Las alas de oro eran excesivas.
A Leo le molaban el carro y los dos caballos blancos. Le parecía bien el brillante vestido sin mangas de Niké (a Calypso le sentaba de maravilla ese estilo de ropa, pero eso no venía al caso) y sus trenzas morenas recogidas con una corona de laurel dorada.
Tenía los ojos muy abiertos y una expresión un poco desquiciada, como si se hubiera tomado veinte cafés y se hubiera subido en una montaña rusa, pero a Leo no le importaba. Incluso podía lidiar con la lanza con punta de oro con la que le apuntaba al pecho.
Pero esas alas... eran de oro pulido, hasta la última pluma. Leo podía admirar el intrincado trabajo de artesanía, pero eran excesivas, demasiado brillantes, demasiado llamativas. Si las alas hubieran sido paneles solares, Niké habría producido suficiente energía para alimentar Miami.
—Señora, ¿podría recoger las alas, por favor?—dijo—. Estoy pillando una insolación.
—¿Qué?—Niké sacudió la cabeza hacia él como una gallina asustada—. Ah, mi plumaje brillante. Está bien. Supongo que estando quemado y deslumbrado no puedes morir gloriosamente.
La diosa plegó sus alas. La temperatura descendió a cuarenta y ocho grados, una temperatura de verano normal en aquel lugar.
Leo miró a sus amigos. Frank estaba muy quieto evaluando a la diosa. Su mochila todavía no se había transformado en un arco y un carcaj, un detalle prudente. Y no debía de estar muy asustado porque no se había convertido en un pez de colores gigante.
Hazel estaba teniendo problemas con Arión. El corcel ruano relinchaba y corcoveaba, evitando el contacto visual con los caballos blancos que tiraban del carro de Niké.
En cuanto a Percy, sostenía su espada apuntando en dirección a la garganta de la diosa, pero sin decir una palabra.
Nadie dio un paso al frente para hablar. Leo echaba de menos contar con Piper y Annabeth. A ellas se les daba bien la diplomacia.
Decidió que alguien debía decir algo antes de que todos muriesen gloriosamente.
—¡Bueno!—apuntó con los índices a Niké—. Nadie me ha puesto al corriente, y estoy seguro de que la información no aparecía en el folleto de Frank. ¿Podría decirme qué pasa aquí?
La mirada desorbitada de Niké lo desconcertaba. ¿Estaba ardiendo la nariz de Leo? A veces le ocurría cuando se estresaba.
—¡Debemos conquistar la victoria!—gritó la diosa—. ¡La competición debe decidirse! Habéis venido a determinar el ganador, ¿no?
Frank se aclaró la garganta.
—¿Es usted Niké o Victoria?
—¡Arggg!
La diosa se agarró un lado de la cabeza. Sus caballos se encabritaron y provocaron que Arión hiciera lo mismo.
La diosa se estremeció y se dividió en dos imágenes distintas, lo que recordó a Leo (de forma ridícula) cuando era niño y se tumbaba en el suelo de su casa para jugar con el tope de puerta elástico que había en el rodapié. Lo empujaba hacia atrás y lo soltaba: "¡Boing!". El tope vibraba de un lado al otro tan rápido que parecía que se dividiera en dos muelles distintos.
Eso es lo que parecía Niké: un tope de puerta divino, dividiéndose en dos.
En el lado izquierdo estaba la primera versión: brillante vestido sin mangas, cabello moreno rodeado de laureles, alas doradas recogidas a la espalda. En el derecho, una versión distinta, vestida para la guerra con peto y grebas romanas. Por el borde de su alto casco asomaba un corto cabello castaño rojizo. Las alas eran de un blanco mullido; el vestido, morado, y el astil de su lanza tenía sujeta una insignia romana del tamaño de un plato: las siglas SPQR de color dorado en una corona de laurel.
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GIGANTOMAQUIA: La Sangre del Olimpo
FanfictionLos viajes terminan, los imperios caen, las vidas se extinguen. El tiempo todo lo consume, incluso a los mismos dioses. La guerra contra los gigantes ha alcanzado un punto crítico, los semidioses griegos y romanos se ven incapaces de la reconciliaci...