LEO XXXVIII

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Leo vio enseguida la entrada secreta.

—Es precioso.

Acercó el barco a las ruinas de Epidauro.

El Argo II aún no estaba en condiciones de volar, pero Leo había logrado que despegara después de una sola noche de trabajo. Considerando que el mundo se iba a terminar al día siguiente por la mañana, estaba muy motivado.

Había preparado los alerones de los remos. Había inyectado agua estigia en un cachivache. Había agasajado a Festo con su brebaje favorito: aceite para motores de viscosidad media y salsa Tabasco. Hasta Buford, la mesa maravillosa, echó una mano correteando ruidosamente bajo la cubierta mientras su mini Hedge holográfico gritaba: "¡HAZ TREINTA FLEXIONES!", para motivar al motor.

Y, por fin, sobrevolaban ya el antiguo complejo de templos del dios sanador Asclepio, donde con suerte encontrarían la cura del médico y tal vez algo de Néctar y Fonzies, porque las provisiones de Leo escaseaban.

A su lado en el alcázar, Percy se asomó a la barandilla.

—Sólo veo escombros—gruñó.

Su cara seguía verde a causa del envenenamiento submarino, pero al menos ya no corría tan a menudo al servicio para echar los higadillos por la boca. Entre su malestar y los mareos de Hazel, había sido imposible encontrar un retrete libre durante los últimos días.

Finalmente, Leo señaló la estructura con forma de disco situada a unos cincuenta metros a babor.

—Allí.

El resto de la tripulación se agrupó a su alrededor.

—¿Qué estamos mirando?—preguntó Frank.

—Ah, señor Zhang—dijo Leo—, ¿te acuerdas de que siempre estás diciendo: "Leo, eres el único genio verdadero entre los semidioses"?

—Estoy seguro de que nunca he dicho eso.

—¡Pues resulta que hay más genios! Porque uno de ellos debe de haber hecho esa obra de arte de ahí abajo.

—Es un círculo de piedra—dijo Frank—. Probablemente, los cimientos de un antiguo templo.

Piper negó con la cabeza.

—No, es más que eso. Fijaos en los rebordes y los surcos grabados alrededor del borde.

—Como los dientes de un engranaje—contestó Jason.

—Y los círculos concéntricos—Hazel señaló el centro de la estructura, donde unas piedras curvas formaban una suerte de diana—. El dibujo me recuerda el colgante de Pasifae: el símbolo del laberinto.

—Ah—Leo frunció el entrecejo—. Vaya, no había pensado en eso. Pero pensad como mecánicos. Frank, Hazel, ¿dónde vimos unos círculos concéntricos como esos?

—En el laboratorio debajo de Roma—dijo Frank.

—En la cerradura de Arquímedes que había en la puerta—recordó Hazel—. Tenía unos anillos dentro de otros.

Percy resopló.

—¿Estás diciendo que es una enorme cerradura de piedra? Debe de tener unos quince metros de diámetro.

—Puede que Leo tenga razón—dijo Jason—. En la Antigüedad, el templo de Asclepio era como el hospital general de Grecia. Todo el mundo venía aquí para recibir la mejor curación. En la superficie era del tamaño de una ciudad importante, pero, supuestamente, la verdadera actividad tenía lugar bajo tierra. Allí es donde los sumos sacerdotes tenían sus cuidados intensivos, un recinto supermágico al que se accedía por un pasadizo secreto.

GIGANTOMAQUIA: La Sangre del OlimpoWhere stories live. Discover now