anunciaste que el Campamento Mestizo sería destruido!

Hécate habló sin mirar al chico.

—Alabaster, simplemente te dije cuál era el desenlace más probable. No te prometí que acabaría ocurriendo. Yo sólo quería que vieras las distintas opciones, con el fin de que estuvieras preparado para lo que te podía esperar.

Tras la Batalla de Manhattan, la mayoría de mestizos leales a Cronos escaparon o fueron capturados. Estaban tan desmoralizados que se unieron al enemigo. Huno una amnistía general: un trato negociado por Perseus Jackson, que convenció a los dioses del Olimpo de que aceptasen a los dioses menores que habían seguido al titán.

En el Campamento Mestizo decidieron aceptar a cualquier hijo de dioses menores. Les construyeron cabañas en el campamento y fingieron que no les habían masacrado ciegamente por resistirse. La mayoría de los dioses menores aceptaron el tratado de paz en cuanto los dioses del Olimpo lo propusieron, pero Hécate no. Alabaster no fue el único hijo de Hécate que sirvió a las órdenes de Cronos. La diosa nunca tuvo muchos hijos, y él era el más fuerte, de modo que sus hermanos siguieron su ejemplo. Los convenció a casi todos de que luchasen, pero Alabaster fue el único que sobrevivió. En esa guerra, Hécate perdió a más hijos que ningún otro dios.

Hécate rechazó la propuesta de los dioses al principio. Su hijo la animó a que siguiera luchando. Pero los Olímpicos decidieron que no querían que otra diosa rebelde les amargase la victoria, de modo que le propusieron un trato. Alabaster perdería para siempre su favor y la oportunidad de vivir en su campamento, era su castigo por adoptar una actitud hostil, pero le perdonarían la vida si Hécate se unía a ellos. Es decir, que si no lo hacía, se asegurarían de que Alabaster muriese.

Los dioses del Olimpo utilizaron la intimidación para obligar a Hécate a aceptar el trato. Y, de paso, para desterrar a Alabaster del campamento a fin de que no pudiese corromper a sus hermanos y hermanas.

Ni Hécate ni Alabaster cejaron en su odio contra los dioses. Juraron nunca inclinarse ante ellos después de las atrocidades que cometieron. Por mucho tiempo, en su mente sólo existió el deseo de vengarse del hijo de Poseidón que había vencido a Cronos.

Pero todo cambió con el resurgimiento de Gaia.

Cronos fracasó, pero Gaia se había alzado. Más poderosa que cualquier titán o que cualquier dios. Pero no se fiaba de Alabaster. No lo quería vivo interfiriendo. Envió a otra hija de Hécate, la monstruosa lamia, a darle caza por meses, empujando al chico hasta el límite de sus capacidades. Y la diosa de la magia, incapaz de interferir, sólo pudo ver impotente la interminable pugna entre sus descendientes.

GIGANTOMAQUIA: La Sangre del OlimpoWhere stories live. Discover now